Epílogo.

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Movió su cabellera rubia a un lado para que no le molestara. Revisó la pantalla de su móvil, cerciorándose de que no había novedades de ningún tipo mientras atravesaba el último tramo de pasillo. Siguió a la turba de adolescentes que avanzaban con ansias hacia la salida pensando en la aburrida tarde que les esperaba haciendo algún ejercicio de sus respectivos libros.

Se ajustó la mochila para que no le molestara en la espalda. Registró con la vista cada palmo del aparcamiento a la expectativa de ver el ya típico coche blanco que la solía esperar de vez en cuando una vez acababa su tortuoso día. Sin embargo, esta vez divisó un coche negro con unos cuantos años ya en su carrocería. Se extrañó, rara vez lo veía. 

Recortó la distancia entre ella y el vehículo e instantáneamente abrió la puerta del copiloto para meterse dentro. Una vez en el interior, un hombre con el pelo ligeramente engominado y una camisa de cuadros conjuntada con un par de vaqueros, le dedicó una sonrisa. La acercó a él y le dio un sonoro beso en la frente que ella aceptó de buen grado.

- ¿Qué tal el día, cariño? -preguntó en lo que arrancaba el coche y se disponía a salir del aparcamiento. 

- Lo de siempre. Harta de todo lo que me ponen para estudiar... -se pasó las manos por la cara, resoplando. 

- Bueno, ya sabes que es lo que toca si quieres llegar lejos en la vida -maniobró por la carretera- Supongo que querrás llegar más lejos que yo -vaciló él. 

- Siempre me dices lo mismo. 

- No es ninguna mentira -alegó- Venga, sonríe un poco. ¡Es tu cumpleaños! Deberías estar saltando de emoción. 

- Perdona, pero mi maravilloso profesor de Química no me lo permite -sonrió, sarcásticamente. 

El conductor rodó los ojos con pesadez. Y según iban pasando los años, ella no cambiaba ni una pizca... 

En pocos minutos, llegaron a su casa. Aparcó el coche y ambos se bajaron. La chica rebuscó en su bolsillo las llaves de casa. Se adelantó a su padre y abrió primero. Al entrar, se encontró de frente con un cartel que traía: "¡Felices 17, Sophie!" junto a una ruidosa bienvenida en forma de también felicitaciones. 

Antes de poder poner un pie dentro de casa, Bianca se acercó a ella y le dio dos besos en las mejillas mientras la abrazaba fuertemente, diciéndole lo mucho que la quería y lo orgullosa que estaba de ella. Segundos después, fue Lía quien se abalanzó sobre la cumpleañera para darle otra vez la enhorabuena. Ella les devolvió las muestras de afecto a ambas. Miró a su padre que observaba todo el escándalo desde fuera; le taladró con la mirada acusadoramente, pero él se limitó a negar silenciosamente con una burlona sonrisa en el rostro. En aquellos ojos verdes podía ver reflejada la emoción que sentía por su cumpleaños. Algo dentro de ella se removió, pensando en todo lo que le importaba.

Lía y Bianca la guiaron hasta el jardín. Allí, su madre la esperaba con una mesa puesta y un montón de comida con más decoración especial por ser su día. Su madre -que ya la había felicitado y llenado de besos por la mañana antes de irse al instituto-, volvió a repetir el proceso, llenándole la cara de besos a los que ella tuvo que ceder. 

Miró el número de platos y no le salían las cuentas.

- Sobra uno -afirmó hacia su madre. Ésta sonrió mirando hacia una esquina.

- ¿Ya me quieres echar de la casa? -preguntó una voz grave que rápidamente supo reconocer. Se giró y vio a su metro noventa de tío aproximándose hacia ella con los brazos abiertos. Ella corrió a su encuentro. 

- ¡Tío Sam! -gritó, efusiva. Sophie no estaba acostumbrada a ver al hermano de su padre. Sam normalmente se pasaba las semanas viajando por el país haciendo un trabajo que ya le habían explicado varias veces, pero del que nunca se acordaba, así que solamente le veía de vez en cuando. 

Entre Dos VidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora