Capítulo 16: La historia de una familia jamás contada

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  Todo se remonta a la noche del cumpleaños del abuelo de Elliot, que cuando este último se fue a dormir, las tinieblas devoraron a su familia sin que el pudiese hacer algo por ayudarlos.

-Me preocupa Elliot.- Confesó Kristen, la madre, con una taza de té verde entre sus manos. Ella y su padre se habían sentado en el sofá, después de haberle dado las buenas noches a la pequeña Lizzie.

-¿Qué te preocupa? ¿En qué sentido? -Se inclinó, tratando de atrapar una de las latas de cerveza que había quedado en la mesa, pero Kristen fue más rápida y le dio un inesperado manotazo, para que la soltara.- ¡Ay! ¡Kristen, mi anciana mano!

-Sí, claro. Tú eres un anciano cuando te conviene, pero para beber tal cantidad de cerveza no lo eres, ¿eh? No sé como aún te mantienes en pie después de todo lo que te has metido en el cuerpo.

-Hija, te sorprenderías de lo que este cuerpo puede hacer todavía.- Elevó ambas cejas blancas, con picardía.

-¡Papá, por dios bendito! No me hagas imaginar cosas raras, que después no duermo.-Exclamó, divertida.- Pero me refería a que me preocupa. Esta tarde ha tardado mucho cuando fue a la gasolinera, y espero que no me haya mentido.

-¿Por qué iba a hacer algo así? Vamos, sabes que es un chico de lo más responsable. Jamás te mentiría y menos a mi, que lo conozco bien. Quizá se entretuviese con alguna titi por ahí.

-¿Una titi? Papá...si lo conocieras tan bien como yo, sabrías que no...que no está interesado en las chicas.

-¿No me digas que le gustan los chicos? -Abrió mucho sus ojos, no fue de disgusto, si no de diversión. Ese hombre nunca había tenido reparos en nada y menos en temas como ese.

-Bueno, el otro día cuando fui a cambiarle las sábanas, le pillé una de esas revistas eróticas y no eran precisamente chicas lo que vi.- Se echó a reír al ver la cara que estaba componiendo su padre.- Oh, vamos, eres un viejo verde, papá.

-A buenas horas te das cuenta.- Se volvió a sentar sobre el sofá. La batalla contra la cerveza la había perdido, así que ya no había nada más que hacer. Kristen había ganado ese asalto limpiamente.

-A lo que iba...espero que esté bien.- rodeó la taza con sus finos y delicados dedos, tratando de no quemarse.

-Ya sé lo que te pasa a ti.- La sonrisa del anciano se ensanchó aún más si cabía, de oreja a oreja.- Tú lo que temes es que tú hijito se te despegue. Ahora ya pasa más tiempo fuera debido a la universidad y eso te aterra.

-No...bueno, sí. Ya sabes lo sensible que es y aunque sé que se esfuerza en asumir lo que le pasó a su padre, no estoy del todo segura de si es verdad que lo ha superado. Aún lo escucho quejarse por las noches, como si tuviese pesadillas. Esas pesadillas de nuevo, papá.

-Kristen, escúchame. Elliot ya es un chico mayor, sabe apañárselas solo. Es muy fuerte y determinado, como tú. ¿A quién sino iba a sacar ese carácter tan agrio que tiene? Si es idéntico a ti.

-Me tomaré eso como un cumplido, papá. Por que si no, más te vale correr. Y me da igual que no seas tan rápido, mi ira caerá sobre ti.- Ella lo miró, sacándole la lengua. Acto seguido, ambos rieron a carcajadas, alegres.

Cuando fueron disminuyendo las risas, Kristen oyó algo rebotar contra la ventana del salón. No pudo ver que era, ya que las cortinas estaban echadas, pero pensó que podría ser algún animal salvaje, por la zona había muchos gatos y perros abandonados, incluso mapaches que se dedicaban a ultrajar en su basura. Cómo odiaba a esos peludos vecinos. Se levantó del sofá y dejó la taza sobre la mesa, con el té a medio beber.

-¿Qué haces, a dónde vas? -Preguntó el abuelo, dando un trago fugaz a la cerveza, aprovechando que ella no miraba en esos instantes.

-He oído un ruido fuera. Pero seguramente será alguno de esos animalitos a los que Lizzie ve tan monos. Un día quiso adoptar a un mapache y me costó un montón convencerla de que no son buenos animales de compañía.

-Pues es igual que tú cuando eras pequeña. Me metías todo tipo de animales en casa, hasta insectos.- Sonrió, nostálgico.- Te encantaban los pollitos y los patos. Por no hablar de los conejos, tuvimos muchos. Y te peleabas con tu madre todos los días y los escondías para que no los cocinara.

-Es que se les cogía cariño, matar a los animales de un niño y después ponérselos como cena no es un plan muy inteligente que digamos. Eso fue un trauma para mi.

Corrió la cortina y se sobresaltó un poco a ver a su vecina Lucy apoyada contra el cristal del patio trasero, llevaba una bata rosa medio abierta y debajo, un bonito pijama de seda rojo, no era muy escotado, pero sí sexy. Temblaba pavorosamente y un hilo de saliva le caía por todo el mentón, deslizándose por su cuello, como si fuese un río que busca desembocar en algún mar.

-Cielos, es Lucy...-Se apresuró a dejarla entrar, pues la situación de ella era cada vez peor.- ¿Qué te ha pasado, qué ocurre?

Dejaron un poco de espacio en el sofá para que ella también pudiese sentar, Kristen también limpió un poco las latas de cerveza que se habían quedado por la mesa y al ver que el anciano ya se había bebido el resto de una de ellas, lo fulminó con la mirada. Ya se las vería con ella más tarde, cuando atendiesen a su invitada. Ella se sentó, frotándose los brazos y las rodillas, como si tuviese un frío interminable que la consumía, al igual que sus labios, que estaban de un morado mate preocupante.

-¿Estás enferma, cielo? -Kristen le apoyó la mano en la frente para comprobar si tenía fiebre, pero estaba ardiendo, tanto, que tuvo que retirarla rápidamente porque había notado como se quemaba.- E-estás ardiendo....¿quieres que llame al médico, a la ambulancia?

-N-no...-Parecía que le costaba hablar, tragaba saliva por la hinchada garganta, costosamente.- J-joel....

-¿Tú marido? ¿Qué le ocurre? ¿Es qué también está enfermo?- Kristen cada vez estaba más preocupada. Lucy se resbaló hacia uno de los lados, dejando su cabeza apoyada en uno de los cojines, que se hundió bajo su paso.

-Y-ya no es el mismo....está vole...viol...violento.- Consiguió terminar la palabra, los temblores hacían que le dieran espasmos.- Estábamos en...en el sofá, viendo una película, como muchas veces hacemos. Antes de eso, habíamos estado hablando de que lo había mordido un perro en la calle, un perro horrible.- Cerró los ojos y parecía que ya no iba a decir nada más, pero sólo se había tomado una pequeña pausa.- Estuvimos horas dándole vueltas al tema y le curé la herida....pero después se le pusieron los ojos en blanco y me mordió también, en la cadera.- Se quitó la bata, dejándoles ver la gran mordedura que lucía en su blanca piel, parecía profunda, y desde luego no es una caricia que se suele ir de las manos. Esa mordida iba directa a herir, a hacer daño.

-Tengo que llamar a la policía...¿Cómo ha podido hacerte Joel algo así? Siempre lo había visto como un buen marido....

-Y-y yo...nunca me había puesto una mano encima. -Abrió un poco los ojos y vio que Kristen había encendido su móvil para contactar con la policía, no quería que se llevasen a su marido detenido, así que la detuvo.- N-no...por favor, no llames. Me pondré bien, sólo...necesito descansar.

-¡Cómo no voy a llamar! Joel te ha mordido, eso no lo pienso consentir...

-Por favor...-En vez de un susurro, esta vez fue un graznido seco. Cerró los ojos y se quedó plácidamente dormida.

-Dios...-Miró a su padre, que había estado contemplando la situación sin decir nada, con los ojos muy abiertos. Jamás había visto algo así, ni en las noticias.- ¿Qué debo hacer, papá? Si Joel vuelve a hacerle algo...

-Por ahora, déjala dormir un poco, le vendrá bien. Prepara esa famosa receta tuya del caldo de pollo y dale medicinas. Yo trataré de curarle esa espantosa herida.

-¿E-es muy grave?

-Nada que un ex-militante no pueda arreglar.- Guiñó uno de sus ojos, ese gesto siempre dejaba a Kristen más tranquila, lo hacía desde niña.

-Vale, la dejo en tus manos.- Se metió en la cocina, para preparar el caldo.

Cuando ya estuvo casi listo, escuchó un grito que provenía del salón, de su padre. Se quedó tan preocupada, que se le derramó el caldo caliente por las piernas y se mordió el puño para no gritar. Lo dejó sobre la mesa y se asomó a la otra habitación, con el corazón desbocado. Vio a Lucy sobre su padre, tratando de morderle a toda costa.

-¡L-lucy! -Chilló, apartándola. Pero aquella ya no era su amiga, ni su vecina, ni si quiera le resultaba familiar. Había perdido todo el color de su piel, ese bronceado del que siempre había alardeado en su grupo de amigas, en lugar de sus labios, había una masa renegrida, que sobresalía de manera irregular, dejando ver unos dientes afilados. Pero lo peor, eran los ojos. Eso siempre era lo peor, lo que impactaba. Estaban desprovistos de pupila, todo en ellos era aterrador y sinuosas venas de un color que no consiguió identificar los surcaba.- Q-qué....

No obtuvo respuesta por parte de ella, sólo un ávido rugido. Al abrir sus fauces corpulentas, pedazos de carne, probablemente de su propio padre, se escaparon entre los dientes. Él ya había dejado de gritar, ni si quiera lo veía moverse, lo que llenaba todos sus pensamientos con una gran preocupación.

-¿Mami? -Una fina y angelical vocecita le llegó desde el pasillo. Escuchó unos piececitos descalzos caminar hasta donde estaban ellos. El corazón le dio tal vuelco, que casi pensó que se le podría haber salido de su sitio.- ¿Qué pasa mami...? -Se frotaba sus enormes ojos, llenos de legañas y aún entrecerrados, seguramente la habrían despertado los gritos.

-No pasa nada, corazón. Vuelve a la cama, ¿vale? Mami irá en seguida.

-Vale...-Arrastró sus piernas por donde había venido, sin hacer más preguntas. Bendita sea la ignorancia e inocencia infantil. Ya le hubiese gustado que el día que le preguntó de donde venían los niños hubiese mostrado menos interés.

Cuando la niña ya se hubo marchado, Kristen apenas tuvo tiempo de girarse, ni de asimilar lo que estaba pasando. Los hechos giraban de una manera tan breve, que no se adaptaba. Lucy y su padre estaban de pie en el sofá, ahora ambos parecían idénticos, con la misma mirada perdida y los dedos encrespados hacia dentro, como si fuesen garras. La olisquearon, viendo si se trataba de comida. Al ver que sí, ambos se lanzaron sobre ella, dando un ágil salto del sofá, ni si quiera vacilaron.

Kristen retrocedió y salió corriendo por el pasillo, notando un sudor frío bajar por toda su espina dorsal. La casa contaba con dos salidas, la que daba al patio y la puerta principal. Pensaba en huir, claramente, pero debía despertar a sus dos hijos. Subió las escaleras rápidamente, incluso se hizo daño varias veces al apoyar mal el pie. Pegó varias veces en la puerta de Elliot, pero este no le contestaba, así que primero recogió a Lizzie, que la esperaba sentada en su cama, abrazada a uno de sus peluches favoritos, tenía el pelo alborotado y cara de sueño, pero agradeció mucho verla como siempre y no con ese rostro infernal.

-¿Vas a leerme un cuento, mami? ¿Por qué corres tanto? Tú nos dices que por la noche no se puede correr por la casa, que molestamos a los vecinos.

-Es que...hoy es un día especial, cariño.- Se metió en la habitación y cerró la puerta, apoyándose contra ella. Menos mal que era rápida de pensamiento.

-¿Un día especial? Oh, claro. Es el cumple del abuelo.- Soltó una risita encantadora, cualquiera habría pagado por verla sonreír así durante horas.

-A parte de eso, amor. Hoy es el día en el que Lizzie es la reina.

-¿La reina? -La niña abrió sus enormes ojos, totalmente interesada en lo que le estaba contando su madre.- ¿Soy la reina del país de las hadas, mami?

-Sí, tesoro. Eres la reina y todos estamos bajo tus órdenes, pero antes de poder usar tu poder, debes hacerme caso en una última cosa, ya que yo antes era la reina y ahora te he dejado mi puesto a ti.- No le gustaba mentirle así, pero era la única alternativa.

-¿Qué cosa, mami? ¡Haré lo que sea! -Alzó sus dos diminutas manos hacia arriba, victoriosa. Como si todo ese tiempo, lo hubiese estado esperando.- ¡Ya verás cuando lo sepa Elliot, que siempre se ríe de mi, diciéndome que el mundo de las hadas sólo existe en los cuentos, Elliot tonto!

-Tendrás tiempo de contárselo a tu hermano, pero ahora tenemos que correr un poco, ¿vale, cariño? Nuestro reino está en peligro y tenemos que salir antes de que los monstruos malvados nos coman.

-¿Es que hay monstruos en la casa? -Esa imagen la sobrecogió y se tapó hasta arriba con las mantas.- Mami, quizá todavía no esté preparada para ser reina, me conformo con ser una princesa.

-Pero tú eres más fuerte, más valiente.- La cogió en brazos, dándole un beso en la sonrojada mejilla.- Eres la indicada para serlo, lo harás bien.- La puerta de la habitación amortiguaba los golpes y los gorgojeos que producían esos dos, pero era evidente que estaban ahí, y que no se irían hasta tenerlas.- Tenemos que hacer un plan.

-¿Un plan para ganar a los malos? ¿Cómo en las películas que ve Elliot sobre matar gente?

-Sí, cielo, algo parecido. Pero nosotras no matamos a nadie, sólo huimos.- Se quedaron sentadas sobre la cama, la una muy pegada a la otra durante largos minutos, esperando a que dejaran de golpear la puerta. Había conseguido que su hija no estuviese asustada en momentos como ese, lo cual era un milagro. Cuando hubo pasado un buen rato, puso la cara sobre la puerta y prestó atención por si escuchaba algún paso, algún crujido, cualquier cosa que revelase que había criaturas inhumanas rondando por su casa. No oía nada, y pensó que el silencio era casi peor. ¿Qué estarían haciendo ahora?

No se había dado cuenta hasta ahora de que había estado aguantando la respiración, así que soltó todo el aire de golpe, en forma de suspiro y esperó. Más silencio aún.

Miró a su hija, decidida a no pasar ni un minuto más metidas en aquella habitación. Dejó sus emociones a un lado y empezó a abrir la puerta. Cuando vio que no había nadie, sonrió satisfecha y tomó una gran bocanada de aire, como si fuese la última vez que lo fuese a hacer, como si el aire se les fuese a gastar.

-Vale- Dijo en voz alta.- Hora de irse. Antes iremos a buscar a tu hermano.

Cogió a su hija en brazos y caminó por el pasillo, apoyando una de sus manos en la pared al andar. Todo seguía estando en silencio.

Trató de abrir la puerta de su hijo mayor, pero nada. Apostó a que se había dormido de nuevo con la música puesta y que no la oiría. Odió la maravillosa idea que tuvo aquel día al ponerle el pestillo, pero claro, el ya era mayor necesitaba su dichosa intimidad adolescente súper secreta para los padres. Miró hacia las escaleras y vio una sombra, la sombra de un zombie. A su lado, había una bestia agazapada, lista para abalanzarse sobre ella en cuanto tuviese la mínima oportunidad. Su corazón latía con furia en la oscuridad.

Pensó en echar la puerta abajo, pero eso sería de lo más arriesgado, ya que esos seres podrían oír el estruendo e ir a por ellas. Mientras estuviesen abajo y entretenidos con cualquier cosa, iría bien. Oyó como uno de ellos gimió al chocar contra una de las sillas y acabó tirándola al suelo.

-No parece que sean muy listos...-Susurró, despegándose el cabello rizado de la frente. No se había percatado de que había estado sudando tanto, la ropa también se le había apelmazado a la piel, ahora se notaba más pesada.

-Los monstruos siempre son tontos, mami.- Sonrió, aferraba a sus hombros.

-Cierto, tesoro. Los monstruos siempre son tontos y los buenos ganan.- Calmaba a su hija y a ella misma, era un buen consuelo, después de todo. Escuchó más sonidos procedentes de la cocina, seguidos de un gemido de frustración. Entonces, los olió. Era como el hedor de una carnicería que había traído material nuevo, una peste de carroña, entrañas y carne podrida. Era la cosa más repugnante a la que se había tenido que enfrentar su pobre nariz.

-Huele mal, mami.- La pequeña tosió, tapándose la boca con las largas mangas de su pijama rosa.

-Se habrá puesto algo malo en la nevera, mira que le digo al abuelo que no meta esa comida basura ahí durante días, que se pudre.

-El abuelo es un guarro.- Su risa sonó amortiguada, pero le dieron ganas de reír a ella también. El olor se volvía más fuerte cada vez, era casi insoportable. Reprimió sus arcadas como pudo, que no era fácil.

Por el umbral de la cocina, se apareció la figura de su padre, y Kristen se sobresaltó, aterrada. Pudo ver como le sobresalían los intestinos y como se bamboleaban al moverse. Al verla, alzó sus brazos, con una mueca hambrienta. Gruñó, aunque más que un gruñido, parecía como si se acabase de comer un cristal entero. Su lengua era una masa hinchada y negrusca, no entendía como aún podía abrir y cerrar la boca.

Con una velocidad pasmosa que contrastaba con la putrefacción del cuerpo, el que antes fue su padre se impulsó hacia delante, consiguiendo agarrar una de sus manos y arrastró a Lizzie con él, arrebatándosela de sus brazos.

Kristen chilló con todas sus fuerzas al ver a su hija en brazos de aquel monstruo, pero no pudo hacer mucho más, ya que las fauces del anciano se habían hundido en la preciosa piel de la niña. El color de la porcelana se mezcló con el rojo pasión, salpicándola a ella y el suelo. Todo quedó encharcado. Asombrada por lo que acababa de ver, se echó hacia atrás, tropezando con uno de los muebles y se mordió el labio para no quejarse. Miró hacia la chimenea, donde su padre siempre había tenido esa magnífica escopeta como recuerdo de su pasada por el ejército. Nunca le hizo gracia tenerla en casa, sobre todo por que sus dos hijos parecían demasiado interesados en ella, pero ahora agradeció que estuviese allí. No sabía como dispararla, jamás lo había hecho. Pero las cosas que había visto en la televisión y en las películas, fue suficiente para ella. Cargó y disparó, el disparó le hizo explotar las tripas, dejado un enorme agujero en su costado.

-¿P-por qué...no te mueres.....? -Los nervios comenzaron a dominarla. Había visto visto como había mordido a su preciosa hija, había disparado a su propio padre. Pero no había funcionado, nada lo detenía.- ¡Q-qué quieres de mi! ¡No tengo nada más que ofrecerte! ¡Vete, largo de mi casa....! -Los gritos salían disparados de su boca, como si fuese un cañón, sin pensar.- P-papá...por favor..sólo quiero salvar a mi hijo....-Alzó la escopeta, y disparó un par de veces más, las balas se estamparon contra la carne podrida, arrancando tejidos y músculos.

El zombie saltó sobre ella, tirando varias lámparas y derribando el sofá. Parecía una tarea difícil, pero para él no resultó serlo. Kristen pudo sentir como los dientes se clavaban en su piel, en el abdomen, en el pecho, en los brazos y en los muslos. No gritó, le dolía más que tener que abandonar a su hijo de aquella manera, pero no le dio el placer de oírla gritar. Cerró sus ojos, sintiendo como la devoraban.

Así fue como la familia de Elliot dejó de existir. Nadie supo si de verdad el virus se lo había pegado ese perro a Joel, pero todo se había puesto en marcha e iba a pedir de boca. Lucy atacó a sus vecinos, y estos últimos atacarían a más personas a su paso, la vida estaba tomando un nuevo rumbo. Pero lo más difícil, aún quedaba por llegar, lo más difícil para un joven chico inexperto en la vida, que no se esperaba que al abrir la puerta de su cuarto, se encontraría con aquella masacre y a toda su familia muerta. O mejor dicho...no tan muerta.  

El último bocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora