Capítulo 19

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Los árboles se movían al compás del aire. Los pájaron entonaban una triste canción y gélida del invierno. Las flores, entumecidas por un frío letal que amenazaba con pararlo todo. New York, una ciudad gélida en invierno.

   Marissa pasaba las hojas en su escritorio con nerviosismo, tenía prisa y parecía muy asustada. Una pila de libros, enciclopedias y diccionarios adornaban el pobre estante encima de su cabeza. Estresada miraba a todas partes en busca de otro papel; tenía en la mano unos cuantos folios con letras sacadas de ordenador. Fue al salón cocina, buscando malhumorada. Tiraba los cojines del sofá. El piso ya no era importante, solo importaba su vida. El gato, el cual no tenía nombre, al cual ella lo llamaba tal y como era ''gato'', se había subido encima del sofá y ronroneaba intentando llamar la atención. Marissa no le hacía caso, seguía con lo suyo, y estaba preocupada por la hora, y por el tiempo. Tampoco había desayunado y su estómago sufría, quejándose con unos gorguijeos, pero no le importaba; ahora se tomaría un café. El piso parecía una jaula de perros salvajes, todo estaba patas arriba, desordenado y muy mal cuidado, parecía que alguien hubiera entrado hace un rato provocando semejante descolocación. Las paredes estaban mugrientas y tenían grietas, el color de la pintura se iba desvaneciendo con el paso del tiempo, hasta casi volver a tener un blanco, como el que tenía. La televisión estampada, la pantalla había recibido un buen golpe. Marissa no daba importancia a nada de ello, seguía buscando un papel; el cual el gato lo mantenía sujeto en la boca, intentando entregárselo. Hacía frío, y los radiadores tampoco funcionaban, todo era un caos allí dentro; un circo, un zoo, una jaula, lo que fuera pero eso no era habitual y ella lo sabía, al igual que suponía que habían entrado y buscado por todas partes, y que hubieran matado a toda persona o ser que se interpusiera en su camino. Daba miedo, claro, y más si eras inocente como Marissa, una persona normal, una profesora de instituto y tutora de un cuarto de la E.S.O. Pero no quedaban opciones, había que huír, y hasta ahora ella pensaba que estaba a salvo, pero la habían encontrado; la verdad que no tardaron mucho tiempo, pero lo suficiente para relajárse e intentar buscar una explicación a todo aquello. Un istituto entero bombardeado, y cortado por cámaras de gas que impedían la visión. Nada. Pocos supervivientes. Dos como mucho, si, dos; Tina y ella, si esque Tina seguía viva aún. ¿Y el resto?, ni idea; centenares de cadáveres apilados en el suelo trás la noticia. Pero tenía que haber alguien más, seguro. Era casi imposible que hubiesen muerto todos. ¿Y tal persecución a una pobre y asustada adolescente de diecisiete años solamente?. ¿Que coño pretendían?. ¡Solo es una niña!.

Marissa, echó un ligero repaso por todos lados, y su mirada aparcó en el gato, el cual sostenía un papel en la boca. Asustada y con el corazón acelerado, corrió hacia él y se lo quitó con tanta rapidez que ni siquiera un rayo podría haberla superado. Lo miró, y en verdad parecía alegrarse de haberlo encontrado. Un papel, en el que se divisaba el DNI de dos personas, el suyo y el de Tina. Era muy importante no perderlo, sin ello estaría perdida. Fue corriendo a la cocina, a por el café; estaba tan nerviosa que se le iba a salir el corazón en cualquier momento, pero necesitaba un café, su estómago le pedía algo, y lo acompañó de dos magdalenas bordeadas de ligero chocolate por arriba, parecía nocilla. No tardó ni cinco minutos en acabarselo todo, y fue corriendo a vestirse, a dejarlo todo preparado para salir zumbando lo antes posible de aquella ciudad; ya sabían que se encontraba allí. Tenía que huír. Por muy grande que fuera aquella ciudad, ya le seguían la pista, New York ya no era segura...

      A los pocos minutos caminaba por las calles con una mochila echada al hombro, una maleta pequeña arrastrada por unas ruedecillas y en la mano una jaula de viaje donde iba el gato, dormido por la pastilla. Si tenía que correr en caso de alerta, no podría hacerlo muy bien ya que iba cargada de arriba a abajo. Mientras caminaba, pensaba un destino, no su pueblo natal donde impartía las clases, otro destino en el que pudiera desmantelar todo aquel asunto, con la ayuda claro esta de muchos de sus contactos, entre ellos hacker y un  buen escuadrón. La cosa estaba yendo muy lejos y la policía no intervenía en nada desde aquel terrible vasallaje en el instituto. Pensaba también en Tina, su pobre y asustada alumna, y la recordó con mas anhelo aún; una chica de diecisiete años, le tenía gran aprecio igual que a los demás alumnos de su clase aunque era un poco rebelde, todos querían estar con ella, Tina tenía su estatus en el instituto y gran parte le venía por la belleza, era una chica guapísima. Que raro fue todo. Las bombas o lo que fueran eso, el gas en el pasillo. ¿con que fin?. ¡Eran niños, adolescentes en vias de desarrollo a la madurez, pero niños igualmente!. No puede ser que solo salieran vivas Tina y ella, seguro que habrían más, los chicos del laboratorio de química, seguro que están vivos, tiene que haber alguien más. Se enfrentaba al reto más grande, más peligroso y mortífero en su vida. Una sucesión de extraños acontecimientos que la volverían loca a ella y a la gente de su alrededor. Había estudiado psicología, pero no podía controlar esos miedos tan profundos que la devoraban por dentro, el que pasará la inquietaba tanto, que a veces le daban ataques asmáticos de la angustia que le entraba. En más de una ocasión había pensado en el suicidios por todo aquello, pero no podía permitir que los que estaban provocando aquello ganaran. No, iba a luchar, a luchar hasta el final. Se deshizo de todos sus pensamientos y se centró en su alrededor, miró a la calle abarrotada de gente, donde había varios taxis aparcados y se dirigió a uno de ellos. Le vino su siguiente destino a la cabeza, así de repente. Iría a París si, a Francia, siempre le había encantado. Allí iría, ya estaba claro. Se montó en el taxi, acurrucó todas las cosas como pudo al lado del asiento y le dijo al taxista que la llevara al aeropuerto. Las ventanillas del coche se subieron, y le vino un olor a marihuanna muy profundo. Ella extrañada, pensaba que se habría fumado algún porro, pero no le dio importancia, ya que en su juventud ella también había probado alguno. Los pestillos de las puertas se cerraron al poco tiempo automaticamente y empezó a sonar una canción en la radio. El conductor, un joven de unos treinta años, la miró a los ojos y le enseñó una sonrisa. Guapo, los pómulos atracticos y unos ojos azules, acompañado de una barbita de tres días; a Marissa se le hizo irresistible. Estaba asustada, la sonrisa que le echó no le provocaba buena espina. Arrancó. Marissa intentó relajarse y miró a su gato dormido, el cual le había regalado un amigo íntimo suyo, un muy buen amigo, con el que a veces había tenido alguna que otra relación sexual; había mucha confianza entre ambos, perfectamente habrían podido ser pareja, pero a él le gustaba tener a más de una mujer a su vera, solo eran eso ''amigos''; el regalo del gato fue maravilloso por su parte. De pronto, ella notó que la velocidad a la que iban no era normal, atravesaban New York más rápido que la media de coches. Marissa se echó un poco hacia adelante y logró mirar hacia el volante, un poco más arriba pudo ver la velocidad. Conducción temeraria, iban a doscientos kilometros por hora. Se asustó y le dijo al conductor que reduciera la velocidad, pero este no le hizo caso y subió el volumen de la música. Le entraba por los oídos con mucha energía. Llegó a la conclusión de que el tio estaba emporrado pero bien o estaba un poco majara; una de dos, o las dos al mismo tiempo. El conductor se soltó de manos, bajo la ventanilla con la música a tope y comenzó a tocar las palmas con el coche a toda pastilla. Los demás conductores de la carretera le iban pitando de vez en cuando y Marissa iba muy asustada. Le daban ideas de saltar del coche, pero estaba el pestillo echado en las puertas. ¡Iban a matarse!. La jaula del gato se movía a los lados de vez en cuando. El conductor miraba por los retrovisores todo el tiempo.

   - ¡Chiquilla mia te llevan siguiendo todo el tiempo y lo he comprobado, al meterme por varias calles!.

    -¿Que?. Nose de que me habla...

    - Tranquila, estás en buenas manos, intento despistarlos. No te cobraré el importe de demás guapa.

    - Gracias. Pero me he asustado al principio.

     El conductor no la contestó y siguió con lo suyo. La seguían, empezó a asustarse y no quiso mirar por la ventana de atrás. Agarró el teléfono, y empezó a llamar a alguien. Nada, nadie contestaba, le salía el contestador. Volvió a hacerlo, esta vez si contestaron, la voz que sonaba al otro lado del teléfono estaba asustada.

      Mari, han venido a mi casa, unos tipos y me han tirado el ordenador, después me han dado una paliza y me han dejado tirado. Lo saben, saben que he descubierto donde se localizan, donde realizan los planes. Son muy listos. ¡Ah, una cosa más!. Estarán en el aeropuerto, se han hecho con algunas líneas de avión. ¡Lo controlan todo!. Yo me abro, no puedo seguir. Lo siento mucho y cuidate.

     Antes de que pudiera decir cualquier palabra, Robert le colgó el teléfono. Él también estaba asustado, lo había dicho en ese momento, luego se le pasaría. El taxista frenó en seco en la autovîa, produciendo un caos en la carretera. Se encontraban en un puente gigantesco y debajo había un pantano. Miles de coche pitaban mientras frenaban. Un camión intentó frenar, y golpeó a otro coche por atrás, un mercedes blanco, parado un poco más atrás de ellos. El golpe fue bestial, produciendo un accidente con algunos coches más. El mercedes salió disparado, rompiendo los quitamiedos de la autovía y la barrera. Se quedó suspendido la mitad en la carretera y la otra mitad sobresalía para caerse al agua. Así se quedaron. El taxista giró la cabeza y le hizo un guiño a Marissa, señalando el coche.

    - ¡Directos al aeropuerto mi nena!. Ya no te molestarán.

     Marissa se quedó mirándola con la boca abierta, al final no estaba tan pirado como parecía. Ya tenía el camino libre hacia su destino. Pero tenían que ser rápidos, muy rápidos.

Tiempo de miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora