Capítulo. 2: Me llamo Nathan

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• Perspectiva de Nathan •

—Sí, papá. —puse los ojos en blanco y seguí escuchando sus sermones desde el celular.

—El año pasado casi te suspendían. No quiero volver a enterarme de que estás en problemas o de que piensas provocarlos, muchacho. ¡No me avergonzarás con más tonterías! —me reclamaba.

—De acuerdo, no más tonterías. —cerré mis ojos y me di un pequeño masaje en mi ceño para calmarme.

—Si vuelvo a enterarme de que estás metido en un lío o chiflándote por cosas como las que me dijo la prefecta, te desactivaré tu celular y anularé el funcionamiento de tus tarjetas. —amenazó.

—Tengo muuucho dinero en efectivo y el celular no puedes quitármelo porque lo utilizo para la escuela. —sonreí claramente victorioso.

—¿Ah, sí? ¿Muy machito? Bien, entonces, pediré que vayan a quitarte tu coche para ver cómo aprendes a moverte en camión.

No mames, mi Mustang negro.

—No te atreverías. —negué asustado.

—Oh, ¿quieres ver cómo lo hago? —pude escuchar su risa desde la otra línea.

—No, no, ya, papá, ya me comportaré. —di vueltas de un lado a otro nervioso—. No recibirás ni una queja de mí, en serio.

—Bien, me alegro. —imaginé su sonrisa—. Te dejo para que te acomodes en tu nuevo cuarto. Adiós, hijo. —terminó.

Suspiré aún molesto.

—Adiós. —colgué.

Puta madre. Pateé el bote de basura más cercano por el enojo que sentía. Odiaba no poder hacer lo que quería, ¡después de todo esta era mi puta escuela! Caminé por el pasillo con ganas de partirle la madre al primero que se me apareciera, que por suerte y por su bien, nadie lo hizo.

—¿Qué pasó? ¿Te dieron el cambio? —mi nuevo compañero de cuarto habló cuando entré azotando la puerta.

Había olvidado a este imbécil. De todos los inútiles de esta escuela me tenían que asignar al más raro y nerd de todos. ¡Odio todo esto! Ignoré su pregunta y me tiré directamente en la cama boca a bajo hundiéndome en mi almohada y en un abismo negro para mi vista. Quería gritar y desahogarme, pero no lo haría frente a este idiota.

—Supongo que eso es un "no".escuché su jodida voz que tanto me aturdía.

Me quedé en silencio.

—Oye, no creo que sea tan malo, podemos tal vez decorar la habitación. ¿Te gusta el azul? Es mi color favorito. Y luego, también podríamos-... —volvió a hablar y me daba dolor de cabeza tan solo oírlo.

—Te juro que si no cierras la puta boca de una vez por todas, voy a rompértela yo mismo. —lo interrumpí hablando contra la almohada.

Silencio. Por diez segundos.

¡Psst! —escuché que me llamó—. Prescott.

—Te lo advertí, cabrón. —me levanté lleno de rabia.

Estaba a punto de soltarle un golpe directo en la cara, pero lo esquivó al instante.

—¡Ah, ah! —me detuvo moviendo su dedo índice en negación—. Ni se te ocurra tocarme un pelo, sé tu pequeño secreto. —se cubrió con una almohada del sofá como un completo maricón.

—¿De qué hablas? —solté sin entender.

—Verás, soy un stalker profesional y digamos que te espié un poco para saber si te daban el cambio o no. —desvió su mirada y volvió sus ojos a mí escondiendo una sonrisa detrás de la almohadilla.

Mierda.

—¿Y? —pregunté haciéndome el tonto.

—Sé lo que pasaría si tu papá se entera de que estás golpeando a tu pobre e indefenso compañero de cuarto que saca mejores notas que tú. —arqueó una ceja con la típica cara de: "Soy más inteligente que tú."

Me cerró la boca. Odiaba admitirlo, pero en parte tenía razón: fue inteligente.

¡ARGH! —golpeé la pared con frustración y dejé una marca en ella.

El castaño me miró un poco intimidado e incrédulo por ver cómo dejé la pared. Me desahogué con ese golpe que en realidad quería dárselo en la cara.

—Deberías controlarte. —se asomó aún cubriéndose con la almohada.

—Y tú deberías dejar de ser una mariquita que se esconde detrás de su almohada mordisqueada, pero no todo se puede, ¿cierto? —fui hacia mi mochila.

Tomé un cigarrillo y mi encendedor para después dirigirme a la puerta. Necesito aire.

—¿A dónde vas? —me interrogó bajando la almohada y siguiéndome con la mirada.

—No te importa. —respondí seco.

—Fumar es malo, Prescott.

Prescott... Ese apellido solo hace que recuerde a mi odioso padre.

—Me llamo Nathan, ¿ok? De ahora en adelante me llamarás así. Basta de llamarme por mi apellido. —y con eso cerré la puerta fuertemente como suelo hacerlo siempre.

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