Cuarta Sesión.

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Mini-maratón 2/4.
🌚🌚🌚🌚.

Reynols cruzó la pesada puerta de metal con lentitud. Miró con cierto aire de enojo al chico de piel pálida, la cual, ahora estaba “ligeramente” decorada por coágulos de sangre y moretones.

—Stuart, Stuart, Stuart. —dijo negando, sentándose frente a él. — ¿Qué sucedió?

— ¡Oh, eso es fácil de explicar! —afirmó. —Yo me desperté en la noche y quería orinar. Fui un tonto, ¿Si? Me caí por las escaleras.

—No mientas. —el menor bajó la mirada. — ¡Te dije que no podías ver a Murdoc!

El peli-azul comenzó a llorar, mientras miraba como el oficial caminaba de un lado a otro. Reynols era la única persona a la que llegó a considerar un “amigo” y ahora, estaba seguro de que lo había decepcionado.

—... ¡Por favor, entiéndeme! Quería ver a Murdoc, ¡Lo amo! ¿Acaso tu no harías una estupidez por amor?

— ¡Y mira hasta donde te ha llevado tu estúpido concepto del “amor”!

— ¡Murdoc me ama!

— ¡Eres desechable para él! —afirma.

— ¡Eso no es cierto!

— ¿¡No lo es!?

— ¡No!

Era el 23 de mayo.

Stuart se encontraba sentado en una de las sillas del comedor. Su cabeza estaba recostada sobre la mesa. Sin fuerzas, el joven Pot apenas y podía girar la cabeza hacia donde deseaba ver.

—Hey... —escuchó. —Por Satán, Stuart, levanta la maldita cara.

Obedeció con lentitud, recargándose en la vieja silla de madera, la cual, emitió un rechinido.

—Feliz cumpleaños. —dijo el satánico, dándole un beso en la frente.

—... ¿Cumpleaños? —cuestionó, más que confundido.

—Es 23 de Marzo. —lo miró, poniendo un pequeño pastel frente a él.

La mente de Stuart dio vueltas por un momento, ¿Cuánto tiempo llevaba en ese lugar? ¿Su familia no lo buscaba? No lo sabía. Ellos conocían a Murdoc (o al menos el lado bueno de él), sabían que era su novio. De seguro pensaban que se encontraba bien.

—Oh... —sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el regalo de su novio. Sí, todo volvería a la normalidad. Su relación sería buena de nuevo. —Gra-gracias...

—Anda, come. —cortó una rebanada, para luego ponérsela en un plato. —Pruébalo. —se sentó a su lado.

Le sonrió y tomó el cubierto, comenzando a comer el pastel.

—Luego tendrás tu sorpresa. —afirmó.

Se detuvo. Trataba de demostrarle al oficial que Murdoc le había demostrado lo que significaba para él. Quería que se callara.

— ¿Y qué sucedió después? —cuestionó, aún de pie, apoyando las palmas de sus manos en la fría mesa metálica. —Continúa.

—... —lo miró molesto, pasando saliva.

—Responde, Stuart. —le sonrió. Al ver que el mencionado no hizo nada, su sonrisa desapareció y se inclinó hacia él. — ¡Andando, dime que demonios paso! —exigió, golpeando la mesa. — ¡Continúa!

—Luego tendrás tu sorpresa. —le sonrió.

Ahí estaba de nuevo. La maldita sonrisa que Stuart conocía perfectamente. Algo malo venía. Le haría daño.

Negó un par de veces.

— ¡No! No te lo diré.

— ¡Te hizo daño!

— ¡No!

— ¿¡No!?

Se quejó y se aferró con fuerza a la almohada que tenía debajo de él.

—A-ah... —mordió con fuerza su labio. —Murdoc, due-le...

Sintió como mordía cada parte de su espalda que estuviese a su alcance, comenzando a moverse con la misma violencia de siempre, causándole daño.

— ¡N-no, detente! —exigió.

Comenzó a golpear la mesa en repetidas ocasiones, mientras gritaba.

— ¡Basta! —gritó el peli-azul, llevando sus manos a su cabello, jalándolo con fuerza. — ¡Eso no paso!

— ¡Me lo estas contando, Stuart! Claro que paso.

— ¡N-no!

— ¡Admítelo! Murdoc no te amaba antes y mucho menos ahora.

Llevó sus manos a la pelvis contraria, tratando de detener los movimientos del azabache.

Murdoc lo tomó de las muñecas, las cuáles, posicionó a cada lado de la cabeza del peli-azul. Las apretó con fuerza, provocando que Stuart pensara que le cortaba la circulación.

Sintió como los movimientos aumentaron y entró en pánico. Miró como las uñas del contrario se enterraban en su piel. Sus muñecas comenzaban a tornarse de un color morado. Le dolía.

“Deja de luchar...”, pensó al momento en que cayó en cuenta que movía su torso, buscando librarse de aquello.

Poco a poco su cuerpo se fue aflojando y dejó que el azabache hiciera lo que le quería con él.

El menor solo soltaba pequeñas quejas y uno que otro jadeo durante aquel momento. No podía hacer nada. Era débil.

Y aún sostenía la esperanza de que todo eso era una maldita pesadilla.

Cuando despertará, Murdoc lo abrazaría, besaría e irían juntos a un lugar de su agrado. Solo ellos dos.

Sí, eso pasaría. Murdoc iba a cambiar.

Todo quedó en silencio después. Stuart lloraba, sin dejar de ver aquella mesa de metal. No quería mirar a Reynols.

El oficial se le acercó y lo envolvió entre sus brazos, haciendo que el chico de piel pálida se sobresaltara.

Había pasado mucho tiempo desde que sintió la calidez de un abrazo real. Le correspondió, dejando que los malos recuerdos se esfumaran poco a poco.

—No hago esto con el propósito de hacerte sentir mal, Stuart. —afirmó, separándose. —Solo quiero que te des cuenta de lo que Murdoc te hizo. Que abras los ojos. Que lo desprecies por el daño que te causó.

El menor no supo que responder, se limitó a bajar la mirada.

— ¿Seguimos siendo amigos? —cuestionó, mirándolo.

—... —el oficial sonrió al escuchar aquella pregunta. —Si, seguimos siendo amigos, Stuart.

—Hm... —le sonrió y le extendió la mano. —De ser así, Stuart Harold Pot, un gusto.

—Steve Reynols. —estrechó su mano. —Un gusto.

$ting. 『2Doc/TERMINADA』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora