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No puedo describir lo que se siente al tener que saltar en el aire desde una roca sólida. Mis piernas se agitaron desesperadas por conectar con algo.

Comenzamos una caída libre, con el aire corriendo hacia nosotros mientras el agua se acercaba. Nuestra ropa y pelo azotaban y se ondeaban contra nosotros, pero durante todo el camino, Harry no soltó mi mano.

Sólo nos separamos cuando nos sumergimos en el agua. Caí en picado a través de las oscuras profundidades del río. Cuando mis piernas se deslizaron a lo largo de la parte inferior, abrí los ojos y busqué la luz por encima de mí, desesperada por llegar a la superficie y a Harry.

Empecé a patalear frenéticamente y a bracear, forzándome hacia arriba. Cuanto más me acercaba a la luz, más lejos parecía estar. Mis pulmones ardían y dolían por la falta de oxígeno.

En silencio, le agradecí a Dios que Harry llevase el oro, o creo que podría haber continuado hundiéndome. Cuando por fin salí a la superficie, tragué una bocanada de aire, resoplando y chisporroteando.

Las rugientes aguas rápidas me lanzaron de un lado al otro, hundiendo mi cabeza y haciéndome tragar agua. Una vez que conseguí alzar mi cabeza de nuevo, pataleé con todas mis fuerzas para mantenerme a flote.

—¡Harry! —grité, buscándolo en el agua.

Estiré el cuello, buscando frenéticamente una señal de él. No lo podía encontrar, y una ola de miedo cayó sobre mí. Finalmente su cabeza salió a la superficie un par de metros por delante de mí. Mi corazón se reavivó mientras la felicidad se apoderaba de mí. Los rápidos empezaron a calmarse y a fluir suavemente. Harry nadó junto a mí.

—¿Estás bien?

—Creo que sí. ¿Tienes el oro?

Acarició la bolsa a su lado. —Todavía lo tengo. —Sonrió—. Te dije que confiaras en mí, ¿no es así?

—Sí.

Harry me agarró en un abrazo de oso y me dio la vuelta en el agua.

—No me puedo creer que hayamos acabado de saltar de ese jodido acantilado.

—Yo tampoco —grité, antes de disolverme en una risa histérica—. Y realmente estamos vivos.

—Nunca dudé de que lo lograríamos, ni por un segundo.

—¡Ja! Fácil para ti decirlo, Señor Solía-saltar-de-los-aviones-en-el-ejército.

Dio un resoplido indignado. —Uh, no, ése es un juego de pelota totalmente diferente, listilla. Yo tenía una pequeña cosa llamada paracaídas en ese entonces. Nosotros estábamos en caída libre hacia la nada.

Incliné la cabeza hacia él, bebiendo de lo lindo que era cuando estaba enojado. En lugar de discutir con él, las enloquecidas endorfinas que bombeaban por mi sistema, querían una cosa. A él. Piel sobre piel con sus labios sobre los míos. Ni siquiera me detuve para cuestionarlo. Agarré su camisa mojada y tiré de él hacia mí.

—Teniendo en cuenta que ésta ha sido la tercera vez que casi hemos muerto en las últimas cuarenta y ocho horas; ¿no vas a darle a la chica un pequeño beso de victoria?

Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. —Ooh, Princesa, creo que me gusta lo que hace en ti lo de caminar por el lado salvaje. —Agarré su apretada camisa y me apoyé en él.

Alzó sus manos para ahuecar mi cara y entonces, el calor de su boca estuvo en la mía. Nos besamos durante unos momentos felices que hicieron que haber saltado del acantilado valiera la pena—. Maldita sea. Sabes bien —murmuró contra mis labios.

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