Inmortal

46 2 0
                                    

Cada vez tenía menos; pero siempre lograba conseguir algo que me estimulara. Había días que no comía y tampoco sentía hambre. Lily era quien me recordaba que si no iba a buscar comida entre las basuras de un restaurante, moriría.

Para mantenerme sin hambre, el proceso era complicado. En primer lugar, necesitaba dinero, y para conseguir dinero, tenía que matar a alguien de vez en cuando. O robar. O abusar de cualquier oportunidad que tuviera a mi alcance. Los alucinógenos son más baratos que la comida (algunos), por lo que resultaba más efectivo estimularme para olvidar que tenía hambre, pero después de unas horas volvía a sentirme hambriento, entonces tenía que doparme más y aumentar la dosis, para confundirme más, y joderme más. Visto desde este modo, el proceso sería infinito. Yo me drogaría por siempre, y nunca sentiría necesidad de comer, hasta morir de una sobredosis; y yo estaba bien con eso. En realidad, me importaba poco lo que pudiese pasar. Aunque aveces recordaba que tenía que seguir vivo para poder seguir inyectándome y trabándome, y en esas ocasiones era cuando comía cualquier mierda.

Yo no era adicto a nada en específico, sino que necesitaba de todo. Siempre sentía necesidad de marihuana para relajarme, pero estar relajado era aburrido, entonces consumía cocaina (aunque fuera demasiado cara) para subirme las energías, pero era tanta que sentía que la nariz me iba a explotar, y quería correr por todo el mundo, porque estaba muy alterado y confundido, hasta el punto de querer agredirme por lo idiota que me sentía al no saber qué hacer. Era entonces, que tenía que volver a fumar marihuana, para calmarme. Pero si me calmaba, volvía a sentirme inútil ¡y yo quería estar feliz! Entonces se me ocurría que podría ir a comprar popper y follarme alguna zorra necesitada. El problema estaba en que:
1. Ninguna mujer en el mundo quería estar conmigo.
2. No tenía dinero para popper o LSD.

Entonces tenía que resignarme y masturbarme, pero a veces mi pene estaba tan flácido que me enojaba conmigo mismo porque no podía ni tocarme como un hombre normal.

La cocaina era lo que más me jodía, ni siquiera me gustaba, pero tenía que hacerlo o, porque necesitaba energía, o porque mi cuerpo me lo pedía. Eso era normal, y ya estaba acostumbrado. Hay drogas que simplemente no iban conmigo, pero mi cuerpo me manipulaba, y si no le daba lo que quería me enfermaba mucho. Vomitaba, sudaba, lloraba, tenía fuertes dolores de cabeza y me desmayaba.

Una vez, por ejemplo, estaba rondando por la calle. Había robado una motocicleta y tenía suficiente dinero para enloquecerme.

Compré un desayuno en una cafetería y disfruté de él mientras los clientes a mi alrededor se quejaban de mi olor. ¿Qué podía hacer yo?. No podía darme el lujo de comprar un desodorante, afeitarme, bañarme, o lavarme los dientes.

—Vivo en la puta calle —le gritaba a la gente— ¡claro que huelo a culo! ¿Qué esperaban?, idiotas.

Después de haber comido, compré marihuana (que no podía faltar), extasis, eroina, poper, LSD y cocaina. Entonces apareció Lily y me dijo:

—Pero que estás haciendo, ¿acaso quieres morir? Si consumes todo eso, estarás muerto en segundos, Joseph. No lo hagas, por favor.
—¡A la mierda! —grité y levanté las manos al aire, feliz de tener la locura asegurada en mis manos.

Lily se fue, y lo medité. Ella tenía razón. Si me moría, no podría disfrutar del viaje que tenía en los bolsillos. Entonces solo fume marihuana y me metí un pedazo de papel con LSD bajo la lengua. El sabor amargo del ácido me causaba mucha ira, pero aun así esperaba la mejor parte.

Me senté cerca de un andén y me puse a observar los autos. Su continuo transitar me mareaba y empecé a sudar y a sentir mucho calor, un rato después el mundo parecía ser alegre y colorido. Los autos, eran de colores muy brillantes: rosado, azul, verde, amarillo... Y era como si bailaran, tenían una forma redonda y en los parabrisas se formaban ojos gigantes, como si fueran caricaturas. Todos los autos me sonreían y me saludaban. Incluso hubo uno que se estacionó a mi lado y me dijo que le compartiera de mi hierba y eso hice, luego empezó a reírse mucho y me dijo «adiós, viejo», y se fue.

Como estaba tan mareado, me miré las manos, que se habían tornado de muchos colores, yo me reía y decía «que loco, que loco» «vivan las mariposas y las vaginas». De un momento a otro mis manos empezaron a derretirse y sus colores se mezclaron, intenté agarrarlas, pero eran como agua, y se fueron por la carretera. Yo me reí y dije «está bien, loco. No importa, loco. Ellas volverán». Y entonces cuando miré a mi alrededor, la naturaleza también había tomado vida, y los árboles parecían haber fumado mucha hierba, porque tenía las ojos rojísimos y caídos. Todo el mundo parecía quererme, hasta la hierba que decía «¡qué onda, Joseph, loco loco». En ese instante me mareé mucho y sentí mi cuerpo chocar con el suelo. Caí en un sueño profundo. 

En mi sueño, vi a mi madre, estaba en un hospital y le preguntaba a varios doctores por mí, y mis hermanos la consolaban. Luego había un gato inmenso, gigante, verde y con ojos rojos, que decía: «oye hermano, cálmate, mi viejo» y repetía lo mismo una y otra vez. Después me sentí muy mojado, y estaba en el cielo, nadando entre las nubes que se sentían húmedas y suaves.

Cuando desperté, estaba en la orilla de un río, y había perdido todo lo que había comprado.

Solo por probar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora