Una oportunidad

40 1 0
                                    

—...Ni siquiera estás segura. Esto es absurdo.
—¿Pero como no hacerlo? Ha pasado una semana desde que sucedió y nadie ha ido a identificar el cuerpo. Perdió a su familia, no tenía a nadie. Ella fue mi amiga, si no me equivoco. No puedo quedarme de brazos cruzados. Tengo... Que saber.
—¿Y si se trata de una vagabunda más? ¿Y si te equivocas?
—Será entonces una vagabunda con un funeral digno.
—No puedo creerlo, Melany. ¡Ey! Cuidado con ese tipo.
—¡Por dios! Que le ocurre. Parece delirando...
—Seguro está drogado, el inútil.
—Tenemos que ayudarlo, Jonathan.



Intenté ponerme de pie; fallé. No podía creer que había perdido todo lo que había comprado. Tener drogas en mi poder significaba que algo me pertenecía, al menos tendría algo por qué preocuparme, algo para sentirme feliz. Pero tras un viaje, perdí todo.

Me arrastré entonces cómo pude. Necesitaba ayuda. Estaba sediento y débil. Fue cuando un auto casi me atropella, que comprendí que estaba en medio de la carretera. Él vehículo se detuvo y una mujer bajó de él, en compañía de un hombre que lucía gruñón. La chica era joven, supongo que mayor que yo, pero sinceramente, no puedo saberlo con exactitud, porque no recuerdo mi edad. El tiempo ha dejado de existir para mí.

La señorita se acercó, dejando atrás su compañero. Me observó por unos segundos hasta que procedió a hablar.

—Me resultas muy conocido. ¿Cuál es tú nombre?
—No lo sé —reflexioné— Pero parece que tú sabes el tuyo. Luces elegante y cuerda, cualidades que yo no poseo.
—My nombre es Melany. ¿No sabes nada sobre ti? Tu familia, quizá.
—Tengo una madre.
—Todos la tenemos.
—¿La tuya fuma, y está triste? Eso es lo único que puedo recordar.
—Por desgracia y coincidencia, sí. Tú también pareces estar triste. Dime, ¿qué haces aquí?
—Desperté en el río, sin mi droga. Me costó mucho conseguirla. Tengo mucha hambre y frío.
—Me gustaría ayudarte. Puedes venir conmigo.
—Pareces policía...
—Por surte tuya, no lo soy.

Subí al cómodo auto de la dama. El calor en su interior, era algo que extrañaba. Hace mucho tiempo que mi cuerpo no se sentía cálido, solo de manera artificial. O quizá hace muy poco que me sentía de tal manera, ¿cómo saberlo?.

—Acabo de recordar. Mi madre dice que tengo hermanos. Una de ellos está casada ahora y el otro "tocó fondo", murió de "sobredosis", pero no logro entender esas palabras, no recuerdo sus significados. Al parecer también tengo un padre. Él nunca volvió, creo —compartí con ella y el hombre que no había dicho palabra.
—Parece que tenemos mucho en común, mi amigo.
—No soy tu amigo, acabo de conocerte.

La mujer calló.

Intentaba ordenar mis ideas. De repente un deseo de matar llegó a mí. Aquel hombre, esa mirada, ese odio. Pude percibir su incomodidad con mi compañía.

—¿Sabes a dónde vamos? —interrogó la señora mientras me miraba por el retrovisor. Entendí que me hablaba a mí.
—¿Debería saberlo?
—Sí. Es necesario. ¿Sabes qué es un centro de rehabilitación?
—No lo recuerdo. Suena espantoso.
—Es un lugar dedicado a la superación de algunos problemas que suelen tener las personas. Hay quienes son adictos a algo, por ejemplo.
—¿Cómo mi madre con el cigarrillo?
—Exacto, y como la mía también. Tú pareces tener varios problemas; a mí me gustaría que puedas solucionarlos. Allí recibirás orientación y terapias. Te van a alimentar, vas a asearte y te cuidarán.
—Parece que no es malo.

El auto fue estacionado frente a un edificio que lucía deprimente: parecía que iba a ser devorado por el moho. Su arquitectura era mala, algunas cosas no parecían coincidir, como si hubiese sido hecho en apuros.

Entramos por una puerta de metal, lucía fuerte y segura, con muchas chapas y candados. Un hombre cuidaba de ella. Cuando entramos, lo único que había era una gran blanca recepción, con blancas personas. En esta sala, al final, había una puerta, la cual supuse que comunicaba con el patio principal, o el jardín, o la cancha, o lo que fuese que hubiera allí.

—Quiero internar este joven —oí decir a Melany.

Internar. Casi podía recordar esa palabra. Era complicado. Estaba pensando más de la cuenta, y eso ya había dejado de hacerlo. A mi mente vino Chris, aquella cena. Era una de las pocas ocasiones que lo hacíamos en familia. Él parecía estar triste, mamá le preguntó qué sucedía frente a todos. Él inmediatamente cedió a contarnos lo que ocurría. Tenía un amigo, drogadicto como él. Habían internado a su amigo. Chris aseguró que era horrible, que no podía salir, y allí le maltrataban.

—Melany, ¿puedo hablarte? —le interrumpí.
—Dime, ¿qué ocurre? —se acercó ella.
—No puedes internarme. No me conoces. Aquí van a maltratarme —bajé la voz con vergüenza— no voy a poder drogarme.
—No van a maltratarte. ¡Te harán bien!. Tienes que hacer esto.
—Olvídalo, nena.

En el escritorio de la recepcionista, quien escribía cosas en su ordenador, habían todo tipo de lápices y bolígrafos. Tomé uno, mientras todos me observaban. Corrí hacia la pareja de Melany, quien no paraba de quejarse. Le clavé el bolígrafo en el cuello, y corrí tan rápido como pude, dejando atrás un hombre que en cuestión de segundos se desangraría.

Logré cruzar la puerta. Alguien tiró de mí y puso su brazo al rededor de mi cuello. Sentí nauseas. Estaba mareado. Todo se veía borroso. Me desmayé.

Cuando desperté estaba en un auto. Me encontraba en el asiente trasero. Los de piloto y copiloto estaban ocupados por dos... Policías.

Comprendí todo. Recordé.

Pero yo no estaba solo en el asiento. Había alguien en el asiento. Su aliente, frío, por alguna razón, me susurró.

—Lo has arruinado todo. Como siempre. ¿Por qué te haces tanto daño?. Joseph, Joseph, Joseph. ¿Acaso sabes dónde estás? ¿Sabes lo que has hecho?
Reconocí a Lily, justo cuando se puso frente a mí. Su cabeza flotaba en el aire, entre los policías.
—Joseph. Ese es mi nombre. —los dos hombre voltearon a mirarme extraño, luego volvieron, ignorándome—. Gracias por recordármelo. Es difícil olvidar tu nombre ¿sabes? Todo el mundo te lo pregunta y no sabes cómo explicar que no puedes recordar. Es una mierda, Lily.
—Pero a mí me recuerdas. Tu lengua, por ejemplo, es extraña, ¿lo sabías?
—Lo sé, a veces cuando lamía en las entrepiernas de las chicas, ellas decían: que lengua más extraña, Joseph. HOT. Loco como tú y muy caliente. Pero, ¿sabes qué es más extraño que mi lengua?
—Quisiera saberlo. Necesito gasas, enfermera.
—Tú estás aquí, Lily. Yo no estoy drogado, estoy limpio. ¿Como puedo verte, entonces?
—¿Acaso creías que podías verme a causa de tus asquerosas mierdas? Hay algo más. Reflexiona.

Lily se esfumó, dejándome con muchas preguntas, como siempre.

—Vamos a tener que sedarlo, Marco —dijo un policía a otro.
—No tenemos agujas, solo esta —dijo Marco—, está usada.
—¿Te arriesgas?
—Será mejor que lo hagas tú.

Ustedes no van a hacer nada, hijos de puta.

Me lancé sobre ellos. Clavé la jeringa en el oficial que conducía, al otro lo ahorqué con el cinturón. La medicina hizo que el conductor perdiera el control, generando que con chocáramos contra una torre energética.

Solo por probar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora