Tensión; el gato que sacó las garras.

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CAPÍTULO 15

La decisión realmente fue tomada y Kuroo no dio su brazo a torcer. El resto de la tarde se la pasaron hablando de cualquier cosa, incluso de los deberes de vacaciones, y Kuroo le ayudó a avanzar los suyos. En varios momentos Kenma sintió esa ligera ansiedad que despertaba en él últimamente, esa que le recordaba que quería besar a la persona que le gustaba, pero Kuroo había mantenido la distancia en todo momento, aumentando notablemente su frustración.

Para cuando llegó la hora de cenar, Kuroo se despidió de él con un duradero beso en el entrecejo antes de que ambos bajaran y este se fuera a su propio hogar. Y aunque fue tan largo y los labios cálidos hicieron hormiguear el área de contacto, a Kenma realmente le supo a poco.

Esa noche se forzó a dormir más temprano de lo normal, aunque le costó dejar de lado las consolas. Al menos había hecho las transacciones de pokémon y dinero durante la visita de Kuroo, por lo que más allá de sus ganas de jugar no tenía una real obligación. A la mañana siguiente despertó sintiéndose bien, bastante descansado incluso cuando tuvo que levantarse temprano para ir a los entrenamientos matutinos que quedaban por esa semana de vacaciones. Su madre le volvió a preparar un desayuno abundante y le mandó dos cajas de obento, una con aperitivos y otra con el almuerzo. Él no sabía si era sano que comiera tanto, pero prefirió no replicar, o no al menos cuando su madre parecía reacia a dejarle ir a la práctica.

Antes de que decidiera oponerse de verdad, Kuroo llegó a buscarle y él hizo pasar las cápsulas con agua para poder escapar de los agobiantes cuidados de sus progenitores. Sabía que en el fondo los quería mucho, pero sentía que no respetaban su espacio personal y eso comenzaba a irritarle bastante.

El trayecto a la preparatoria fue igual a los últimos que habían hecho juntos. Kuroo se mantenía cerca de él, rozando sus hombros cada tanto tiempo, hablando de estrategias de vóleibol, de jugadas asombrosas que había visto, incluso de un drama que solía ver en la televisión y que Kenma a veces había visto de reojo cuando pasaba el tiempo en su casa. Por un momento él creyó que Kuroo había olvidado su decisión de la tarde anterior, pero cuando subieron a un vagón de tren bastante lleno de personas y Kuroo volvió a cubrirle con su cuerpo mientras él se acomodaba en el espacio entre las puertas y los asientos, notó que este se esforzaba por darle más espacio que de costumbre, como si ni siquiera quisiera tocarle. Tampoco le sostuvo la mirada, al parecer demasiado interesado en lo que podía ver a través de los cristales del vagón, y Kenma, con una pequeña arruga en el entrecejo, se dedicó a jugar en su celular como si no se diera cuenta de todo lo que estaba ocurriendo.

Pero sí se daba cuenta, y le fastidiaba. Era extraño notar que solía odiar que invadieran su espacio personal y que ahora odiaba que eso no ocurriera; pero Kuroo siempre lo había hecho, siempre había estado ahí, irrumpiendo en su casa, en su cuarto, en el salón de clases y, poco a poco, en su vida, en su día a día, en su corazón con sentimientos amistosos y de aprecio que se habían vuelto amorosos. Era como si su espacio personal hubiese tomado a Kuroo como parte de él, alguien tan familiar que no se volvía necesario levantar sus defensas. Y ahora que Kuroo no estaba dentro quedaba un vacío frío, angustiante, y un sentimiento de añoranza que no desaparecía.

Nunca antes se había sentido aliviado de llegar al gimnasio donde practicaban ni de tener más cosas de las que su ansiedad debiese preocuparse, pero ese día fue el primero. Impedía que sólo se concentrara en la distancia entre él y Kuroo, que aunque seguía ahí, se veía acompañada del desagrado al cansancio, a sudar, del temor a lastimarse algún dedo que le impidiera jugar adecuadamente en sus consolas, o de recibir un pelotazo demasiado fuerte, incluso a caer mal en la práctica de recepciones. Y aunque su ansiedad estaba en el límite sólo entrando en ese lugar, agradeció tener que ocuparse de más cosas porque sólo en el tiempo del trayecto su pecho había comenzado a doler y temía que aquello aumentara en el camino de regreso a casa.

¿Se puede aprender a querer? (KuroKen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora