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—Bien, desde la primera posición a la segunda —instruí.

Mi voz se elevó para ser oída sobre el clásico compás de Bach sonando por el sistema de sonido elevado. Pequeñas bailarinas vestidas con mallas de varios colores se retorcían y se reían en vez de asumir las posiciones correctas.

Mirando el reloj, soplé algunas hebras errantes de pelo oscuro que se habían escapado de mi apretado moño para sacarlas de mis ojos. A falta de sólo cinco minutos antes de que la clase de danza se acabara y empezaran las vacaciones de verano, no sé por qué me molestaba con alguna instrucción.

Sus mentes estaban a kilómetros de distancia—. Chicas, ¿alguna me está escuchando?

—Sí, Señorita Lane —replicaron obedientemente.

—Bien. Entonces vayan a empacar pronto. Luego pueden bailar libremente durante los últimos minutos.

Grititos ensordecedores de deleite aumentaron en la sala. No había nada que les gustara más que ser capaces de hacer el tonto frente a los espejos al final del día.

No pude evitar sonreír por su entusiasmo. Faltaban cinco minutos para empezar el mismo ritual veraniego que había hecho toda mi vida.

Abandonaría las comodidades de casa en Marietta—un suburbio de Atlanta— por las montañas salvajes de North Georgia. Cambiaría los libros de la universidad, junto con mis tutús, por el tiempo familiar extremo y mi trabajo de verano en Mountain Orchard and Brewery de Maudie.

Una vez que la última niña me dio un abrazo y recogí bastantes regalos de fin de año de los padres, entré al baño para quitarme mis mallas negras y la falda y ponerme unos pantalones cortos. Cuando me puse mi ropa doblada en mi bolso, mi celular sonó por un mensaje de texto.

—Papá —murmuré sin siquiera mirar la pantalla. Aunque mi cumpleaños número veinte estaba a sólo unos días, mis padres sobreprotectores lo pasan mal al  saber que ya no soy su niñita.

En lugar de ir yo sola fuera de la ciudad, me recogerían. Decían que tenía más sentido financiero que fuera con uno de ellos, ya que teníamos dos autos en nuestra casa de verano, pero yo tenía más conocimiento.

Era porque ellos querían ser padres sobreprotectores y asfixiantes. Tirando mi bolso sobre mi hombro, agarré mis maletas y le di una mirada final a mi estudio antes de salir. El camión de bomberos de papá, rojo, Volvo y convertible, estaba en el bordillo.

—Hola, nena.

Salió del asiento delantero para ayudarme a cargar mis regalos y bolso en el camión.

—Parece que volviste a acumularlos hoy —musitó. Sonreí. —Eso creo.

Tengo suficientes tarjetas Starbucks para todo el verano.

—Y afortunadamente Ellijay se ha hecho más civilizado al construir uno.

—Lo sé. Gracias a Dios. Cuando me abroché el cinturón de seguridad, papá dijo—: Mamá acaba de entrar en la interestatal, así que no está muy por delante de nosotros.

—Suena bien.

El teléfono de papá sonó en ese momento y tuvimos que pasar treinta minutos envueltos en nuestras conversaciones sociales individuales. Cuando finalmente colgó, me miró con una sonrisa.

—Ah, huele ese hermoso smog libre de oxígeno. —Inhaló intensamente, tragando el aire como un hombre ahogándose que acaba de llegar a la superficie del aire.

Probablemente, hubiera hecho algo de verdad mortificante, como sacar su cabeza por la ventana como un perro, pero no tenía mucho sentido hacer eso en un convertible.

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