Capítulo 26

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26

Cuando llega la desgracia, nunca viene sola, sino a batallones.

—Hamlet, William Shakespeare.

Noto mi cuerpo muy lejos de mí, muy pesado y cargante. La densa niebla me nubla la vista, mi garganta me raspa, haciéndome sentir como si un jardinero me la estuviera rajando con un rastrillo. Un lujoso vestido de sangre me envuelve, y su olor metálico me embota la cabeza. Mis pasos suenan lejos, muy lejos; mi respiración peligrosamente superficial. Estoy ardiendo, quemando, fundiéndome con este paisaje destrozado. Solo quiero tumbarme en el suelo y esperar la llegada del infierno.

—Vamos —Noah me agarra débilmente del brazo para ayudarme a seguir. Está en un estado deplorable: el brazo izquierdo le está sangrando, la sangre lo cubre como una manta y ensucia su pelo negro; el mono militar está desgarrado y con varios cuchillos extraviados. También jadea y se le nota el cansancio y el sufrimiento en todo su ser.

Dejo que me guíe hasta que despistamos a Los Blancos, y nos escondemos dentro de un edificio que antaño debió de ser el cine Capitol. Nos escondemos detrás de las mesas de las palomitas y nos derrumbamos en el suelo. Jorge, Dan, Noah, la mujer y  el chico somos los únicos que hemos salido con vida, apenas quedamos la mitad de los que salimos. Estoy templando y empiezo a respirar con fuerza.

—¿Estáis todos bien? —Resuella Jorge.

Todos asentimos.

—Noah tiene el brazo fastidiado —agrega el chico —Ash— desde la esquina más apartada de mí.

—No es nada… —Replica Noah.

—Tío, o te lo curas, o se te va a infectar —dice Dan sin aliento por la carrera.

Atraigo mi mochila muy lentamente. Me duele todo. Abro la cremallera y saco una de las camisetas que había cogido de la tienda y la rompo hasta conseguir un montón de tiras de tela. Le lanzó una a Noah y dejo las demás en el centro del círculo en el que estamos colocados. Dan coge uno y se lo enrolla en el muslo, donde tiene el corte más sangriento; Jorge se limpia la nariz ensangrentada y el chico coge uno y empieza a limpiar cómo puede un corte sanguinolento en el abdomen.

—Gracias —dice Noah, e intenta hacerse una lazada con la tela en el brazo herido.

Al ver que no puede, hago un esfuerzo en incorporarme y me acerco a su brazo. Él deja caer la mano con el pañuelo, que cojo y se lo ato con el mayor cuidado posible. Él hace una mueca, pero no dice nada.

Me levanto con las piernas templando como gelatina y me dirijo a la nevera —que no funciona— para ver si sigue habiendo algo que sirva.

—¿A dónde vas? —Pregunta Noah con una voz demasiado baja.

—A ver si hay agua para beber y limpiar las heridas un poco —explico.

Noah asiente y echa la cabeza hacia atrás cerrando los ojos. Todos estamos al borde de la desesperanza tirados aquí, medio muertos y sin atrevernos a volver a salir por miedo a que ellos sigan ahí fuera, esperándonos.

Abro la nevera y, para mi sorpresa, está llena de botellas de agua y de refrescos. Cojo siete botellas de agua y vuelvo con los demás, entregando a cada uno una botella.

—Gracias, novata —me dice la mujer. Asiento y sonrío.

—Deberías lavarte un poco esa cara, que pareces Carrie, la del libro de Stephen King —Dan intenta bromear, es algo que se agradece en estos momentos, aunque rápidamente vuelve a cambiar la sonrisa por una expresión preocupada.

REFUGIO ( #1) [EDITANDO]Where stories live. Discover now