Capítulo 8. Reina de la Noche

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No hay nada más que oscuridad y silencio a mi alrededor. Mis ojos están cerrados, siento como mi respiración choca contra la punta de mis labios. Soy consciente de que mi cuerpo está despierto, pero sin poder moverse, como si alguien estuviese encima de mí y presionara mis parpados. Un cosquilleo que comienza desde la punta de mis dedos, poco a poco se abre paso y se instala en todo mi cuerpo. De un momento a otro todo cambia, ya no hay cosquilleo, sino un calor abrazador que recorre mis entrañas. Dejo de sentirme liviano y ahora parece que tengo fuego en las venas y no sangre.

El silencio es roto por un grito desgarrador que abandona mi garganta haciendo que mi parálisis termine con él. Varias gotas de sudor resbalan sobre mi frente mientras el pulso me zumba en los oídos. La confusión me invade y rápidamente se esfuma al darme cuenta de donde estoy.

-¿Roy? –mi voz sale rasposa como un susurro apenas audible.

Me levanto de mi lugar tambaleándome hacia una especie de cortina y lo único que descubro al otro lado es otra camilla completamente vacía. Me dirijo a una de las dos puertas frente a mí y lo primero que me recibe es un baño y un fuerte olor a desinfectante, al igual que él reflejo de un chico con un hematoma enorme en el pómulo izquierdo y varios rasguños en la cara y brazos, sin mencionar la herida en mi ceja derecha y el prominente corte en el labio inferior, que se encuentra cubiertas por una especie de cinta blanca.

Sin embargo recuerdo que no he sido yo quien se llevó la peor parte sino Roy, y es en ese preciso momento donde la preocupación y ansiedad se disparan.

Salgo de allí apenas escucho como  la puerta es cerrada con fuerza.

-¿Hay alguien que pueda ayu...? –cierro la boca dejando mi pregunta al aire. No hay nadie en la habitación, solo un ambiente pesado y la puerta abierta de par en par. Trago saliva y escaneo el lugar con mis ojos.

La puerta da hacia un pasillo sin ningún rastro de personas. Un cosquilleo en la nuca me advierte que debo dejar mi trasero en la habitación y esperara noticias, pero como siempre, hago todo lo contrario y decido salir de la habitación.

-Al diablo, tengo que encontrar a Roy. –trago saliva y elijo el camino de la derecha –¿Qué es lo peor que puede pasar?

Mientras camino por el pasillo escucho perfectamente las sirenas de las ambulancias fuera del edificio. Las luces comienzan a parpadear, me detengo y espero a que vuelvan a la normalidad. Nuevamente tras unos minutos me encuentro frente a dos caminos. Inspecciono el camino de la izquierda, y este da a un elevador. Cuando estoy a punto de caminar a este, las luces comienzan a parpadear de nuevo y un gruñido hace que me detenga en seco. Con mucho cuidado y con el pulso acelerado me giro sobre mis talones.

-Mierda... –justo al final del camino de la derecha como a unos cinco metros, hay un lobo de inmenso tamaño color blanco con la cola y orejas grises. Sus ojos son de un dorado brillante y sus colmillos relucen con la luz blanca del pasillo.

Contengo la reparación procurando no hacer ningún movimiento brusco, incluso evito parpadear. Un escalofrió me recorre la espina dorsal y el miedo se apodera de mí, era el segundo lobo en un día. Él lobo comienza a gruñir, y automáticamente retrocedo. Miro de reojo el elevador que está a menos de dos metros y casi como si el lobo supiera lo que planeo, ruge con ferocidad, lo que para mí es una señal para salir corriendo hacia el elevador y salvar mi asustado trasero.

Las puertas se cierran casi al instante mientras aprieto todos los botones que mis entumidos dedos pueden. Las puertas son embestidas con violencia por la bestia. No despego los ojos de la puerta, pues el elevador no se mueve y la idea de que el lobo de allí afuera pueda entrar me aterra. El elevador se mueve justo cundo una enorme garra atraviesa el metal.

Entre BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora