Cap. 2. El bombardeo

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*Dos años después*

Peter p.o.v

Duermo plácidamente hasta que oigo una molesta sirena y los silbidos de las bombas cayendo sobre la ciudad. Me levanto corriendo.

-¡Edmund apártate de ahí!- le grita mi madre a Edmund, que está asomado a la ventana- ¡Peter! ¡Peter rápido al refugio ya!

-¡No, espera!- grita Edmund.

-¡Venga vamos!- digo agarrando del brazo a mi hermano.

Mi madre, mis hermanas Susan y Lucy y Edmund y yo salimos corriendo de la casa, con bombas cayendo muy cerca de nosotros.

-¡Esperad, papá!- grita Edmund y se mete en casa, le hago un gesto a mi madre y voy tras él.

Edmund coge la foto de nuestro padre, pero oigo el silbido de la bomba y le tiro al suelo, la bomba cae justo al lado de nuestra ventana, que se rompe, haciendo el cristal añicos. Edmund y yo salimos corriendo y nos metemos en el refugio.

-¿Es que solo piensas en ti? ¡Eres un egoísta!- le grito a Edmund- ¡Podrías habernos matado!

-Basta- dice mi madre.

-¿Por qué no haces caso nunca?- digo y cierro la puerta del refugio.

A la mañana siguiente mi madre nos lleva a la estación de trenes, nos van a llevar a una familia de acogida, hasta que acabe la guerra. Todos llevamos una etiqueta en la chaqueta, con nuestro apellido; Pevensie y con la familia con la que nos quedaremos.

-Si estuviera papá, no nos dejaría ir- se queja Edmund.

-Si estuviera papá la guerra ya habría terminado y no tendríamos que irnos- le contesto a Edmund.

Mi madre se acerca a mí después de darle un abrazo a Edmund.

-Prométeme que cuidarás de ellos- me susurra mi madre.

-Lo haré madre- le respondo.

El revisor silba y nos subimos al tren después de que mi madre se despida de Susan. Le doy la mano a Lucy que no puede evitar llorar. Miro a unos soldados y me distraigo.

-Peter- dice Susan sacándome de mis pensamientos y le da los billetes a una mujer.

Lucy se para.

-Venga Lucy- digo agachándome y abrazándola- no podemos separarnos, todo irá bien.

Tomamos asiento junto a unos niños y ayudo a mis hermanas a subir sus maletas. Edmund sube la suya él solo, dedicándome una mirada de desprecio.

Durante horas, observo a niños bajarse en diferentes estaciones con. sus respectivas familias de acogida esperándoles, pero ninguna es la nuestra. Susan, Lucy y Edmund van en un asiento y yo en otro.
Tras un largo viaje en tren por fin nos bajamos en nuestra estación: Coombe Halt. Está vacía y muy vieja.

Oímos un coche y corremos al camino de tierra que hay a nuestro lado. Lucy alza la mano para saludar pero el coche pasa de largo de nosotros.

-El profesor sabía que veníamos- dice Susan.

-A lo mejor nos han etiquetado mal- dice Edmund mirando su etiqueta.

Oímos pisadas y un caballo blanco que va tirando de un carruaje se acerca a nosotros.

-Quieto- dice una señora de mediana edad, con voz grave, no parece muy amistosa.

-¿La señora Macready?- digo yo.

-Eso me temo- dice la señora observándonos- ¿Eso es todo? ¿No habéis traído más cosas?

-No señora, eso es todo- digo mirando a nuestras maletas.

-Podía ser peor- dice la señora Macready haciéndonos un gesto para que subamos al carruaje.

Atravesamos un precioso prado y llegamos a una mansión con un jardín enorme. La mansión tiene todo lujo de detalles: estatuas de mármol, escaleras de caracol, cuadros muy caros, lámpara de araña de cristal...

-El profesor Kirke no está acostumbrado a tener visitas- dice la señora Macready- y por ese motivo hay ciertas normas que se deben respetar. No podéis gritar, ni correr, ni utilizar el montaplatos indebidamente ¡No tocar los objetos históricos!- grita la señora Macready refiriéndose a Susan, que casi toca una estatua- y sobretodo, está prohibido molestar, al profesor.

La señora Macready nos enseña nuestras habitaciones, una para Edmund y para mí y otra para Susan y Lucy. Me paso la tarde y parte de la noche escuchando la radio.

-La aviación alemana bombardeó Gran Bretaña la pasada noche, el ataque aéreo que...- Susan apaga la radio y me giro para mirarla. Me acerco a Lucy que ya está metida en la cama.

-Estas sábanas raspan- dice Lucy.

-Las guerras no duran toda la vida, volveremos pronto- dice Susan optimista.

-Sí, si la casa sigue ahí- dice apareciendo de repente Edmund.

-¿No tendrías que estar en la cama?- pregunta Susan.

-Sí...mamá- dice Edmund con enfado.

-¡Ed!- digo regañándolo, después me siento al lado de Lucy- ¿Has visto este sitio? Los jardines son enormes. Podemos hacer lo que queramos aquí, lo pasaremos genial. De verdad.

El día siguiente no se presenta muy perfecto, llueve y llueve. Susan ha cogido un viejo diccionario de una de las estanterías y está buscando significados raros para ver si podemos adivinarlos.

-Gastrovascular- dice Susan pero yo estoy más que aburrido- Peter, gastrovascular.

-¿Es latín?- digo soltando un suspiro.

-Sí- dice Susan.

-Es latín- dice Edmund saliendo de debajo de una silla- y significa el peor juego del mundo- Edmund y yo reímos.

Susan cierra de un golpe sonoro el pesado y viejo diccionario.

-Podemos jugar al escondite- dice Lucy acercándose a nosotros.

-Pero si nos lo estamos pasando estupendamente- digo con sarcasmo. Susan pone los ojos en blanco.

-Venga Peter por favor- dice Lucy sacudiendo mi brazo.

-Uno, dos, tres, cuatro- empiezo a contar sonriendo a Lucy y después me tapo los ojos con el brazo.

-¿Qué?- dice Edmund.

-Cinco, seis- sigo contando- siete, ocho, nueve, diez, once, doce...

La maldición (Peter Pevensie y tú) Las Crónicas de NarniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora