.:Capítulo 3:.

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Sus lágrimas rodaban por sus mejillas, al igual que gotas de sangre por sus delgados brazos. Cada corte que se hacia con cada simple palabra en su mente era peor que el otro.
De nuevo en lo mismo. Se preguntaba ¿cómo un simple recuerdo lo destrozaba tanto? La misma respuesta, era su madre, la mujer que le dio la vida la que le decía que era un simple error.

Se miró al espejo, sus ojos estaban rojos eh hinchados de tanto llorar al igual que su nariz, el color tan apagado de sus ojos reflejaba el dolor que sentía. Dejó escapar un suspiro. En verdad era un desastre. Miró sus brazos, una larga fila de cortes que empezaba desde la mitad del brazo hasta su muñeca los decoraban. Al verlos se sintió aún peor que antes.

"¿Cómo la persona que te da la vida... Te puede llamar "error"? No lo entiendo... Supuestamente un hijo es el mejor regalo que puedes tener... No... ¡Yo soy un maldito error!"

Sintió cómo más lágrimas caían al pensar aquello. Se quedó ahí un rato tratando de calmar su llanto, aunque era imposible. Ya se había hecho costumbre el tener que llorar silenciosamente. No quería que su padre o alguien del personal lo viera así. Sabía que de ser así, lo meterían a un psiquiátrico o algo parecido. No quería eso.

Una vez tranquilo, suspiró y comenzó a limpiar sus brazos, le ardían bastante pero siempre podía soportar tal dolor. Cuando dejaron de sangrar bajó sus mangas color vino y se miró al espejo nuevamente una imagen de él cuando era niño se coló en sus pensamientos, aquel niño risueño, divertido, alegre y tierno ¿dónde había quedado? En un simple recuerdo.

Sacudió su cabeza y salió del baño de su habitación, lo bueno de que la casa sea grande es que tenía baño propio. Se tiró a su cama sintiendo algo de dolor en sus brazos, pero aún así no hacia ningún gesto de dolor.

Sintió un par de pasos y seguido escuchó que tocaban la puerta.

–Pase... – dijo en tono alto para que la persona ajena pasara.

Vio como su pelirrojo padre entraba a la habitación y se sentaba en el borde de su cama junto a él.

–Kano... ¿Estuviste llorando?– entes de entrar en el tema por el que vino decidió preguntarle eso un poco preocupado.

–No, solamente estoy cansado– respondió. Pensó que ya debería estar cansado de esa respuesta pero aún así la seguía usando.

El mayor suspiró.

–Escucha Kano, se que los últimos seis años fueron difíciles para ambos... Pero no quiero que te sientas así por unas simples palabras que dijo ella ese día... – comenzó hablar mientras el menor miraba hacia otra parte al mismo tiempo que se sentaba y abrazaba sus piernas. –Sé que por ser tu madre te dolió bastante lo que dijo, te diré que hasta a mi me dolió... Pero, no te puedes dejar vencer por eso. No sé con que mal de mujer me fui a meter pero ella debe tener alguna enfermedad si no quiso tener a un grandioso chico como tu por hijo y ver tu crecimiento... Ella decidió irse y no volver más. Por eso mismo debes pensar en los que se preocupan por ti. Yo, el personal de la casa... Tu profesor– al oír lo último el menor lo miró –Hasta tu profesor se preocupa, Kano. Te voy hacer una pregunta... – El chico asintió lentamente –¿Dónde quedó mi niño risueño, alegre y tierno? ¿A dónde se fue que jamás volvió?– El menor sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas nuevamente.

–No existe más. – respondió con voz firme –Ya no soy más ese niño... Ese niño que creía que un tipo vestido de rojo vendría y dejaría miles de regalos bajo un árbol de plástico decorado, que creía que si dejaba su diente debajo de la almohada un ratón le dejaría alguna moneda, que si veía una estrella y le pedía un deseo se cumpliría, que creía que su madre era la reina, su padre el rey y él el príncipe... Ya no... Ya no soy ese niño, crecí, pude ver la realidad de todo... Mi inocencia, alegría, ternura todo se fue... Ahora solo soy... Un simple... Error – sintió como esas palabras salían con dolor de la boca del menor ¿Tan mal estaba su hijo?

Dicho esto último se acercó a él y lo abrazó. Nunca había sido bueno para consolar a la gente y mucho menos a seres queridos.

–No se fue– el menor lo miró confundido –Aún sigue aquí, solo está jugando a las escondidas como siempre lo hacía, voy a buscar hasta encontrarlo y poder ver de nuevo esa sonrisa con hoyuelos que tanto me gustaba.– El menor sintió como más lágrimas cayeron de sus ojos al oír a su progenitor.

Hundió su cabeza entre sus piernas tratando de ahogar su llanto mientras que el mayor lo abrazaba.

Luego de un par de minutos el menor se quedó dormido en brazos de su padre, este lo acomodó mejor en su cama y lo tapó. Al hacerlo uno de los brazos del chico quedó afuera, notó algo extraño en su manga, de esta salía una pequeña y fina "herida" o como la quiso denominar él.

Luego de un momento pensó lo peor. Quiso confirmarlo y acercó su mano un poco temblorosa lentamente a su manga, pero antes de llegar a ella, a unos pocos centímetros se detuvo y volvió a su posición inicial.

Salió de la habitación viendo una última vez a su hijo y cerró la puerta. Caminó hacia la suya y se sentó en su cama poniendo ambas manos sobre sus rojizos cabellos para luego tirarlos hacia atrás.

"En verdad te detesto Okuda. Por tú culpa, ahora lo que más quiero y protejo en este mundo se destruye a sí mismo de a poco... Todo por tú maldita culpa... "

Hijo Suicida •Karmagisa•《Cancelada.》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora