A pesar de haberse dado el permiso de dormir menos para poder estudiar, Oikawa se levantó tarde para ir a clase. Se había prometido hacer lo contrario, obedecer al reloj y llegar a tiempo. Pero corrió con los pantalones medios hechos, la mochila con pocos libros aplastando su uniforme del trabajo. Poco digno de alguien como él, que abogaba por la perfección.
Su madre ya se había marchado al trabajo y le dejó el desayuno en la mesa de la cocina, pero no lo vio. Corrió a un lado de él como un hombre poseído y, tratando de no tropezarse con la salida de la casa y los tacones de su madre, se puso los zapatos lo más rápido posible. La brisa fresca de la mañana que entró por la ranura de la puerta le recordó en dónde estaba, pero fue la luz del sol lo que lo había desconcentrado tanto. Identificaba muy bien los niveles de intensidad del astro rey por las horas. Gracias a su tropiezo, tendría que caminar en la empedrada calle de la vergüenza... y la insolación.
—Lo sabía... lo sabía, lo sabía, lo sabía.— Habló en voz alta como si alguien más estuviera frente a él, alegándose la propia mediocridad. ¿Qué tipo de estándar estaba poniéndose si o único que lograba era deshacerlo todo con su falta de voluntad?
Alto.
Un minuto.
Cerró los ojos, todavía sentado en la entrada de su casa. Necesitaba respirar.
Aún no salía. Esperó a que la emoción se asentara en el borde del músculo para que pudiera correr cuando lo necesitara. Ahora no podía usar el pánico. Ahora no. Después. Después quizás. Ahora tenía control, tenía las manos en la masa, estaba haciendo algo: construía. ¿Qué tal si los puentes que tanto tiempo le había tomado trabajo en planear se deshacían sobre sus manos débiles y temblorosas?
—Ya.— Hartó de su propio dramatismo, usó la fuerza de la urgencia para levantarse y salir de esa casa. El vecindario, paciente, dio bienvenida a sus pasos fuera de casa con el sonido de la calle. Oikawa pasó saliva. Todavía no le ardían los ojos. —Anda, tienes cosas que hacer.— Planeó su día alrededor de un par de acciones específicas que asegurarían su supervivencia. Ir a la escuela, entregar sus tareas e ignorar los mensajes de Iwaizumi. En ese orden.
Quería que pasara el día y aunque también se había prometido enfocarse a las cosas en lugar de colgarse de la mala suerte que le cayó encima desde la mañana; Oikawa no habló en clase, se tropezó dos veces en las escaleras de uno de los edificios y contestó a todos y cada uno de los mensajes del chico que le tomó fotos en el supermercado.
Issei se convenció, cuando trató de hacer conversación con él fuera de clases, que quien sea que estaba ocupando el cuerpo de Oikawa no sabía manejarlo. No estaba ahí con él. Se encontraba en otro lado, con la cabeza dispersa y los ojos acuosos, suaves. Asqueroso. Había fantaseado por más tiempo del normal y lo peor de todo, se la pasaba suspirando.
—Oikawa.
—¿Mmm?
Torció la boca, Tooru se enfocó al café frío que tenía en las manos. Era como si buscara la estimulación ajena para despertarse.
—Oye...¿Estás seguro que no necesitas que te acompañen al café?
—Nah, no te preocupes.
—Estás más distraído que de costumbre.
—¿Eh? Claro que no.
—Oikawa.
Respondió con verlo a los ojos. Matsukawa pasó saliva. Se sintió amenazado, como quien ha descubierto ausencia de luz en una habitación que antes estaba llena de focos. ¿Habría pasado algo con el chico del café? Abrazó sus piernas. La banca que estaba afuera de la biblioteca permitió el gesto. Tooru se quedó observándolo. Cada movimiento era digno de análisis.
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Sin Azúcar
ספרות חובביםOikawa conocía su perfil. Iba todos los miércoles sin falta y pedía exactamente lo mismo. Era guapo, fuerte y tenía un gusto peculiar para el café. Extrañamente y aunque Oikawa quisiera explicarlo, no sabía porqué le había puesto los ojos a un hombr...