Epílogo

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02 de agosto del 2012.

Corrí a la recepción del hospital para que me dijeran donde estaba Sebastián. Tuve que mentir, les dije que era su hermana pues sino, no me darían el número de su habitación. Tomé el elevador desesperada, pulsé el botón que me llevaría al último piso. Dios, justo para estos momentos tenían que ubicarlo en el penúltimo piso.

En el tercer piso la puerta se abrió dejando salir algunas personas que estaban delante mío, y vi tras las puertas gente corriendo desesperada. Esto no era normal en un hospital, pero mi mente sólo estaba Sebastián. No podía concentrarme bien en la situación.

Las puertas cerraron, ahora estaba en la altura del cuarto piso. Sentí un leve temblor entre las paredes, sólo quedaba un adolescente y yo. Este hablaba por teléfono mencionando algo como La alarma no funcionó y todos están evacuando ¿Qué sucedía? No importaba mucho, aún seguía en mi búsqueda.

Salí del elevador hacia la habitación 101. Extrañamente, en el último piso sólo había pacientes ya moribundos. Ningún enfermero. Entré a su habitación y lo encontré. Veía la ventana sin ánimos. Me acerqué con lentitud y tomé su mano. Al sentir mi tacto fijó su mirada en mí: cobró vida. Me regaló una sonrisa, aquella que estaba deseando.

—¿Porqué? ¿Que pasó? —le interrogué buscando respuestas desesperadas. Posé su mano en mi mejilla y la besé.

—Lo siento...—comenzó. No pudo contener las lágrimas, me dolía verlo así—, discúlpame por terminar de esa manera contigo —acaricia mi mejilla—. Te amaba con locura, sólo que todo era una rutina. Se convirtió en monotonía —dio un suspiro—. Después vino esta maldita enfermedad: nescrunto*  —aprieta sus labios con fuerza—. Perderé mis piernas y luego mis brazos. No se detendrá, seguirá atacando.

Hace un gesto para que me acueste a su lado.  Me siento como una niña protegida, creo que por fin encontré mi lugar favorito en el mundo. Él.

—Estuve internada dos meses en el hospital por mi mala alimentación —acaricia mis cabellos largos—, pero ahora estoy mejor junto a ti —estando acostada en su pecho, oigo sus latidos que se intensifican—. Parece que no tuviéramos solución a nuestros problemas, pero sí las hay Sebas.

Escucho a mi corazón y me dice que no quiero volverlo a perder.

—Soph, amor, no llores. No sabes cuanto te extrañé —limpia mis lágrimas con sus dedos delicadamente. Sentir su tacto en mi mejilla después de meses me hace sentir que en realidad está pasando, que no es un sueño. Cada vez lo siento más junto a mí.

—Un adiós no es suficiente para olvidarte —junto mi frente con la suya—. No lo fue y no lo será.

Nos besamos, como si fuera el primer beso de un par de enamorados en plena adolescencia. Un beso lleno de ilusiones, sentimientos, pasión, amor. Sentir el roce de sus labios con los míos hace que me estremezca. Tanto tiempo esperando este momento.

 Mi celular vibra notificándome una llamada entrante de Celeste, lo cual me sorprende. Le correspondo la llamada sin muchas ganas. ¿Que querrá saber esta cotilla?

—Hey, Ce...

—Sophia, ¿Donde están? ¿Siguen en el hospital? — su voz es desesperada. Antes de responder, Sebas toce. Parece que alguien está quemando plástico frente al hospital. El olor también me hace toser.

—Sí, estoy con él—sonrío.

—¡Salgan de ahí! ¿No lo ven? Hay un incendio en el tercer piso y se están derrumbando las paredes por una negligencia de parte del hospital —Miro asustada a Sebas, acaba de recibir un mensaje de texto de César. Parece que él también se entera por medio de él. Aprieta con fuerza mi mano. Ambos sabemos lo que queremos.

—Celes —cierro los ojos y una lágrima se me escapa—, no quiero perderlo ahora. 

—No los queremos perder, Soph —dijo sollozando—. Estamos lejos, pero en camino.

—Los amo.

—Soph...—Colgué la llamada.

Me acosté junto a Sebas. Aún me costaba digerir lo que estaba sucediendo. Sebas pronto no podría caminar ni hacer otras actividades sin sus extremidades y otras partes del cuerpo. Aunque quisiera salir, el humo ya afectaba mis pulmones, mi respiración era lenta por la falta de oxígeno. Sebas no podía moverse, no lo volvería a dejar otra vez. No cometería de nuevo el error.

—¿Sabes? Todo este tiempo te escribí cartas —cierro mis ojos—para desahogarme.

—¿Podrías decirme qué me escribías?—comentó interesado, aún acariciando mis cabellos.

Le conté cada carta, desde el inicio hasta el final. El viaje al campo con mi familia, la boda de Vlad y Violeta, los vídeos que Celeste y César me tomaron cuando cantaba y tomaba vino. Este último hecho le hizo reír, pero se calló cuando le golpee en el pecho.

—Yo te grabé notas de voz, te contaba como me sentía y te cantaba, sabes que me gusta hacerlo.

Por suerte, él sí trajo su grabadora. Escuchamos las canciones, anécdotas, todas las notas de voz que me dedicó. Aunque ninguno de los dos lo habíamos pasado igual, ambos no lo habíamos pasado bien.

Nos hundimos en un abrazo. El humo cada vez hacía presencia provocando que tosiéramos. No valía la pena si usaba el inhalador. Las sillas y sábanas se quemaron fácilmente. Las cortinas dejaban de existir, las paredes comenzaron a quebrarse. Era un caos todo lo que sucedía a nuestro alrededor, pero nosotros estábamos en nuestra burbuja. Nada nos impediría separar de nuevo.

...Me tomas la mano, llegamos a un túnel
Que apaga la luz

Te encuentro la cara, gracias a mis manos
Me vuelvo valiente y te beso en los labios
Dices que me quieres y yo te regalo
El último soplo de mi corazón...


                                                                     FIN.





*nescrunto: nombre inventado de la enfermedad. No existe.

Un adiós no es suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora