Capítulo 19.

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Esa noche casi no durmió. Rodó y giró por la cama una y otra vez, recapacitando sobre lo que había hecho. Ella quería a su hija, y por supuesto que quería verla feliz, pero, sin querer sonar mala madre, ¿realmente el ver a Sophie feliz un par de horas era suficiente motivación para montar la comida y fingir que todo estaba bien? En algunos momentos de la noche se planteó llamar, cancelarlo todo y decirle delicadamente que no volviese a asomar la nariz por allí, pero aparte de que estaba convencida de que más tarde se arrepentiría, no tenía su número de teléfono, ni siquiera recuerda si antes, cuando todo parecía tan maravilloso y romántico, tenía su número, pero por lo menos ahora no estaba en su poder.

A la mañana siguiente, mientras preparaba algo para desayunar, rezó a todos los santos para que como por arte de magia Sophie se hubiese olvidado de todo, pero por supuesto que eso no pasó. Tras sentarse a la mesa, medio adormecida y darle los buenos días, su hija no tardó en preguntar sobre Dean, por si había habido un cambio de planes, a lo que Kelly no tuvo más remedio que responder que todo seguía igual que anoche. Sophie se alegró bastante, demasiado para su gusto. Así que se resignó, qué más podía hacer sino. Asumió que tendría que comer con él y, asumió también que tendría que poner su mejor cara, aunque seguramente eso último no acabaría bien.

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Seguía sin creérselo. Si no fuese porque le iba a quedar la marca, se hubiese hecho un corte en el brazo para probar que no estaba alucinando -una forma radical de saber si está soñando o no-; así que simplemente se acercó a un viandante y le pidió cortésmente que le diese un pisotón. Se pensó que el chico tendría reparos de hacerlo, después de todo, no todos los días un desconocido te pide que le inflijas daño, pero nada más lejos de la realidad, el chico -que no debía llevar un buen día-, no se lo pensó dos veces y le dio un buen pisotón que seguramente le desfogó. Dean blasfemó en su mente, tuvo ganas de pegarle en la cara, pero se contuvo dado que fue él mismo quien lo pidió. Finalmente, ya seguro de que no estaba en trance, y con un incómodo dolor en su pie, volvió al motel.

Al despertar, se lo volvió a plantear todo nuevamente, pero el dolor que sintió en su pie al apoyarlo en el suelo le hizo percatarse de que, efectivamente, no había sido un sueño lo de ayer. Se rascó la cabeza y bostezó mientras se ponía en pie y revisaba su habitación de motel. Entre el dolor de su pie y lo agotador que había resultado cazar a la gárgola, nada más llegar a la habitación se desvistió y metió en la cama, no tardó demasiado en dormirse. Se revisó el cabello en el baño y, como supuso, parecía un erizo con cada pelo apuntando en una dirección diferente. Se pasó la mano por encima sabiendo que eso no lo arreglaría, ya se encargaría de ello después.

Encima de la mesa tenía la funda negra en la que llevaba el portátil, tiró de las cremalleras y sacó el dispositivo de dentro para abrirlo sobre la mesa. Todavía no había hablado con su hermano, y tenía que contarle que lo de la gárgola estaba resuelto. Mientras el ordenador se iniciaba y le dejaba entrar en la aplicación para realizar videoconferencias suplicó que su hermano estuviese en línea. Por suerte, el signo que indicaba si la persona estaba conectada le daba una afirmación clara a Dean. Deslizó el dedo por la zona táctil del portátil y movió la flecha por la pantalla hasta el icono de la cámara que había debajo del nombre de su hermano, pero antes de que pudiese pulsar, su pantalla cambió y el nombre de su hermano salió en grande y con los iconos de aceptar o rechazar su llamada. Rápidamente la aceptó. Su hermano apareció como siempre en la pantalla junto al mismo fondo de habitación de motel. A diferencia de él, su hermano ya estaba vestido y seguramente preparado para salir.

- Buenos días -dijo Dean.

- ¡Me tenías preocupado! -le recriminó sin esperar. Dean puso sonrisa cínica- ¡Podrías haberme llamado!

Entre Dos VidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora