Capítulo 30: La última metamorfosis

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  -¿Qué os pasa, ratitas de alcantarilla? ¿Ni si quiera reaccionáis?- Preguntó Albert, con una sonrisa que no se desdibujada por nada.- ¿Es que os habéis dado cuenta ya de que no tenéis nada que hacer conmigo?

Blair se había quedado mirando al enemigo, sin pestañear si quiera. Bruce levantó la vista para mirarla a ella y cuando vio la preocupación extrema en sus ojos, se preguntó si realmente era miedo lo que sentía. Estaba paralizada.

-Escúchame, morena...-Bruce se arrodilló a su lado, poniéndole una mano en el hombro. Eso si hizo que lo mirara.- Estamos vivos y es un logro que muchos no han llegado a alcanzar. Muchos han muerto y les habría gustado estar donde nosotros estamos, lo darían todo para ello.- Bruce le deslizó un brazo por los hombros y ella hizo ademán de empujarlo, pero luego cedió. Tras un momento, ella se volvió, apretando su cuerpo contra el de él en un abrazo de verdad, de los buenos, de los que llegaban directo al corazón, cargado de sentimiento. Bruce también formaba parte de su vida, quería tenerlo cerca siempre. Así que cuando él se separó del abrazo, ella sintió que se le iba un pedacito de ella misma con él. Era agradable sentir el aroma que emanaba, siempre tuvo obsesión en oler las colonias de los chicos, pero el olor de Bruce le gustaba, a pesar de estar mezclado con toda aquella putrefacción e infección.

-Sí, sí...lo siento, supongo que me ha podido la presión del momento.- Asintió y sonrió con las pocas fuerzas que le quedaban. Se aclaró la garganta.- Y tienes razón, estamos en una situación complicada y puede que muramos hoy mismo, incluso ahora...pero hemos sobrevivido, hemos llegado hasta aquí y no será en vano. No podemos tirar la toalla.

-Y si la tiras...yo la recogeré por ti y te la volveré a dar.- Sonrió, esta vez no fue con chulería, si no con una ternura que le ablandó el corazón. En ese instante, fue cuando se dio cuenta de que quería a Bruce en su vida, lo quería a su lado y para siempre. Lo quería.

Daniel sopesaba todas las opciones que tenían. Estaban en un sitio seguro, más que seguro. Cuando llegaron a la iglesia, se imaginó un futuro en ella, viviendo allí, rodeado de las personas que quería, junto a Elliot, sus nuevos amigos y con su hermano, a pesar de todo. Allí podían abastecerse de comida, ropa y armas. Estaban muy alejados de la población y seguro que aquella iglesia podía recibir a más supervivientes si se daba el caso. Era el sitio idóneo, y tenían que protegerlo a toda costa. También había naturaleza, no había tanta contaminación como en la ciudad y por supuesto, también habría menos cadáveres con los que luchar. Al sopesar todos los pros y los contras del lugar, solo vio los pros. El único contra que había, se llamaba Albert y lo tenía justo delante de sus narices.

Albert canturreaba para sí mismo, inmerso en sus malvados planes para hacerse con el mundo de una vez por todas. Echó un vistazo rápido a los supervivientes que tanto le habían molestado. Le habría gustado mucho que se rindiesen, para así poder transformarlos, como a Chris, en siervos dispuestos a realizar todo tipo de tareas por él. La verdad es que todo sería más sencillo así, teniendo un ejército al que manejar. Pero ahora tendría que matarlos uno a uno y después de eso, buscar a más pobres almas a las que atacar.

-Claro que estamos dispuestos a luchar por lo que es nuestro.- Elliot alzó la voz, para que Albert pudiese escucharlo sin problemas. Tuvo que gritar bastante, para que su voz sonase por encima del gemido lastimero de los muertos que aún trataban de entrar en la iglesia.- Has acabado con el mundo, casi has acabado con la especie humana...Eres un jodido asesino, Albert. ¡Un asesino cobarde que se oculta detrás de la inmortalidad para jugar a ser dios, como si fuese un niño pequeño y caprichoso!

Albert acalló a Elliot con un puñetazo en la mejilla, derribándole como si de una pluma se tratase. Agarró su camiseta y lo levantó, como quien recoge una semilla del suelo, sin esfuerzo alguno. Le dio otro puñetazo, esta vez en la nariz, haciéndola sangrar violentamente.

-¿Eres capaz de repetir lo que me has dicho ahora, valiente? -Su voz sonaba grave, como un relámpago cruzando el cielo en una noche tormentosa. El cuerpo de Elliot tembló, pero no se mostró acobardado. Parpadeó varias veces, enfocando su vista en el villano.

-Lo repetiría las veces que hiciesen falta...-Reiteró, ni el mismo comprendía el ataque de euforia al que estaba sometido. En otras circunstancias, habría estado aturdido y helado de miedo, pero no era el caso. Quería gritar, luchar y ser valiente, de una vez por todas.- No te vas a salir con la tuya, monstruo.- Sintió un globo de emociones hinchándose en su interior y recordó la promesa que se hizo a sí mismo. Viviría, por su familia.

-Antes me parecías un muchacho inútil.- Albert apretó la mandíbula, examinándolo.- ¡Pero es que ahora me resultas hasta gracioso, joder! Ahora, deja que hunda mis dientes en tu delicada carne y únete a mi.- Se relamió los labios y abrió sus fauces, dejando que un hilo de saliva pastosa se deslizase por los dientes, cayéndole por el mentón. Jamás había olido algo tan nauseabundo como aquello, ni si quiera pudo soportarlo, incluso sintió unas grandes arcadas que viajaban por su garganta. Elliot conoció el aliento del verdadero miedo. Rebuscó en los bolsillos de sus pantalones y agarró su pequeño cuchillo, hundiendo la punta en la lengua de Albert, que comenzó a sangrar, como si fuese un volcán en erupción.

Albert abrió mucho sus dos perlas blancas que tenía como ojos, con una sorpresa que no había conseguido identificar. No se esperaba para nada que el chico reaccionase de esa manera, no sintió dolor, evidentemente. Pero el acto en sí le enfureció, nada debía destrozar el huésped que había cogido. El cuerpo de Henry era perfecto, atlético, fuerte, joven y sano. Sonrió, aún teniendo todo el mentón y gran parte de la boca inundados en sangre, sacando el cuchillo de la boca, como quien se quita una espinilla.

-Mehad odido el a'bla...-Gruñó Albert, descubriendo que ya no podía hablar como antes. Eso lo puso rabioso, ahora si que se parecía un poco más a los caminantes comunes, no podía hablar, tenía sus ojos y su piel.- ¡Hioh de pudah!

-Míralo por el lado bueno, así ya no tendremos que escuchar más tu palabrería horrible.- Elliot sonrió, notando como el sabor acre de la sangre se colaba entre sus labios.

-¡Vaid a odih odooosh! -Exclamó, hecho un basilisco. Las venas de su cuello y frente se habían inflado como nunca, con las manos temblorosas. Se agarró la lengua herida con los dedos y usando el cuchillo que aún tenía en las manos, para cortarse la lengua, arrojándola al suelo.

-Dios...-Todos se habían quedado helados, en el sitio. Jamás habían visto un acto tan insensible en sus vidas. La imagen de la lengua cortada, como si fuese un trozo de carne cruda, nunca se les olvidaría. Se había quedado grabada en sus mentes a fuego lento.

Daniel evaluó la situación, hecho un manojo de nervios. Albert les llevaba una clara ventaja, eso ya lo sabían y apenas unos cuatro metros los separaban de los muertos vivientes que todavía estaban buscando una manera desesperada de entrar en la iglesia. Agradecieron que no fuesen inteligentes, porque si hubiesen tenido dos dedos de frente, habrían visto como entró el otro grupo y los habrían imitado. Pero estos solo se limitaba a sacar sus brazos por la ventana, emitiendo sonidos gorgojeantes, parecidos a una risa macabra. La situación se ponía cada vez peor.

-Defended las ventanas, cualquier puerta por la que se pueda acceder al recinto y los alrededores.- Ordenó Daniel, sintiendo como varia gotas de sudor saladas bajaban por su mejilla, para después perderse en su cuello.- No dejéis que ninguno de esos muertos entre, porque las cosas podrían ponerse aún más feas.

-¿Más? -Gimió Mya, apretándose la pistola contra el pecho. Tenía la boca tan abierta, que todos pensaron que se iba a poner a gritar de un momento a otro, gracias a su auto-control que no fue así. Aún así, se la veía alterada.

Por las ventanas, podían ver como nubes de caminantes rodeaban la iglesia, como si fuesen misioneros en busca del perdón de su señor. Eran miles de ellos, eclipsándolo todo a su paso y abalanzándose en picado contra las puertas, en un intento de derribarlas y poder unirse a la fiesta a la que no habían sido invitados. Este era uno de los momentos en los que todos deseaban tener una ametralladora, sería más fácil hacerles frente con un arma que estuviese a la altura, y no con las pequeñas balas que proyectaban sus pistolas y fusibles. Nunca habían visto a tantos zombies juntos, moviéndose de un lado al otro, nerviosamente.

-Esto es una cagada...-Se quejó John, sin bajar el brazo, apuntando a todas partes con su arma.- Y no creo que resistamos mucho aquí, podrían echar las puertas abajo si se lo propusieran. Y saben perfectamente que estamos aquí, ya nos han visto. Si queremos vivir, deberíamos empezar a mover el culo.

-No creo que consigan entrar aún...-Murmuró Bruce, con gran esfuerzo. Cada vez tenía menos energía, estaba perdiendo tanta sangre, que ni si quiera tenía fuerzas para ponerse en pie.- N-ni de coña...

-Quizá sí, quizá no...-Terció Andy, mordiéndose el labio inferior. Si fuese por sí mismo, ya se habría lanzado a muerte a por el enemigo. Nunca le había importado ir directo hacia la muerte, ni si quiera le había tenido miedo. Pero ahora...ahora ya no podía irse de este mundo ni aunque quisiera. Tenía gente a la que proteger y defender.

Elliot giraba bruscamente la cabeza, de un lado al otro, tratando de encontrar un plan B. Pero el caso es que no tenían ni plan A, para empezar. Las criaturas ya estaban por todas partes, chocaban contra las paredes del edificio, estrellando sus cuerpos como suicidas, sin importarle en el estado que pudiesen acabar. No les preocupaba causarse daños a ellos mismos.

Una de las vidrieras de infinitos colores comenzó a resquebrajarse, debido a los innumerables golpes que los muertos asestaban. Cuando vieron como las grietas recorrían peligrosamente el cristal, sintieron el miedo, asfixiante y cálido, subiéndoles por la garganta. Uno de los zombies consiguió traspasar el cristal, haciéndolo añicos a su paso y agarró el pelo de Luna, haciendo que sintiese una punzada de dolor. Al tratar de soltarse, notó como un río de sangre caía sobre su cuello. Al girarse, vio la enorme boca de uno de los espectros, a escasos centímetros de ella.

-¡¡Mierda...!! -Exclamó, aterrada. Al ver que no soltaba el agarre, desenfundó su cuchillo, para cortar los mechones que el muerto tenía aferrados. Cuando ya estuvo libre de nuevo, se enfrentó al muerto, clavándole su cuchillo en la frente, enviándolo de nuevo a la cueva infernal de la que se había escapado.

Albert se abalanzó esta vez a por Reese, que no se esperó la ferocidad del ataque y lo pilló con la defensa baja. Se tambaleó y se le doblaron las rodillas, cayendo al suelo sin poder evitarlo. Rodó y pataleó, quitándose al híbrido inmortal de encima. No fue demasiado efectivo, pero al menos consiguió salir ileso.

Sin dejar de disparar en ningún momento, Audrie dejó su puesto y corrió hacia Reese y temió que estuviese herido. Se le paró el corazón al ver que estaba cubierto de sangre, pero comprendió que no era la suya, si no la del monstruo, que tenía un manantial de sangre ardiente manando de su inexistente lengua. Abría y cerraba su boca, muy ansioso, tratando de encontrar carne descubierta en la piel de Reese. Nunca había visto a su compañero tan asustado, ni tampoco lo había oído gritar de esa manera tan histérica. Apretó con firmeza el arma y disparó.

La bala impactó en la cara del enemigo, pero no consiguió moverlo de encima, parecía como si el disparo no hubiese impactado contra él. Las ventajas de ser inmortal y un monstruo sin corazón, dedujo.

-¿Quehha shifo eso, uiua? -Giró la cabeza hacia atrás. Audrie sintió náuseas al ver como el cuello daba de sí y completó el giro completo de 360º. Le recordó a las numerosas escenas de esas películas tan escalofriantes del exorcista que solía ver con su mejor amigo. Añoraba los tiempos en los que el mal se quedaba al otro lado de la pantalla, ahora tenían que luchar contra él, nadie los había preparado mentalmente para algo así. Quería saltar sobre el monstruo, poder ayudar a su chico de alguna manera, pero las piernas se habían quedado ancladas al suelo, era incapaz de moverse. Ya estaba dándose por vencida, pensando que probablemente allí acabaría todo. Que Reese moriría, que ella moriría y después todos seguirían el mismo camino. Su cerebro ya era un amasijo insípido de ideas negativas, se estaba regalando al olvido cuando un rayo de esperanza brotó de aquellas ruinas. Sam había aparecido en el portal jadeante, con el pelo castaño sobre la cara y empapado, debido al sudor. Pero lo que más resaltaba en él, era el enorme lanzallamas que portaba entre sus ensangrentadas manos.

-¡Apartad! -Exclamó a la vez que accionaba el arma. Poderosas llamas inundaron la habitación. El chorro del atroz fuego cegó a todos los presentes, haciendo que se ocultasen el rostro tras las manos. Notaron el calor intenso, los alaridos y gritos de los muertos al ser calcinados. Fueron cayendo como moscas atacadas por un pesticida. Los cadáveres caían, formando grandes pilas de carne muerta quemada. El olor era aún peor que antes, ya que la carne podrida se había chamuscado. Cuando las llamas se extinguieron, todo quedó en silencio. Ya no había ni un solo muerto en pie, todos habían vuelto de nuevo al hogar del que provenían, el infierno. Ahora todas esas pobres almas convivirían en el caldero de Satán, ardiendo eternamente.

-Ayah, ayah-Albert se puso en pie al ver a Sam.- e has otado oda la festah -Su tono burlesco había desaparecido por completo, siendo sustituido por una furia descontrolada.- ¡¡As atado a is ios! ¡Hioh e puah!

Albert se puso en pie con un movimiento que ni si quiera vieron ejecutar. Avanzó hacia Sam con pasos ligeros, hostiles. Bajo sus pies, el suelo crujía con violencia. De un rápido manotazo le arrebató el arma de las manos y con la que tenía libre, apresó el cabello del joven, tirando hacia abajo, sin ninguna compasión.

-Irita...-De su boca no dejaban de salir goterones de sangre coagulada.- ¡IRITA!

Aún aferrándolo del pelo, colocó la cara del joven pegada al arma, presionando con el acero en su piel. En los ojos del hombre aparecieron las pistas de la atrocidad que pensaba realizar. Sam abrió mucho la cuenca de los ojos, tanto, que si hubiese sido un dibujo animado, se le habrían salido, de forma cómica. Albert le golpeó en la mandíbula con el arma, haciendo trizas los huesos y sonriendo al ver las lágrimas en los ojos de su víctima. Esa era lo mejor de todo. Valía la pena robarle la vida a los humanos por el mero hecho de ver todo el sufrimiento que eran capaces de albergar. Le resultaba delicioso. Cuando ya tenía casi todo el trabajo hecho, miró a todos los presentes, asegurándose de que veían lo que iba a pasar a continuación.

-¡Sam! -Chilló Norah, cayendo de rodillas al suelo. Las rodillas habían decidido dejar de funcionar, volviéndose tan pesadas como el acero. Ni si quiera las sentía, era como si no fuesen las suyas.- ¡No.....!

Albert abrió los brazos, agitándolos en el aire, pavoneándose. Asegurándose de hacer de aquella situación tan atroz para muchos, un espectáculo divertido para él. Incrustó el arma dentro de la mandíbula rota, procurando que no se moviese ni se soltase. La sonrisa que le provocaba, era similar a la de un niño el día de Navidad, jugando con sus juguetes nuevos. Todos querían ayudar al pobre chico, pero ya era demasiado tarde para ello. En cuestión de segundos solo sería Sam, el chico que exterminó a todos los caminantes de la zona, quien los salvó, el héroe.

Albert disparó. Las llamas abrasaron la garganta, los labios, el mentón y casi todo el cuello de Sam primeramente. El dolor fue tan intenso, que no fue capaz ni de reaccionar. El lanzallamas suelta combustible a la vez que prende y eso hizo que el cuerpo del hombre se inflara vertiginosamente. La cabeza se hinchó como un globo surrealista. Después colisionó, con una explosión acuosa, creando una lluvia de sangre, sesos y polvo de huesos.

Un silencio sepulcral reinó entre los supervivientes. No se escucha nada, salvo el llanto contenido de Norah, que aún se encontraba en el suelo, empapada de los restos del hombre. Se habían quedado muy quietos y expectantes, con la respiración contenida, en un poderoso estado de congelación.

-¿Ién esh el shiguien'eh? -El hueco donde debía haber estado su lengua era una masa temblorosa de carne enrojecida por la sangre y expuesta para todos.

Sin mediar palabra, Daniel se adelantó a los demás y apuntó con el arma hacia la cabeza de Albert. La bala silbó, cortando el aire e impactó de lleno en la frente grisácea del monstruo. Estuvieron a punto de cantar victoria, pero al ver que su cuerpo no se desplomaba como solían hacer todos los demás, se sintieron desfallecer. De la herida que se había creado en la frente del enemigo, caía sangre negra y espesa, a todos les recordó al petróleo. El miedo los consumía a todos. ¿Cómo podrían derrotarlo, si meterle una bala en el cerebro no había funcionado? Luna dejó escapar un grito ahogado de puro terror.

-¡Y ahora qué coño hacemos! -Exclamó Audrie, desesperada.- ¡Toda la culpa la tenéis vosotros! Nosotros estábamos muy tranquilos viviendo aquí, sufríamos muy pocos ataques de zombies, nos las arreglábamos bien solos. ¡Pero desde que habéis llegado, todo son problemas! ¡Habéis traído con vosotros a este monstruo que nos va a matar a todos, uno a uno! Todo es vuestra maldita culpa, ¡todo! ¡Si tienen que morir más personas, tendríais que ser vosotros! -Reese la agarró del brazo, haciéndola callar de inmediato.

-No seas dura con ellos, amor.- Su semblante era serio, pero su tono hacia ella fue endulzado.- Nadie tiene culpa de lo que ha pasado, nadie. Ahora sólo tenemos que luchar por salvarnos, ayudarnos entre todos, no vamos a complicar aún más las cosas entre nosotros, que ya tenemos bastante con esto.- Ella abrió la boca para querer decir algo más, pero la volvió a cerrar.

-De qué mierda está hecho ese gilipollas...-Gruñó Andy, inquieto.- No ha funcionado. ¡Nada funciona!- Dio un fuerte pisotón en el suelo, ignorando por completo los restos humanos que tenía bajo sus pies. El crujido de la bota contra los huesos le provocó placer.

Albert saltó sobre ellos, con un movimiento sobrenatural. Sus rodillas se habían doblado en un ángulo infrahumano, como si su cuerpo estuviese siendo guiado por unas cuerdas invisibles al espectador. Golpeó a John en el abdomen, haciéndolo caer al suelo, dando bocanadas de aire porque el golpe lo había dejado sin respiración.

-¡¡John!! -Chilló Luna, estremeciéndose. Corrió hacia él, pero Albert la paró en seco, dándole una patada en la cara. Cuando la tiró al suelo, le puso el pie encima, presionando contra ella. Ella se quejó, dolorida.

-¡N-no...no le hagas nada a ella! -Gimió John, retorciéndose en el suelo, arrastrándose hasta donde se encontraban ellos.- Por favor....

Albert lo miró, con una sonrisa que nadie supo identificar, salvo él mismo. No tenía planeado matar a Luna, ni a John, a nadie, de momento. Su plan había sido matarlos lentamente a todos, uno a uno, pero ahora había cambiado de parecer. El cuerpo que estaba siendo portado, ya no le servía para nada. Estaba herido, se caía a trozos, ni si quiera podía hablar, que era lo que más le gustaba. Tenía un plan mucho mejor, el plan que lo llevaría a la gloria definitiva. Levantó el pie y le dio una patada a Luna en la cara, haciéndola sangrar violentamente por la nariz. Esta vez se dirigió directamente hacia su próximo objetivo, Reese, el mayor de los hermanos.

Cuando Reese vio que se dirigía directamente hacia él, se defendió con uñas y dientes. Pero los brazos de Albert eran tan poderosos, que no se pudo escapar del agarre mortal. Al mirarlo a los ojos, creyó estar mirando directamente a la muerte.

-¡No me matarás!- Gritó el hombre, empujando al cadáver andante, en vano. Albert lo miró y sonrió, negando con la cabeza. Con sus fuertes manos, agarró la cara de Reese y le obligó a abrir la mandíbula, haciendo que su boca quedase totalmente expuesta. Acercó la cabeza a él y unió sus labios a los del hombre, que se removía, pataleando y dando manotazos frenéticos.

El acto pilló por sorpresa a todos. Se quedaron petrificados en el sitio, sin saber qué hacer si quiera. Bruce negó con la cabeza, frotándose los ojos, creyendo haber visto algo que no existía. Pero al volver a levantar la vista, siguió divisando lo mismo. Las bocas de Albert y Reese estaban unidas y parecía que se estaban traspasando fluidos de una boca a otra, porque la garganta de Reese se estaba inflando, aunque tragaba con dificultad. Cuando los dos se separaron, el cuerpo de Albert cayó inerte al suelo, como un muñeco de trapo usado.

-Hola de vuelta, perras.- Sonrió Reese, moviendo los brazos, calibrando las extremidades de su nuevo cuerpo. ¡Ah, esto ya está mucho mejor! No sabéis la pena que me daba no poder hablar con vosotros, con lo divertido que es. ¿Me habéis echado de menos?

-¡Miserable hijo de puta!¡Suelta el cuerpo de Reese ahora mismo! -Gritó Audrie, rompiendo en llanto, pasándose los brazos por los hombros, como si tuviese un frío incapaz de calmar.

-Cariño, yo soy Reese.- Se contoneó, burlón.- Recuerdo cada polvo que hemos echado. ¡Eres toda una fiera en la cama, bombón! Y qué tierno, Reese quería formar una familia contigo. ¿No es tierno?

-Cabronazo...-Gimoteó, con los ojos anegados en lágrimas.

-Y Daniel....¿no vas a darme un abrazo ahora? -Se giró con lentitud, mirando a su hermano a los ojos.- ¿Sabes? Reese se arrepentía de muchas cosas, con el amor que te tiene, sería una pena que os separaseis ahora, ¿no crees?

-Eres un parásito indeseable....huyendo de cuerpo en cuerpo, para poder sobrevivir. Creo que el único que da pena aquí eres tú.- Contestó Daniel, manteniendo la compostura de la manera más digna que podía. Aunque ver a su hermano así, le provocaba todo tipo de sensaciones inexplicables.

-Bueno, volviendo a lo que iba...-Se aclaró la voz, regodeándose.- ¿Quién dice que quieres ser el siguiente?

-Yo mismo.- Dice Bruce, adelantándose un paso, blandiendo un machete entre sus manos.- Que todavía no he tenido la ocasión de partirte la cara.

-¡Premio al valiente! -Albert soltó una carcajada, excitado.- ¿Cómo quieres que te mate? Tú eres de los que me ha caído mejor, te dejo elegir una manera de morir. ¿Qué te parece? Para que luego digáis que no soy considerado o no tengo corazón.

-No te va a durar mucho la fiesta.- Sentenció bruce, apuntándole con el machete.

-Os veo muy confiados, ¿no? ¿A qué se debe ese cambio? -Seguía avanzando hacia Bruce, sin darse cuenta de que Daniel estaba a sus espaldas, agazapado.

-Bueno, se debe a que hemos cogido las riendas de la situación.

-¡Já! ¿Este es acaso otro de vuestros chistes, hm?

Bruce sonrió, pero esta vez no sonreía a Albert, si no a Daniel. No tuvieron necesidad de trazar un plan, con sólo una mirada, ya sabían que es lo que iba a pasar a continuación. Un hecho que cambiaría drásticamente el rumbo de sus vidas.  

El último bocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora