Capítulo 36. Infierno

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Katherine Weber.

No encontraba la forma de abrir las ventanas, estaban selladas por completo, no corría aire de ninguna abertura, todo estaba tapado y lo más extraño es que sentía que el frío se colaba de todas partes, no podía aguantarlo más, el cubrecamas era tan delgado que no daba suficiente calor a mi cuerpo, estaban frías. En el baño no corría agua tibia, era un congelador y no sabía cuánto tiempo soportaría estar aquí, las horas pasaban y yo llevaba casi todo un día en este lugar, de nada me servía gritar, nadie iba a escucharme.

Me había cansado de tanto llorar que no me di cuenta que había caído dormida por al menos unas seis horas, cuando desperté debían ser pasadas de las ocho de la mañana, el frío me despertó como fue de esperarse, me senté en medio de la cama abrigándome con las almohadas y los dos cubrecamas delgados, todo lo que estuviera a mi disposición. Pasaron más de tres horas en las que yo no sentía los dedos de mis pies, me miré las manos y tenías las uñas de un tono rosado pálido casi llegando al morado, la punta de mi nariz estaba entumecida, la fricción de mis manos contra mis brazos no servía de nada, necesitaba calor, lo que fuera pero la habitación estaba tan escasa de muebles o artículos que me sirvieran de algo, seguramente iba a querer que muriera de hipotermia o de hambre, cualquiera de las dos cosas me mataban al mismo tiempo justo ahora.

El ruido de la llave girando en el picaporte me paralizo con violencia, me cubrí con lo poco que tenía en la mano para usarlo como escudo, no sabía si mirarlo a la cara cuando entrara o fingir que no escuchaba que recién entraba, fije mis ojos en un punto ausente de la habitación sin pretender decir o hacer algo. Al entrar cerró la puerta y de reojo me di cuenta que se había quedado parado, estudiándome por un tiempo prolongado.

El olor a café humeante me perforó la nariz, podía sentir la calidez de la bebida cubriéndome la garganta, calentándome al recorrer por mis venas, inclusive la ligera pizca de la leche de almendras era perceptible. No iba a doblegarme, iba a permanecer firme sin mirarlo porque no iba darle motivos aunque me provocara.

—Supongo que no habrá problemas que está sea la habitación que escogí para ti —comentó con voz casual, desenfadada, escuche que sorbía del café una y otra vez —La preparé ayer, fue mera casualidad que la estrenaras ese día.

Seguía sin decir nada y eso lo alentaba a hablar más.

—¿Sabes una cosa? Me parece gracioso que después de lo mucho que odiabas a McGrath no ibas a querer tener nada que ver con él —hizo una pausa para sacar algo de su bolsillo, le dio un vistazo y camino hasta ponerse en frente de mi cama, interponiéndose en el punto ausente que tenía en la mira —Encontrar esto entre tus cosas me hizo reír porque lo despreciabas tanto como yo y de repente ahora ya eres su espía. Tuve suerte de que lo despidieran mucho antes de que abrieras la boca

Tiró sobre la cama la tarjeta de Robert McGrath, esta cayó cerca de mis pies y de nueva cuenta fingí que no me daba cuenta de nada aunque por dentro mi corazón se marchitaba a causa de la poca esperanza que me quedaba para salir de aquí, no iba a alcanzar a venir a tiempo, estaba perdida. 

—¿Qué le contaste? Me supongo que todo, ¿Verdad? Me refiero a lo de las fotografías, todas esas mujeres debieron ser desconocidas para ti porque nunca supiste de dónde venían ¿Y sabes porque? Por una sencilla razón, jamás fui sincero contigo, todo fue una maldita obra en escena para mí, desde hace tiempo supe que era muy buen actor porque todas caían, siempre tuve que interpretar a una clase diferente de hombre enamorado y aun así fue sencillo, ¿También quieres saber porque? El dinero, eso lo hacía más sencillo.

Se detuvo brevemente para beber de su café, dando pasos cortos por la habitación y hablando con tanto elogio para si mismo que me enfermaba más de lo que decía.

Oscuros Encantos©+18 [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora