- Capitulo 18
Después mi vista se posó en su perfecto dorso que de un momento a otro me quitó el aliento, los latidos de mi corazón estallaron desbocados contra mi pecho y el mundo a mi alrededor desapareció. Un frenético deseo de tocar sus labios llenos me sacudió desde la planta de los pies hasta el último pelo de mi cabeza. Mi fuero interno se encontraba conmocionado, tan sólo tenerle cerca desequilibraba todo mi mundo; los latidos de mi corazón gritaban desbocados el nombre del ser que tenía a sólo unos centímetros de distancia, Carlos.
Estaba tan concentrada en definir mis emociones que, no me percaté de la mirada en el hermoso par de ojos destellantes que tenía enfrente. En los diferentes tonos de aquellas pupilas marrones, en lo más profundo pude ver un sentimiento distinto al que Carlos generalmente me mostraba, un sentimiento que jamás vi en algunos otros ojos; una dulzura tan descomunal que de algún modo, me invadió de tranquilidad, de paz.
El estadillo del cuerpo de Kendall contra el agua me hizo volver al mundo exterior. Carlos pareció también haber despertado de una ensoñación.
-¿Estás bien?-preguntó de pronto, con voz amable.
Me limité a asentir torpemente con la cabeza, no estaba segura de que mi voz sonara fuerte o convencida.
Dio un solo movimiento con su cabeza y se dirigió hacía los demás, nadando grácilmente. Recordé la furia que debía de tenerle a Kendall, pero repentinamente había desaparecido. Debería estar molesta con Kendall, sin embargo no lo estaba.
Me quedé allí, inmóvil en el agua, hasta que oí mi nombre de la boca de Andrea; lo único que hice fue girar mi cabeza para que mi vista se posara en ella. Me hizo una seña con la mano para que me acercara a ellos, al parecer era la única extraviada que divagaba lejos de la multitud. Nadé hasta ellos, y mi vista se fijó en un hermoso paisaje. Parecido a esos que exhiben en los museos, sólo que éste era de verdad. El sol resplandecía sobre el lago pintando rieles, haciendo que los destellos de las gotas de agua que resbalaban por el trabajado pecho de Carlos, brillaran como perlas en su piel. Su hermosa sonrisa relampagueó de pronto, opacando incluso el brillo de las perlas. Si él se estaba divirtiendo, ¿por qué yo no habría de hacerlo?
Después de una entretenida natación y de uno que otro infantil juego bajo el agua, decidimos que ya era hora de irnos. Salí del agua chorreando de pies a cabeza, el repentino aire helado me hizo tiritar de frío y castañear un poco los dientes. Caminé lo más rápido que pude hacía mi morral, busqué y rebusqué dentro del bolso… ¡Con razón lo sentía tan liviano! Había olvidado mi toalla. El fresco viento me hizo estremecer, y el castañeo de dientes se hizo más notorio. Maldije para mis adentros por ser tan torpe.
-Toma-no necesité darme la vuelta para saber a quién pertenecía aquella voz que de pronto, me sonó tan melodiosa-La necesitas más que yo.
Sobre el pequeño tronco cortado cayó una toalla azul acero. La tomé recelosa, no desconfiando de Carlos, ni de su intención que en ese momento no me pregunté cuál era; sino de las emociones que poco a poco se iban agolpando dentro de mí. Algo como un estiramiento de tripas, como un dolor que no me causaba ni las más mínima molestia, sino que, por el contrario, me hacía sentir bien.
Instintivamente me llevé una mano al estómago, y segundos después me cubrí con la toalla haciendo que el castañeo de dientes desapareciera casi al instante.
Carlos se había quedado allí, a un metro de mí; no sé si se preguntaba el porqué de mi raro actuar ó, esperaba una respuesta al favor que me había hecho. Supuse que era la segunda.
-Gracias…-murmuré con la cabeza en otro lado, con mis pensamientos fijados en el joven que tenía enfrente.
-Aun no me acostumbro a verte morir de frío-masculló.