XXXIV

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Glosario:

(Me gustan los dioses hindúes, arhe).

-          ¡Atrás! ¡Atrás! ¡Mantengan distancia! – Uno de los miembros de Jisatsu estaba deteniendo a la caravana de Dracones Ardentes para que sus compañeros pudieran terminar de hacer un reconocimiento de la zona por la que subirían

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- ¡Atrás! ¡Atrás! ¡Mantengan distancia! – Uno de los miembros de Jisatsu estaba deteniendo a la caravana de Dracones Ardentes para que sus compañeros pudieran terminar de hacer un reconocimiento de la zona por la que subirían. Estaban ya en los inicios de las faldas de las primeras montañas que conformaban la Grande Queda de Neve.

Las mujeres poco adiestradas en batalla (Niñas, embarazadas y recién paridas) estaban en el centro de la tribu protegidas por las leaenis, los esclavos eran en su mayoría custodiados solo por Kirishima y Tetsutetsu, ambos se daban abastos para controlar cualquier pequeño intento de fuga... Claro estaba de más decir que casi ninguno trataba de huir luego del incidente con el caballero sagrado y su aprendiz.

Bakugou estaba en la cola de bestias con todas las integrantes del Dyr asegurándose de que estás criaturas estuvieran en óptimas condiciones. Le dolía pensar que en aquellas hostiles y frías montañas tendrían que hacerse con la fuerza de sus bestias, y que era muy probable que derramara su fantástica sangre en la nieve para proteger a su tribu.

Una señal en cadena fue pasada de la corona de la caravana hasta la cola donde se encontraba su cacique – Hay cráteres con algo dentro – Repitió uno de los Hira en entrenamiento.

Bakugou asintió dejando instrucciones a las chicas de Dyr, se sujetó la gruesa capa carmesí y se pudo de pie para ir a atender el problema, quedarse sin Jisatsus era algo que tampoco le apetecía.

Bakugou asintió dejando instrucciones a las chicas de Dyr, se sujetó la gruesa capa carmesí y se pudo de pie para ir a atender el problema, quedarse sin Jisatsus era algo que tampoco le apetecía

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Lyse era un poblado bastante pequeño de Heroibus, poco conocido por su obsesión en no sobresalir en absolutamente nada, aunque si se llegara a hacer una encuesta seguro que Lyse coronaría como el lugar más pacífico de todos para vivir en familia.

Pocas cosas llegaban a alterar el ambiente angelical de este poblado, cosas como encontrar cinco cadáveres de señoritas muy jóvenes junto al reporte de un desaparecido... Ese tipo de sucesos ponía patas arriba a todo Lyse, por fortuna contaban con la presencia de Menelik, un hombre de apariencia intimidante y piedad nula en su cerrado corazón.

Los más ancianos del lugar recordaban su llegada tan nítidamente como si no hubiera pasado casi dieciséis años atrás, revestido en una tosca armadura de metal y cuero manchada de sangre seca con una dulce dama vestida en finos vestidos y múltiple joyería acompañada de intrincados tatuajes que contrarrestaban con su amoroso silencio. Ella contrastaba horriblemente con él, delgada, de tez blanca, cabellos rubios casi brillantes y profundos ojos verdes, tan llenas de inocencia que costaba trabajo creer que aquella mujer fuera solo un simple humano.

Era demasiado pura.

Demasiado bella.

El temible guerrero se instaló en Lyse con la angelical mujer a la que convirtió en su esposa pocas semanas después de haber conseguido un hogar, este creció hasta lucir como la vivienda más lujosa de todas. Menelik era hombre de pocas palabras, pero resulto bastante colaborador con los agricultores de la zona a cambio de que dejaran trabajar a sus hijas en el servicio de su casa, se excusaba diciendo que el trabajo le mantenía fuera de casa mucho tiempo y que su esposa era demasiado nerviosa para quedarse sola tanto tiempo.

¿Quién se negaría a proteger aquel bello ser?

En menos de un año fueron bendecidos con la llegada de un hijo varón. El muchachito era la luz de sus padres, tenía ese aire de inocencia que desprendían todos los pequeños de Lyse, con esa aura atrayente que solo poseía una belleza como la que le había llevado en el vientre nueve meses. De Menelik solo había heredado los ojos color purpura.

Nadie del pueblo desconocía a la familia Aoyama, más sin embargo los más adultos siempre vivirían con la duda a flor de piel.

¿Quién había sido Menelik antes de llegar?

¿Dónde había conocido a Usha, su esposa?

¿Qué era ella?

¿Por qué nunca la dejaba sola?

¿Por qué nunca la dejaba sola?

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El camino de regreso al odioso bar donde todos los cazarrecompensas iban y venían en busca de nuevas misiones, la última había sido para Dabi poco satisfactoria ¡Fue tan fácil! Tanto que no pudo saborear con gusto la victoria conseguida... Y si a eso le sumaba los extraños sueños que habían empezado a azotarle no podía realmente alegrase de nada.

El último había sido realmente extraño.

Una mujer alada le observaba melancólicamente desde su trono en el cielo, sostenía entre sus brazos el cuerpo de alguien inerte como si fuera una especie de muñeca muy realista tallada a su imagen y semejanza con el género opuesto. Un indígena de titánicas proporciones yacía muerto a los pies de la bella fémina, con agujeros en donde deberían hallarse los ojos.

Las plumas multicolores que cubrían pequeñas partes del enorme cuerpo de aquel hombre caído se agitaban por su suave viento que empezaba a soplar en el blancuzco lugar. Unos metros más allá de los pies del muerto una gruesa grieta se abría en el suelo hasta convertirse en un pasaje de aspecto infernal del que brotaba una extraña criatura de demoníacas alas.

El aparente demonio aterrizaba a los pies de la dama angelical y plegaba sus monstruosidades hasta que ya no podían verse dejando a la luz al extraño con armadura plateada y rasgos de ave rapaz, en sus brazos cargaba delicadamente a la niñita de cabellos. Sus ojos seguían denotando terror mientras el dragón en su espalda serpenteaba como deseando escapar del cuerpo de la pequeña.

A la mujer alada le aparecían de la nada muchos más pares de brazos con los que cobija al cuerpo inerte que sostenía con tanta maternidad, la piel se le coloreaba de tonos chocolate mientras sus dorados cabellos se oscurecían hasta volverse profundamente negros. Las alas desaparecían y la mujer, así de repente, notaba el enorme cadáver a sus pies.

Sus ojos centelleaban en furia, su pacifica expresión se distorsionaba en odio puro hacía el caballero plateado que aferraba más fuertemente a la niña.

La escena de inminente guerra era imposible de no mirar hasta que un cuervo se posó en el hombro de quien veía todo en silencio, sus ojos brillaban con un dorado rojizo aterrador, abría su enorme pico esperando empezar sus espeluznantes graznidos cuando algo se enrollo en su garganta quebrándosela hasta matarlo.

Una serpiente blanca.

The prince and the beast #BNHAwards18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora