XXXII

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Glosario:

Jisatsu: Grupo de guerreros de Dracones Ardentes conformado por hombres sin familia que se encargan de los trabajos suicidas.

Shudan: Grupo de guerreros de Dracones Ardentes conformado por hombres jóvenes encargados de proteger a los menores de edad de la tribu.

Chi: La élite del ejército de Dracones Ardentes liderada por el cacique y conformada por los mas allegados a este.

Dyr: Grupo de Dracones Ardentes conformado por mujeres jóvenes altamente adiestradas para controlar a las bestias fantásticas cuando muchas de estás eran requeridas en batalla.

(El Mirio de mi historia será más o menos como el wey de la multimedia)

Hatsume Mei tenía fama de ser "La bruja de las recompensas" debido a que casi todos sus trabajos involucraban a los cazadores de estas mismas, portaba siempre una armadura encantada debajo de su remendada capa negra junto a su bastón hecho de sauc...

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Hatsume Mei tenía fama de ser "La bruja de las recompensas" debido a que casi todos sus trabajos involucraban a los cazadores de estas mismas, portaba siempre una armadura encantada debajo de su remendada capa negra junto a su bastón hecho de sauce muerto.

Sus padres habían sido miembros de un culto oscuro que adoraba a un dios sanguinario. A este se le ofrecían como sacrificios los hijos primogénitos nacidos durante la noche, los niños inmediatamente al nacer y las niñas cuando tenían su primera menstruación, al considerarse ya unas mujeres. Mei fue rigurosamente preparada para derramar su sangre en honor a ese dios, pero para desgracia de los miembros del culto había nacido siendo mágica, y no solo eso, estaba decidida a vivir costara lo que costara.

Los mato a todos.

Explotaron manchando el lugar con sus entrañas durante lo que debió ser su sacrificio, ella eventualmente fue acogida por un grupo de mercenarios, empujados por órdenes de su líder quién había perdido una hija muchos años atrás, le enseñaron todo lo que ahora sabía sobre armas y batallas en general. Los cazarrecompensas eran como su símbolo de libertad, su sola existencia reconfortaba la atormentada alma de Hatsume hasta el punto en que no podía negarles un servicio.

La espada del hombre a quien consideraba su verdadero padre estaba firmemente atada a su cintura carente de cualquier intervención mágica.

Jamás se atrevería a hechizarla.

Sería manchar el honor de su padre.

Su orgulloso padre.

Su orgulloso padre

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Parfume era un bosque donde perderse era tan fácil como respirar en la tranquilidad de una pradera. Mirio había escogido ese lugar para resguardar a la hija del rey Hado cuando su maestro le ordeno alejarla lo más posible del peligro que corría en sus propias tierras; tan seguro había resultado ese laberinto de vegetación que llevaban más de once años viviendo en él.

Nejire además de ser princesa era una hwa-in, por ende el deber de Togata también era protegerla de los maleantes que se aprovecharían de esta condición para venderla en prostíbulos a altísimos precios, como si no fuera un humano si no un vil objeto insensible... Claro, su arraigado odio a vendedores de mujeres tenía una sola explicación.

Había sido eternamente conquistado por Nejire.

Su dulce aroma a lirios de agua.

Su extraordinaria belleza.

Su voluntad de vivir.

Un poco lejos del lugar donde su morada estaba instalada Himiko acababa de derribarla, una afilada piedra había cortado parte de su pierna y había conseguido que Nejire se fuera de bruces contra el suelo - ¿Te duele? Si no corrieras tanto entonces no dolería -.

Toga camino siniestramente cautelosa hasta su presa lamiéndose los labios con gula, el suave olor que desprendía aquella señorita le resultaba tan atractivo que se encontraba medio desesperada por saber cuan deliciosa era su carne, aunque fuera solo un trozo.

Quería probar un poco.

Puso su pie sobre uno de los brazos de la caída aplicando la fuerza suficiente para romperlo, agonizando de dolor no podría defenderse adecuadamente del destino que aquella chica le deparaba. Himiko estiró su mano ya saboreando el triunfo en su abundante saliva cuando, de la nada, una flecha se incrustó entre sus costillas.

Se aferró la herida con una mano mientras sus ojos se llenan de una ira demoníaca, busco desorbitada el origen de su atacante y lo encontró a unos metros de distancia. Un hombre alto de cabello rubio y sucio, revestido en una tosca armadura que no recordaba haber visto nunca, su brazo derecho estaba cubierto por el trozo de tela negra que utilizaba a modo de capa para cubrirse. Nejire empezó a arrastrarse por el suelo utilizando su brazo y pierna buena para impulsarse, toda la atención que antes tenía de la loca se había esfumado.

- Esta es mía, busca la tuya – Eso de compartir mujeres no era algo que a Toga le gustara hacer.

El tipo de mirada severa se acercó a ella con algo consumidor brillándole en las pupilas, la tela negra se ondeó dejando ver que le faltaba el antebrazo derecho, pero que en su lugar tenía una prótesis de algo parecido al hierro donde se podían distinguir los dedos metálicos y una ballesta como accesorio capaz de retirar y colocar a gusto.

Caminó hasta ella aprovechándose que cada pequeño movimiento que realizaba le dolía horrores por la fleca aun insertada, la miro con el odio natural que se le tiene a quien a herido a un ser querido antes de asestarle una patada en la cara que aparte de dejarla inconsciente debió también romper su nariz, dejo ala atacante tendida en el suelo y se dispuso a recoger a Nejire, era necesario curar sus heridas.

Debían marcharse.

Debían marcharse

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Bakugou estaba sentado en medio de una fogata que habían montado sus guerreros. A su izquierda un puñado de leaenis estaban sentadas en el suelo, siguiendo ese orden se encontraban los Shudan, los Jisatsu y, alrededor de Katsuki, los Chi.

Todo Dracones Ardentes era un ejército dispuesto a hacerse con las armas para defender el nombre de su tribu en cualquier batalla, pero había siempre un escuadrón dedicado a algo en específico que debían mantener como prioridad.

Luego se encontraban las Dyr, ellas normalmente no salían casi nunca debido a que muy pocas veces se encontraban en tales aprietos que les empujaran a liberar a sus bestias en masa, y si a eso se le sumaba el hecho de que Katsuki detestaba sacrificar a sus criaturas en vano entonces no las hacía a ellas muy necesarias en el campo de batalla.

En esos momentos estaban en una reunión nocturna conversando nuevas estrategias, reportando cuantos miembros contaba cada división y que posibles batallas tendrían que librar en el futuro que les deparaba su largo viaje. Cruzar montañas no sería difícil para los miles de salvajes tan acostumbrados a aferrarse a la vida con uñas y dientes que conformaban Dracones Ardentes.

Sobrevivir a los misterios fantásticos que poseía La Grande Queda de Neve era otra cosa.

The prince and the beast #BNHAwards18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora