Capítulo 32 [ÚLTIMO CAPÍTULO]

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¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!

—William Shakespeare, Ricardo III

Las gotas de agua nos convierten en charcos.  El agua pega la ropa a mi cuerpo, haciéndola parecer una segunda piel. Mis ojos apenas pueden abrirse por la brutalidad de las gotas al caer, y la boca se inunda. Noah va delante con la pistola en la mano apuntando a nada en particular; yo estoy juste detrás de él, con la daga en la mano y agarrando el dobladillo de su camiseta empapada. Seguimos caminando sigilosamente, pegados a las paredes de las calles.

Nos paramos en el portal de un edificio de pisos color rosa chillón, y nos escondemos mientras dos Blancos cruzan la calle, pero Noah encaja un cilindro negro en la punta de su pistola —un silenciador— y apunta a la cabeza del primer Blanco. Su cabeza estalla en un baño de sangre y otras cosas en las que no quiero pensar. El compañero se gira alarmado, cogiendo el fusil de la espalda, y mirando hacia todas partes. Noah apunta de nuevo y le da entre las cejas. El Blanco cae despaldas en un charco de sangre que, mezclado con el agua de lluvia, parece un charco de vino.

Salimos del portal y caminamos hasta llegar a un pequeño establecimiento que está situado en una esquina. Reconozco este sitio: es donde venía con mis amigos a compras caramelos y patatas de bolsa. Me giro para observar el lugar en donde estamos, y me doy cuenta de que a dos manzanas de aquí es —o era— donde vive —o viví, más bien— mi mejor amiga.  Los Blancos se la llevaron durante una mañana de verano en la que estaba paseando por la calle, nadie más supo de ella. Su familia fue pronto aniquilada por Los Blancos. Se me hace un nudo en el estómago al recordar a mi amiga… ¿qué habrá sido de ella?

Noah aparta la puerta atrancada y entra primero. Me hace una señal cuando ve que no hay peligro, entro. La tienda está patas arriba, con la mayoría de las estanterías tiradas por el suelo.

—Yo me encargo de guardar las latas que encuentre; encárgate de lo que podamos necesitar —Noah desaparece por un pasillo y yo me voy por el otro.

Camino con cuidado de no pisar ningún alimento, que, aunque muchos de ellos ya estén caducados o caduquen muy pronto, sigue siendo comida… y la comida no se pisa. Llego a uno de los estantes que no están caídos y veo que los paquetes de huevos siguen intactos. Cojo uno y lo meto en un de las mochilas que llevo. Por la fecha que pone, los huevos están caducados, pero los huevos no caducan. Me lo dijo mi profesora de biología, los huevos tienen una fecha preferente de consumo, pero no se pudren ni te pones enfermo cuando comes huevos caducados, como las magdalenas o los yogures.  Cojo varios paquetes de cada cosa —de miel y de pasta… sobre todo de pasta—, y busco a Noah.

Cuando llego al pasillo donde está la comida enlatada me encuentro con una imagen muy desagradable: una Blanca tirada en el suelo bañada en un charco de sangre, y Noah arrodillado a su lado, hurgándole los bolsillos.

—¿Qué haces?

La cabeza de Noah se gira y veo un corte sangrante en la mejilla.

—Ha intentado matarme, pero yo he sido más rápido —saca la mano del bolsillo delantero de la chaqueta de la mujer. Con ella saca unas cuantas balas y unas llaves de algún coche. Noah tiene la mano llena de sangre.

—¿Y cómo es que no he escuchado ningún ruido de lucha? —Empiezo a dar golpecitos con los dedos en mi muslo.

Noah levanta la pistola con el silenciador.

—Me ha clavado una navaja en la mejilla y rápidamente le he pegado un tiro en el estómago —baja la mirada tristona al cuerpo inerte de la Blanca. Se levanta y coge la mochila, que está a punto de reventar. Se acerca a mí y me coge delicadamente de la mano y nos damos la vuelta para salir del establecimiento.

REFUGIO ( #1) [EDITANDO]Where stories live. Discover now