- Capitulo 25
-¿Tú me amas?-pregunté.
Se separó de pronto y se giró, caminó un poco hasta alejarse unos cuantos metros de mí. Me quedé transpuesta allí, mirándole solamente cómo se quedaba bajo la lluvia, completamente confundida por su reacción.
-No me hagas esto…-suplicó con dolor-¡Por supuesto que te amo! Cada latido de mi corazón lo grita cuando te ve-dijo mientras la lluvia lo empapaba con ferocidad.
Me encaminé hasta él con paso apremiante y me le planté enfrente.
-¡Soy un estúpido! ¿Lo ves? Ni siquiera pude hacer eso bien, tratar de fingir ser un patán para evitar enamorarme-musitó con agonía.
-Sí-repuse con dulzura-eres un estúpido; porque intentaste hacerme odiarte, y no funcionó. ¿No entiendes? ¡Te amo, también! Me enamoré de Roberto, me enamoré de Carlos Roberto, me enamoré del patán que fingías ser. Me enamoré de una forma tan ilógica y descompasada; tan profunda y descomunal; tan irracional e irrevocable, que sinceramente, me asustó; pero ya no más… Por favor, no te vayas. Eres lo que siempre he esperado.La lluvia me había alcanzado a mí también, ambos estábamos completamente mojados. Pero al menos a mí, no me importaba. Me acerqué de nuevo, acortando la distancia que había entre nosotros. Me había enamorado del ser tan perfecto que tenía enfrente, y la verdad es que me sentía tan bien al decirlo.
Carlos me miró con la dulzura derramándose por sus ojos, y con una de sus manos me acarició la mejilla haciendo que mi piel se erizara de nuevo. Mientras que yo le observaba a través de la cortina de lluvia que el oscuro cielo soltaba sobre nosotros. Las gotas de agua corrían por su castaño cabello haciendo que chorreara de las puntas. Después, él recorrió mis empapados cabellos y quitó los que se pegaban a mi rostro y lo cubrían. Sujetó con delicadeza mi rostro entre sus manos, mientras que las mías, se colocaron en su cintura, una a cada lado. Me miró con tanta dulzura y sentí el revoloteó de aquellas mariposas dentro de mi estómago. Se acercó lentamente, combatiendo la poca distancia que ya quedaba entre nosotros y luchando contra la ferocidad de las gotas de lluvia que caían entre nuestros rostros que peligrosamente se acercaban. Él acercaba mi rostro hasta el suyo, guiándome con sus manos en un camino que él mismo trazaba para llegar hasta su boca. Donde por fin, el sueño se volvió una realidad. Posó sus suaves y rosados labios contra los míos, depositando en ellos todo ese amor que me expresaban sus palabras. Sentí que la tierra se me movió por completo, mis labios eran unidos con los de Carlos y se movían sincronizada mente. De una manera tan armoniosa, tan igual, con una desesperación por parte de ambos, una necesidad del otro. Y allí quería parar el tiempo, él aferrándome mi rostro entre sus manos, nuestros labios unidos por un amor descomunal y nuestros cuerpos empapados bajo la lluvia. Juré que podía oír incluso una hermosa melodía en piano. Haciendo que el momento se hiciera perfecto.Saboreé sus labios por cada parte, eran tan deliciosos y suaves que de alguna forma me atraían más. Pero recordé la necesidad de respirar y tuvimos que separarnos. Lo miré con nuevos ojos, llenos de excitación y adrenalina. Aquel beso había saciado sólo un poco el deseo de tocar sus labios, incluso parecía haberme creado una nueva obsesión a ellos. Me di cuenta del estruendoso latido de mi corazón, y de cómo gritaba desbocadamente el nombre de Carlos.
Nos miramos por unos segundos y luego me atrajo hacía él, abrigándome entre sus brazos. Nuestros cuerpos se acoplaron de tal forma que parecían dos engranes hechos a la medida. Me sentía tan bien allí en sus brazos, mientras la lluvia nos envolvía de forma abrasadora.
-No me sueltes nunca-musité escondiendo mi cabeza entre su pecho.
-Nunca-prometió él.
Besó mis húmedos cabellos y me abrazó con más fuerza. Una dulzura tan intensa, una protección tan legítima, y un amor tan desmesurado era lo que su presencia me transmitía.
-Vamos adentro. Te vas a resfriar-susurró y me encaminó hasta la cabaña, pero no apartó sus brazos de mí.
Me sentía cómo si viviera una nueva vida, una vida que me había estado esperando por mucho tiempo. Un lugar que había sido guardado sólo para nosotros dos, un mundo donde Carlos y yo, éramos los únicos. Una noche donde las estrellas brillaban para alumbrarnos.
La pequeña cabaña era muy poco cálida, sin embargo, su presencia allí me hacía sentir el suficiente calor. Me sentó en la cama y él se sentó a un lado, abrazándome.
-¿Te puedo preguntar algo?-musité.
-Lo que quieras.
-Ahora si me contestarás, ¿verdad?
El rió, y su sonrisa se entonó perfectamente con el golpeteo de la lluvia en el exterior.
-Sí-aseguró.
-¿Cómo me encontraste?-le miré a través de la oscuridad.
-No lo sé… algo, muy fuerte me trajo hasta acá-pensó un poco-Una especie de… magia que no me permite estar lejos de ti-me acarició el cabello húmedo.
Lo miré con más profundidad, a pesar de que su cabello caía mojado sobres su cabeza parecían perfectas hebras de seda. Era increíble que fuera mío. Le sonreí.
Un leve estremecimiento me tocó la espalda y la piel se me erizó de frío.
-No puedes dormir con esa ropa mojada-me miró-Te resfriarás.
-Cuando lleguemos a las cabañas me la quitaré.
-Hoy no iremos-me avisó-La lluvia es demasiado fuerte, no te sacaré de aquí hasta que el cielo termine de llorar.
-¿Quieres decir que pasaremos la noche aquí?-ahora que lo veía de ese modo, la oscuridad me empezó a parecer tenebrosa.
-Ya es tarde, y la tormenta no para.
-Maldición…-mascullé.
-_____-me atajó con suavidad-Tienes la boca más deliciosa que he probado. No la ensucies con maldiciones-pidió con dulzura recorriendo con su pulgar mi labio inferior.
Se levantó de mi lado y se dirigió a una de las esquinas oscuras de la cabaña. No pude ver qué fue lo que recogió del piso, hasta que de nuevo se acercó a mí.
-Colócate esto-me dio una prenda cálida que desprendía el dulce perfume de su piel-sabía que había sido buena idea habérmela quitado.
Era un suéter de algodón en tono gris con los bordes dibujados en hilo azul.
-Insinúas que me tengo que quitar…
-No miraré, lo prometo. No te faltaría al respeto de esa forma-aseguró.
-Bueno, pero ¿y tú? ¿Dormirás con eso?-le señalé su camisa empapada que se acoplaba a la forma de su cuerpo y señalaba su marcado abdomen.
-No. Dormiré sin eso.
-Te resfriarás.
-Prefiero enfermarme yo a que seas tú la que pesques un resfriado. Anda, cámbiate. No miraré-se giró y caminó hasta la ventana para mirar de nuevo la carrera de las gotas de lluvia sobre el vidrio opaco de la ventana.
Suspiré. Me quité la chaqueta mojada para luego deshacerme también de la blusa verde que llevaba, quedando sólo con el sostén negro que llevaba puesto. Me coloqué rápidamente el suéter que Carlitos me había dado, y en un santiamén me sentí cálida y abrigada por el delicioso aroma de él. Me quité también el pantalón deportivo que estaba completamente mojado, y permanecí con el short que llevaba debajo y que sólo se había humedecido. Aventé a un lado la ropa mojada y me abracé las rodillas arriba de la cama.
-Ya terminé-avisé.
El se giró y me sonrió. Se acercó un poco y se detuvo a un metro de la cama para quitarse su camisa mojada, deslumbrándome a mí en plena oscuridad con su perfecto abdomen que me quitaba la respiración. Mi corazón se aceleró de pronto, golpeando contra mi pecho de manera desbocada. Me sentía tan bien sintiendo aquellas sensaciones que me provocaba el estar enamorada de la persona que tenía a sólo unos pasos de mí.
-¿Te quitarás también el pantalón?-quise saber.
El rió.
-No. No está tan mojado.
Saber aquello fue un alivio a mi corazón que ya con lo poco, gritaba desbocado. Me acomodé sobre la cama, y él se acomodó a mi lado. Tomó una frazada ya vieja que formaba parte de la cama y me cubrió con ella como si fuese una niña pequeña y él mi padre. Puso sus manos detrás de su cabeza, acostado a mi lado.
-¿Te molesta que me quede aquí? Es decir, en la misma cama-preguntó.
-No-me abracé a él con fuerza, como si tuviese miedo de perderlo-Te quiero aquí, siempre.
El rió y el soplo de su sonrisa pegó contra mis cabellos, puesto que mi cabeza descansaba sobre su pecho desnudo. Besó mi cabeza.
-______, déjame hacerlo oficial-dijo y quitó una de sus manos de detrás de su cabeza para levantarme el mentón delicadamente y hacer que lo mirara-Me gustas tanto, cada día parece crecer este sentimiento magnífico dentro de mí; y ahora que sé que por algún extraño milagro me amas también, quiero compartir mi vida contigo. ¿Me concederías el honor de ser aquel que te seque las lágrimas que puedas derramar, de ser ese que te abrace cuando haya frío, de ser el que tenga la dicha de besarte cada mañana, de formar parte de tu mundo con el gozo de ser tu novio, me lo permites?