9: Extraño{maratón 3/3}

705 34 13
                                    

Mangel pareció arrepentirse de inmediato apenas las palabras cruzaron por su boca. Por la expresión de aquel chico, la noticia le había caído como un balde de agua helada, congelándole cada parte del cuerpo, cada órgano vital para vivir, cada gesto que pudiese hacer. Las manos de este chico cayeron al costado de su cuerpo  mientras su mirada se dirigía a la fría madera que se cernía en el suelo. Hasta logré notar como unas cuantas lágrimas se resbalan por sus ojos, cayendo por  sus mejillas hasta finalmente llegar al suelo.

Mangel apoyó su mano en el hombro del chico dándole a entender que tenía todo su apoyo. En este caso me sentía realmente incómoda, tomando en cuenta que aquí el problema era yo. Por mi culpa ese chico estaba sufriendo en este mismo instante, por mi culpa ese chico estaba derramando lágrimas que no se merecía. Nadie merecía una cosa así. Pero de igual forma, ¿Qué podía hacer? Mi cuerpo gritaba: ¡anda y abrázalo! Pero como siempre mi mente gritaba: ¡no puedes hacer nada para reparar el daño que causaste! Y sinceramente en este momento le haría caso a mi mente, porque tenía razón. El daño estaba más que hecho, ¿Qué se suponía que podría hacer en este caso?

“Iré un rato… a caminar” murmuró el chico. “Ustedes quédense aquí, tienen derecho a divertirse. Fue mi culpa arruinar todo esto” el chico paró de hablar porque parecía que iba a romper en llanto.

¡Dios! Como tenía ganas de ir hasta donde se encontraba él y abrazarlo para hacerle saber que todo tarde o temprano estará bien. Pero era más que obvio que aunque quisiera hacer eso con todas mi fuerzas se me era imposible: el daño ya estaba hecho. Además, Mangel había dicho que no le recordaba. ¡Mierda! ¡Maldito puzle! ¡Maldita vida!

Le hacía daño a los que creía son mis seres queridos inconscientemente. No lo podía evitar, iba a ser así hasta que mi memoria no regresara a donde realmente pertenecía: a mí. A mi cerebro. A mi vida. ¡Joder! Mi vida poco a poco se iba desmoronando, pero era algo que no estaba en mi alcance.

El chico caminó lentamente hasta la salida sin mirar a ningún otro lado que no fuera la madera del suelo. Abrió sigilosamente la puerta para marcharse con las lágrimas sin parar de correr por sus mejillas. Y se marchó sin más. El silencio con el que quedó la sala fue brutal. Mangel estaba aún parado frente al sofá mirando a la misma nada mientras un debate mental se hacía presente. Y como de costumbre, mis pies tomaron el mando antes de que mi cerebro pudiera protestar, porque ya me encontraba a tan solo unos centímetros de Mangel, de su figura en general.

Le toqué el hombro con cuidado, como si se tratase de algo sumamente delicado, como si de un vidrio totalmente fino se tratara. Este me miró con una mirada profundamente triste, que transmitía dolor. ¿Cómo era posible que el humor de una persona cambiase tan rápidamente? Era algo que no me podía explicar en absoluto, pero en estos momentos solo una cosa se podía hacer: lo abracé en silencio. Sin articular ni una palabra que la pudiera cagar más de lo que la había cagado. Rápidamente la sala se inundó de los sollozos de Mangel con palabras que me costaban descifrar.

Mi mano se movía de arriba hacia abajo por su espalda. Todo lo que creía que sería una salida de puta madre se había convertido en una real mierda.

                                          {…}

Mientras más rápido pasaban las horas mis nervios aumentaban cada vez más. ¿La razón? No lo sabía, aunque lo más obvio era que todo se debía a las cosas que habían pasado esta tarde en la sala de mi departamento. Mangel se había marchado hace unos diez minutos, mientras que del otro chico no sabía absolutamente nada. ¿Se encontraba bien? ¿Había llegado a salvo a su casa?

Sin embargo, detrás de todas las cosas había algo que realmente me preocupaba: el chico era el mismo de mis sueños. No de mis sueños en plan hombre ideal, si no que literalmente ese chico había aparecido en mis sueños. Lo que era cierto: lamentablemente, no lograba recordar a aquel chico, aunque eso no descartaba la posibilidad de que hubiese sido alguien realmente importante en mi antigua vida. Y odiaba con toda mi alma por hacerle ese daño que él no se merecía, pero me era imposible evitarlo. No podía pararme en frente de él y hacerle creer que lo recordaba cuando no era verdad.

Mierda.

Mi móvil comenzó a sonar desesperadamente. Levanté las sabanas para encontrarme con el aparato y en cuanto vi la pantalla mi corazón comenzó a acelerarse por milésima vez en el día: era Mangel.

“Mangel” respondí tratando de sonar aunque fuera lo mínimo alegre, aunque me fue imposible.

“Valerie” contestó igual de desganado. “Perdón por llamar demasiado tarde”

“Oh, tranquilo. No pasa nada” sonreí a labios sellados “¿Ocurre algo?”

“Bueno, me preguntaba si… b-bueno, es estúpido. En verdad no debí llamarte” había algo alarmante en su voz, lo que me hizo estar el doble de atenta. “Es una gilipollez”.

“¿Estás bien, Mangel? Dime, sabes que me puedes contar cualquier cosa” respondí.

“Estoy preocupado, Val” un suspiró se escuchó desde la otra línea. “Rubén no ha llegado a casa. No sé donde se puede haber metido, pero ha pasado mucho rato. No estoy nada bien”.

“¿No ha llegado a casa?” supuse que el tal Rubén sería el chico de la sala, de esta tarde. Y me hacía sentir aún más culpable, aunque era una gilipollez. Saber su nombre no significaba nada, pero el sentimiento de culpa no abandonaba mi cuerpo.

“No” suspiró.

“Mierda. Trataré de ver por las calles de aquí, este barrio no es demasiado grande”.

“¡No! ¡Es peligroso, Val!” protestó inmediatamente. “Lo último que me faltaría es perderte a ti”

“No pasa nada, Mangel. En serio. Nos vemos” colgué inmediatamente.

Me levanté rápidamente de la cama mientras me colocaba mis converse para salir en busca de Rubén. Tomé mi cazadora que se encontraba colgada en el armario, las llaves y me adentré a la noche en Madrid. ¿Cómo encontraría a este chico?

Mis pasos resonaban en toda la calle que a esta hora se encontraba totalmente desierta. Mi cabello se revolvía debido al fuerte viento que estaba corriendo a esta hora. Gracias a dios no estaba lloviendo, sería el colmo.

Pocas luces era lo que alumbraban esta noche: los faroles de la calle y las cafeterías que a esta hora estaban abiertas. Entré a cada cafetería, revisé cada parque(que estaba cerca de por aquí, obviamente) hasta que visualicé una figura masculina sentada en uno de los columpios.

Bien. ¿Ahora que le diría?:

Hola soy la causante del porqué te encuentras tan mal y estás aquí ¡pero tranquilo, bro! Que vine a salvarte.

Definitivamente no.

“Hey” murmuré detrás de él, sentándome en uno de los columpios que estaban a su lado.

Él levantó la cabeza para encontrarse con mi mirada llena de curiosidad. Estábamos totalmente a oscuras, pero aún así sabía que tenía los ojos hinchados y rojos de tanto llorar.

Joder, merezco la puta muerte.

“Hey” murmuró de vuelta, soltando una débil sonrisa. “¿Qué estás haciendo aquí? Es tarde”.

“A Mangel le tenías muy preocupado” contesté.

“¿Te mando a buscarme? Cabrón hijo de…” el chico se paró de los columpios mientras apretaba ambos puños, que se encontraban a cada costado de sus caderas.

“¡No, tranquilo!” posé mi mano en su hombro. “Eh venido por mi cuenta. Me tenías preocupada”.

Aunque estábamos totalmente a oscuras, pude ver el brillo que emanaban sus ojos.

“Te preocupas por mí” murmuró.

“No digas gilipolleces, es obvio que me preocupas” sonreí mostrando la hilera de dientes.

“Valerie” murmuró, cerrando los ojos mientras que todos sus músculos se relajaban. “Te extrañe tanto” susurró.

Yo lo miré aturdida. ¿Qué se suponía que le iba a decir? No quería cagarla. No esta vez.

“Ya todo pasó” vacilante, me acerqué un paso hacía su figura. Envolví su cuerpo con mis brazos, mientras sentía como soltaba un suspiro contra mi cuello, colocando mi piel de gallina.

Un extraño sentimiento se estaba haciendo presente en mí. No lo podía ver,  no lo podía tocar, pero lo sentía ahí: vivo, reluciente.

Valerie #2(Rubius).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora