Prólogo

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Quiero disculparme por la tardanza a la hora de subir esta historia, este curso ha sido mortal y no he tenido tiempo a nada, literal, he editado y escrito todo este libro, como en medio mes, escribiendo un capítulo por día xDDDD. *Save me*.

Quisiera pedir perdón también por los comentarios que había en los capítulos originales y que se han perdido. :'(

Hablaré de los días de actualización en la nota del final, sujetaos a la silla que la historia comienza. 

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El ruido insoportable del motor era lo único que se oía desde el inicio del viaje. La destartalada avioneta, aunque funcionaba a las mil maravillas (o eso aseguraba su piloto), se notaba vieja y desfasada. Los incómodos asientos estaban ligeramente rotos, y el relleno se salía por algún que otro sitio, a través del cuero cuarteado. El motor, de vez en cuando, hacía algún que otro ruido preocupante. Debido al viento fuerte que se levantaba en determinados momentos, la carcasa de metal temblaba de manera un tanto terrorífica.

La situación dentro del aparato era un tanto diversa, el piloto y dueño de la máquina, silbaba una canción desconocida con unas notas un tanto desafinadas, el principal interesado del viaje dormía plácidamente apoyado en una de las impolutas ventanas, Dios sabrá cómo podía dormir con semejante estruendo, añadido a la incomodidad del casco proporcionado para la seguridad y de los auriculares para comunicarse con el risueño piloto. La tercera persona, un médico por lo general calmado y alegre, se sujetaba con fuerza al asiento, seguramente añadiendo nuevos agujeros a los ya existentes. Sufría de un vértigo espantoso y cada vez que una corriente meneaba la avioneta, chillaba y negaba con la cabeza, seguramente asumiendo que de esa no saldría, para que al final las turbulencias pasaran, y el ciclo comenzara otra vez.

La última persona de tal variopinto grupo era un hombre joven, el ayudante del investigador. Que iba calmado en su asiento, debatiendo si debería pegarle cinta aislante en la boca al médico la próxima vez que gritara.

Pasados cinco minutos, una pequeña interferencia en los cascos se hizo presente, para dar paso a la estridente voz del piloto: -En unos diez minutos habremos alcanzado la isla, estén preparados para el aterrizaje.

-Ya era hora. -Se quejó SeokJin, el médico. -Me siento desfallecer. ¿No podíamos venir en barco o algo? ¿Por qué de todos los médicos me han tenido que mandar a mí? ¿Acaso no tienen compasión por mí? ¿Qué van a hacer si por este viaje mi belleza resulta dañada?

Sus preguntas se sucedían una tras otra, y el joven ayudante frunció el ceño, mirando con los ojos entrecerrados al causante del alboroto. Oh sí, la idea de la cinta aislante era cada vez más tentadora.

Finalmente, tras estos últimos minutos agobiantes, la avioneta comenzó su descenso y finalmente aterrizó entre nuevas turbulencias y tambaleante en un pequeño descampado en medio la inmensa arboleda. El bosque crecía en todas las direcciones, comiéndose el terreno y cualquier espacio libre de maleza, era un milagro que el piloto hubiera encontrado este pequeño hueco entre los increíblemente altos árboles y el mar de vegetación a su alrededor. Estaba más que claro que en esa isla no había rastro de vida humana, por lo que ni siquiera habría alguna comodidad, como hostales, comida caliente, agua limpia o una pista de aterrizaje decente.

 Estaba más que claro que en esa isla no había rastro de vida humana, por lo que ni siquiera habría alguna comodidad, como hostales, comida caliente, agua limpia o una pista de aterrizaje decente

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