Capítulo. 10: Miedo

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• Perspectiva de Warren •

—Le diré al maestro que me estás hablando, si no cierras el hocico de una puta vez. —Nathan amenazó sin verme a la cara escribiendo algo en su cuaderno.

Fue entonces que noté que el rubio comenzó a copiarse de mi procedimiento despistadamente. Ahora entiendo: quiere ser grosero conmigo y a la vez sacar provecho de mi intelecto. Mala jugada.

—Bueno. —fingí rendición—. Supongo que no necesitas mi ayuda para resolver este ejercicio, entonces. —mencioné con sarcasmo para después poner mi brazo sobre mi libreta, tapando gran parte del procedimiento.

El chico abrió los ojos ofendido.

—¿Estás chantajeándome? —inquirió en voz baja viéndome con rabia.

—Claro que no, ¿cómo crees? —dije fingiendo sorpresa por su suposición—. Solo cuido mis notas. Entenderás que yo se las paso únicamente a mis amigos; y pues tú... —reí cortamente—. Claramente no lo eres. ¿O sí? —terminé.

Escuché como el muchacho soltó un gruñido y se cruzó de brazos desviando su mirada hacia el pizarrón. Vi sus ojos llenos de frustración hacia el mundo, aunque muy dentro de ellos yo sabía en realidad que era frustración contra sí mismo. Sus cejas estaban fruncidas dando a entender que estaba molesto; su cabello rubio cenizo a medio peinar haciendo que unos cuantos rulos se escaparan de su peinado y taparan un poco su frente. Nathan se me hacía realmente algo adorable y vulnerable, a pesar de que se hiciera el muy duro y cruel.

Sentía que yo tenía la habilidad de ver más allá de ese par de ojos molestos; sentía que tal vez podría entenderlo, si tan solo él se abriera a mí. Otra vez ese sentimiento tan extraño me embargó, esas inmensas ganas de ayudarlo, y no hablo solamente de este absurdo ejercicio de cálculo, sino en general: sacarle esa amargura que se carga dentro de él; abrirle los ojos. Sin embargo, sabía que si quería hacerlo, tenía que esperar a que él reaccionara y diera algo de su parte primero.

—¿Así que somos amigos? —le tendí la libreta dibujando mi mejor sonrisa.

El rubio me miró a los ojos por unos segundos y luego al cuaderno, meditándolo.

—Jamás seremos amigos, Graham, que te quede claro; y te recuerdo que me debes 780 dólares. —soltó con asco, de igual forma arrebatándome la libreta para seguir copiando.

Y no fui quién para detenerlo.

• Perspectiva de Nathan •

—Anduviste muy pegadito con Warren en clase, ¿no crees? —me interrogó Victoria mientras buscábamos un lugar para sentarnos en la cafetería.

—No te pongas celosa de ese perdedor. —me encogí de hombros con despreocupación—. Él es quien se me acerca y yo solo aprovecho para copiar la tarea. —me senté en una mesa y mi compañera me imitó.

—Llegaron tarde hoy. —más que preguntar, afirmó; y al notar que no le dije nada al respecto, continuó—. Los dos. —especificó claramente insinuando sabe qué cosa.

Clavé mi mirada en el piso por un momento recordando el motivo por el cual habíamos llegado tarde. Un recuerdo de la noche anterior apareció y sentí una repentina tristeza embargarme al remontarme a la pequeña crisis que tuve el día anterior. Vaya que fui débil.

—¿Y? —escondí mi sentir.

—Es extraño, sólo digo. —la rubia levantó las manos en el aire—. ¿No será que tuvieron una pijamada a la cual no fui invitada? ¿O tal vez se quedaron jugando Minecraft toda la noche? —repuso claramente bromeando.

—Déjate de estupideces, Vic. —di una mordida a mi manzana—. Ese imbécil jamás me caería bien. —rodé los ojos.

—Lo sé, es realmente insoportable y repugnante. ¿Cómo le hará para ser tan patético? —hizo una mueca de asco.

Me quedé serio. Por alguna razón, no me había gustado la forma en la que se había expresado de Graham. Es decir, sí, es pesado, intolerable y hasta da pena ajena, pero yo ya llegué a tratarlo aunque sea un poco como para saberlo y tenía cierto derecho para decirlo: ella no lo ha hecho del todo.

—¿Dije algo malo? —la chica preguntó al ver que no me le uní a insultarlo, sacándome de mis pensamientos.

—No, nada. —di otra mordida a mi fruta.

—Andas raro hoy. —se cruzó de brazos arqueando una ceja—. Se me hace que ya te está afectando convivir con ese rarito de-... —la interrumpí.

—¡Cállate, joder! —azoté mis manos en la mesa y conseguí varias miradas asustadizas incluyendo la de mi amiga.

Inmediatamente, me arrepentí por mi acción al sentir los reflectores sobre mí, al notar la carencia de motivos por los que hice eso y al darme cuenta de lo que le grité a mi amiga. ¿Qué demonios me había pasado?

—Yo... —empecé, pero en seguida me callé—. Graham no me está afectando. —continué bajando la voz con cada palabra que decía; sintiéndome pequeño.

Victoria me estudió con una mueca de decepción por unos segundos para después pararse de la mesa frunciendo el ceño de una manera realmente exagerada para ser ella.

—Lo que digas, Prescott. —enfatizó mi apellido y con eso, la rubia se marchó ofendida dejándome solo en la mesa.

Me quedé boquiabierto ante lo que había sucedido y por el shock, no pude moverme para ir tras ella. Jamás le había levantado tanto la voz a Victoria, y mucho menos la había callado y ofendido de esa forma. Miré a cada una de las personas que me veían ya sea asustadas o disgustadas por lo sucedido. Todas compartían algo en común: odio hacia mí. Podía ver como directa o hipócritamente me odiaban, a la vez de como me juzgaban en secreto. Eso hasta que recaí en cierto par de ojos chocolate que me miraban desde unas cuantas mesas a lo lejos y que a diferencia de los anteriores, podía detectar que me miraban muy confundidos y hasta con cierta... ¿preocupación? Claro, tenía que ser el causante de todo esto.

Hubo una mezcla de emociones que no pude controlar dentro de mí y, como buen cobarde que soy, salí del lugar con mi manzana a medio comer y con la cara más neutral que logré fingir. Sentía enojo, frustración, confusión... Miedo. Mientras caminaba por los pasillos a paso rápido, pensaba en la posibilidad de que Vic era la única persona que en realidad me apreciaba de toda la escuela y en la que podía confiar. Ahora que la he agredido, no tardará en remplazarme o juntarse con alguien más; seguro me odia igual que los demás.

De seguro, lo hacía antes también. El pensamiento causó que se me retorciera más el estomago y me hizo tirar el resto de mi manzana en el bote de basura más cercano. Sentí como mi respiración se aceleraba y mis manos empezaban a temblar más y más. El suelo, los casilleros, las puertas... todo el pasillo comenzó a moverse levemente. ¿Cómo es posible? ¿Es un terremo-...?

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