Me llamo Ana y estoy jodida.

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Me llamo Ana. Se puede decir que soy la niña de mami y papi. Bueno, era. Desde pequeña tuve siempre lo que quise y como lo quise. Era la vida perfecta. Vivía con mis padres, nosotros tres, solos. Fuimos la familia más feliz del universo, pero las cosas cambian.

Siempre he sido solitaria, de pocos amigos. Recuerdo que cuando tenía quince tuve una mejor amiga, Melany. Una mujer preciosa, de mi edad. Ella, a diferencia de mí, pertenecía a una amplia familia, la cual poseía diversidad de complicaciones. El nombre del mayor de los hijos es Chris, como menor había un tal Joseph. Siempre me generó una enorme curiosidad; con tan solo estar cerca de él podía sentir la melancolía. Nunca comprendí a que se debía su tan notoria desesperación

Melany también sufría mucho. Solía contarme cosas terribles sobre sus padres, historias de peleas muy severas. El mayor de sus problemas estaba relacionado con su padre, quien la violaba casi diariamente y la obligaba a callar, era tenaz. Siempre me llamaba a altas horas de la noche llorando y con mucho dolor en la vagina. Pobrecita. Yo intentaba aconsejarla, ayudarla, pero nunca logré más que brindarle mi escucha, pues no estaba ni cerca de entender su dolor.

Recuerdo que un día Melany me llamó entre llantos  porque Joseph estaba en el hospital, al parecer por consumo de drogas. No me olvido de esto, porque en cuestión de horas fue cuando me cambió la vida.

Cuando volví con mi amiga, la puerta de mi casa estaba abierta y el auto no estaba. Ambas estábamos aterradas, pues pensamos que habían entrado a robar, pero todo estaba bien y no había nadie en la casa. Cuando llegamos a la sala de estar, había un desorden inmenso, cosas en el piso, rotas, y ropa de mi madre por todos lados. Intentamos explicarlo, pero no encontramos ninguna razón coherente. Llamé a mis padres y ninguno de los dos contestó. Finalmente nos relajamos y vimos una película en mi cuarto.

Estábamos dormidas cuando un escándalo nos despertó. Tocaban la puerta y el timbre con fuerza, diría que con ira. Tuvimos miedo de abrir y nos escondimos. Después lograron entrar tras un sonido que relacioné con un golpe. Varias personas entraron a la casa. Vimos que era la policía y salimos dudosas a dar la cara. Cuando nos vieron, todos se quedaron quietos y en silencio. Una mujer robusta, policía también, se acercó a nosotras.

—Identifíquense —ordenó con autoridad.
—Me llamo Ana, Ana Marín —dije yo mientras peinaba mi rubio cabello. Melany se iba a presentar pero los policías no se lo permitieron, haciéndonos entender que lo que sucedía tenía que ver conmigo.

—Tus padres, Ana, han muerto. Parece que se dirigían a algún pueblo lejano y se desviaron por una pendiente, en la que el auto volcó —la oficial miró a Melany, y volvió a mí. En la mirada de aquella mujer no vi ni un poco de misericordia. Ella simplemente dejó las palabras en el aire con sequedad. Yo sentí inmediatamente nauseas y un nudo en la garganta, pensé que me iba a desmayar. Mientras yo lloraba con desesperación nadie dijo nada, y la mujer volvió a tomar la palabra.
—Ya que no hay ningún adulto que pueda hacerse cargo de ti, el estado te acogerá. Tendrás que acompañarnos a un orfanato, en el que vas a tenerlo todo. No necesitas ropa, ni nada. Nos vamos ya mismo.
—¿Qué? ¡No! —Jamás me había sentido tan impotente.
—¡No pueden hacer eso! —dijo Melany, intentando ayudar, aunque sabía que era inútil.
—Si podemos, niña —replicó la oficial—. De hecho, tenemos que hacerlo.

Estaba tan débil, que lo único que hice fue resignarme, abrazar a Melany, y ceder. Me subí al auto y vi cómo uno de los policías se quedó con mi amiga, supongo que para llevarla a su casa. El viaje duró aproximadamente tres horas, en las cuales yo no paré de llorar y vomité dos veces. Supe que habíamos llegado cuando el auto paró y vi frente a mí una puerta negra como la de un garaje y dos muros grises y altísimos a los lados. La puerta se abrió automáticamente y vi varios edificios, todos altos e iguales: grises, sucios y viejos. En las ventanas de estos me pareció ver colgada ropa interior. A mi alrededor habían varias niñas de todas las edades. La mayoría tenían el cabello sucio y eran muy feas. Estaban tan descuidadas que sentí lástima por ellas, pero luego supe que yo estaba próxima a ese estado.

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