Seguridad y angustia compartidas.

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CAPÍTULO 19

Aquella noche no hubo sueños ni pesadillas que interrumpieran su descanso. Kenma durmió plácidamente, con todos los sentidos aletargados durante horas en las que no percibió nada, ni siquiera sus propios pensamientos. Tampoco fue consciente del tiempo, pero lo primero que logró atravesar aquella barrera de somnolencia fue el ruido lejano de la alarma de su celular, la que debía haber olvidado apagar. Y cuando se removió entre las mantas, la ausencia de un calor extra le dejó momentáneamente confundido.

Kuroo no estaba ahí.

Se incorporó con pereza hasta quedar sentado, intentando mirar a su alrededor, pero la falta de luces encendidas se lo dificultaba. Extendió su brazo hacia la mesita de noche, donde sabía que estaría su celular, así que a la vez que apagaba la alarma también comprobó la hora. Faltaban quince minutos para las siete de la mañana, y cuando sintió el frío golpearle ante la falta de calefacción y su semidesnudez, se ayudó con la luz de la pantalla del celular para bajarse de la cama, ir hacia el armario y rebuscar entre las prendas algo de ropa interior y un pantalón más abrigador que los shorts que estaban en el suelo, además de una camiseta para cambiarse la sudada con la que había dormido.

Mientras terminaba de vestirse, cayó en cuenta de que la ropa de Kuroo tampoco estaba. Ni siquiera tenía un mensaje en el celular ni una nota en la mesita de noche, así que dudaba que este simplemente se hubiese ido sin avisar. No era propio de Kuroo. Sólo tuvo que salir de su cuarto para escuchar ruidos en el primer piso, y a medida que se acercó a la cocina el aroma dulce le fue atrayendo con mayor interés.

Kuroo estaba ahí, de espaldas a la puerta y salteando algo en una sartén a fuego bajo. Traía, además de su ropa de la noche anterior, una sudadera que alguna vez le había pertenecido hasta que Kenma se apropió de ella. Se veía muy concentrado en lo que hacía y él, aunque no quería asustarlo, terminó acercándose por detrás hasta quedar a su lado antes de darse cuenta, guiado por la curiosidad de ese olor.

―¿Qué haces? ―murmuró, al menos siendo lo suficientemente considerado como para no hablar fuerte.

Fue inútil, porque Kuroo igualmente se sobresaltó un poco y casi se le cayeron los palillos con los que removía el contenido de la sartén: unos trocitos rectangulares, ligeramente marrones, que olían a dulce y a canela.

―Ah, buenos días. ¿Fue tu alarma? Me pareció escuchar la musiquita del videojuego del duende verde ese ―comentó Kuroo, inclinándose con cuidado hacia él para besarle la coronilla.

El gesto afectuoso le trajo recuerdos de la noche anterior. No hacía falta realmente, porque la sensación punzante en su trasero era suficiente para recordárselo, pero se seguía sintiendo un poquito blando por dentro. Seguramente era culpa de eso y del sueño que seguía teniendo su cabeza un tanto confusa.

―De Zelda, sí. No la apagué anoche. ¿Qué estás haciendo? ¿Mis padres no te vieron? ―añadió al final, un poco más despierto y también un poco más preocupado.

Sus padres no iban a sospechar de Kuroo quedándose a dormir ahí, porque ocurría bastante seguido desde la primaria. Pero si su madre, con esa mala costumbre que tenía, hubiese abierto la puerta sin tocar mientras ellos dormían casi en bolas... un escalofrío le hizo pegarse más al costado de Kuroo.

―Tus padres ni siquiera han llegado ―lo tranquilizó Kuroo, seguramente comprendiendo su preocupación―. Es raro por la hora, pero tal vez se quedaron en algún lugar para no llegar ebrios o no sé. Los míos sí llegaron, mamá me mandó un mensaje de madrugada ―le contó, apagando el fuego de la estufa―. Y son pedazos de pan con azúcar y canela. Quedan ricos, y así no se pierden las cortezas. Es lo que quedó de los sándwiches que ahora están en el horno eléctrico. Ah, debes decirle a Kana-san que me terminé el jamón de la nevera, espero no se moleste.

¿Se puede aprender a querer? (KuroKen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora