La verdad dolorosa

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Lo más curioso fue que inmediatamente salí del hospital, el único recuerdo que me vino a la cabeza fue el de los efectos de la única vez que tomé drogas. Mientras recordaba cómo fue todo, sonreí mecánicamente, como si estuviese enamorado.

Sin saber dónde vivía, si acaso tenía una familia o amigos, si estudiaba, o alguna otra cosa de mis datos básicos; tomé la decisión más torpe e inoportuna para la ocasión. Quería consumir más, sentirme de esa manera. Olvidar lo que no recordaba, era mi misión. 

Pero, ni siquiera sabía dónde conseguirlo.

Me acerqué a un hombre, quien supuse que tenía ya bastante conocimiento y experiencia sobre el tema.

—Disculpe, señor. ¿Sabe usted dónde puedo conseguir... Drogas?
El hombre rió, parece que por lo consiente que era de mi inocencia. Pero aceptó asesorarme.
—En el centro, niño —dijo con voz ronca de fumador—. Ve al maldito centro de la ciudad.

Después de buscar el centro por horas, me encontré con una casa que me resultaba muy conocida. Estaba tan confundido, que sin pensar en consecuencias, procedí a llamar al timbre. Pero no hubo respuesta.

Me senté en las bancas de afuera, que al igual que la casa; se veían viejas y desgastadas. Estaba ansioso, por alguna razón. Me puse de pie, me acerqué a la puerta y nuevamente llamé al timbre.

Tras unos minutos, una mujer cansada y de aspecto descuidado abrió la puerta. Sus ojos se abrieron de sorpresa y se le iluminaron.

—Joseph, mi amor. —dijo antes de abrazarme fuertemente y con evidente alegría—. Ven. Pasa, pasa. ¿Dónde estuviste? ¡Dios, Joseph! No paré de buscarte.

No entendía nada, hasta que entré en el lugar. Al ver los muebles y sentir aquel ambiente, todos los recuerdos volvieron a mi.

Las peleas, los gritos, los golpes, el humo, aquel día, aquella vida. Esa mujer, esa que parecía sola y triste; era mi madre. Y esa casa, esa sucia, vieja y desgastada; fue mi hogar. Estaba en el lugar donde tan infeliz fui, de nuevo. Pero, ahora todo era diferente.

—Joseph, cariño. ¿Pasa algo? ¡Claro que algo sucede! Dime, muchacho ¿dónde estuviste todo este tiempo? Las cosas han cambiado, ¿sabes? Creo que ya lo notaste...
—Ma...mi. ¡Mamá!
—Hi...jo —dijo imitándome sonriente—. Estás muy raro. Y tenemos que hablar de todo esto —ahora no sonreía y parecía preparada para lo que diría a continuación—. Como puedes ver, solo quedamos tú y yo. Tu padre, nunca volvió. Y Chris, tocó fondo —dijo levantando la mirada para dejar salir las desesperadas lágrimas que ya no podía contener—. Tu hermano murió de sobredosis. Por otro lado, hay buenas noticias —sonrío nuevamente, no mucho—: tu hermana está bien, ahora vive en un apartamento con su esposo, un hombre encantador. Y yo, estoy aquí, sola. No estoy muy bien si te soy sincera, hijo. —dijo para finalizar, y luego acariciar mi cara con cariño materno.

Ella esperaba impaciente mi respuesta, su desespero era evidente. Pero yo no tenía palabras, estaba intentando procesar muchas cosas. No tenía noción del tiempo. Solo podía pensar: ¿cuántos meses, tal vez años, estuve en el hospital?.

Nuevos recuerdos me invadieron. Mi abusivo padre, mi hermano, lo mucho que dolía verlos así. Fue de esa manera que recordé el porqué  había sucedido todo, el porqué había terminado en el hospital, el porqué había llegado a mis límites. Tantas cosas, tanto desespero, tanta presión; acabaron con lo que fuimos y pudimos llegar a ser como familia. Entendí lo que conocía, pero nunca me atreví a ver con los ojos de la realidad.

—Entiendo que todo esto sea difícil, mami. Pero has sido siempre una mujer muy fuerte, y ahora todo ha acabado, debes ser libre y disfrutar de lo poco que nos queda. Debes, tienes —casi grité— que vivir.
Ella estaba sorprendida y finalmente dijo, tras tragar saliva notablemente y sonreír en un intento de auto-consuelo:
—¿Tienes hambre?

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