Capítulo. 4: Silencio

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• Perspectiva de Nathan •

Una rabia me inundaba y no pude evitar soltarle el primer golpe en el ojo derecho. Le enseñaré quienes somos los Prescott's a este mocoso porque parece que se le ha olvidado.

—¡AH! —soltó un gritito del dolor y, sin previo aviso, me soltó un arañazo en el cachete izquierdo.

—¡Agh! —me quejé y sentí como me quitó de encima de un empujón mientras se levantaba del piso lo más rápido que podía, pero yo lo detuve de la pierna al instante.

Lo jalé lo más fuerte que pude y lo volví a tirar. No lo dejaría escapar tan fácilmente.

—¡Suéltame! —intentó zafarse.

—Acabas de tirar a la basura 780 dólares de cocaína. —lo miré queriendo estrangularlo con la mirada—. ¿Crees que te dejaré vivir después de ésta? Una cosa es proteger a tu amiguita Caulfield, pero otra muy diferente es que te metas con mi negocio. —me acerqué a él arrastrándome.

En ese instante, me soltó una patada en el pecho y caí al suelo. Aprovechó y se levantó otra vez a lo ninja mientras corría hacia la puerta y tomaba algo de su maleta.

—¡Alto ahí, Prescott! —sacó un sable de luz rojo de Star Wars y me lo apuntó.

Me levanté con un dolor punzante en el pecho y lo miré cabreado, sin embargo no pude evitar cambiar mi gesto y soltar una risita por lo ridículo e imbécil que se veía apuntándome el juguete como si fuera un arma de verdad.

—¿Qué? ¿Me vas a cortar a la mitad, joven Jedi? —me burlé.

—Los Jedi's no usan sables rojos. —explicó nerviosamente.

Podía oler su miedo, y eso extrañamente me fascinaba. Sentía el control de la situación y sentía que ese era el peor castigo para él, el miedo que me tenía. Me acerqué lentamente y él siguió alejándose mientras me apuntaba el sable temblando.

—Mi-mira. —habló—. Lo siento, no quería tirar tu polvito ese y mucho menos tenía idea de lo que era o costa-taba. —tartamudeaba mientras tragaba saliva.

Verlo tartamudear me dio penita y la rabia que sentía de pronto se había esfumado por antes haberme hecho reír con sus ridiculeces. De igual forma, sentía algo de frustración por mi mercancía perdida.

—¿Crees que una disculpa me regresará el dinero que se perdió en esa mierda? —arqueé una ceja apuntando a la bolsa tirada.

—Sí. —sonrió y yo lo miré confundido—. Digo, no, ¡claro que no! —negó nervioso retractándose—. Pero podría regresártelo, en serio. Y no le diré a nadie sobre esto ni tu negocio, ¡lo juro por mi abuela!

—Ok, quiero mis 780 dólares para mañana sin falta. Si no, verás al diablo por un hoyo.

Un silencio que duró segundos apareció.

—Pero mi ojo tampoco se arreglará con una disculpa.

—Ni si quiera me disculpé, Graham. —recogí el mugrero del piso y lo tiré en una bolsa.

—Es cierto. —rascó su nuca—. Pero, ¿recuerdas lo que dijo tu papá sobre meterte en líos?

Oh, joder, lo había olvidado.

—¿Acaso me estás amenazando indirectamente? —murmuré a pesar de darle la espalda.

—Tal vez.

Suspiré agotado. Una vez más, tenía unas tremendas ganas de golpearlo. Odiaba que supiera sobre el acuerdo que tengo con mi padre.

—Estás jugando con fuego. —me volteé a verlo—. Te descontaré un poco del pago para que no digas que te golpeé. ¿Cuánto quieres? —interrogué.

—780 dólares.

—Serás imbécil, ¿y luego qué me pagarás por lo de la mercancía?

—Eres Nathan Prescott, tú mismo lo dijiste: "Tienes muuucho dinero en efectivo". —me imitó—. Sabes bien que no lo necesitas. —terminó.

Después de su imitación barata, el timbre de la escuela sonó a lo lejos indicándonos que debíamos ir a nuestras nuevas clases. ¿Tan rápido había pasado el tiempo?

—Esto no se quedará así, Graham. —tomé mi mochila que ya había preparado—. Hablaremos llegando de clases; jódete, perdedor. —y con eso volví a azotar la puerta dejando a un Warren boquiabierto en la habitación.

[...]

—Miren nada más quién llegó, my man! —Victoria me dio un abrazo nada más me vio.

—Hey, Vic. —la abracé de vuelta.

—¿Qué demonios te sucedió en el cachete? —me miró preocupada y se acercó para examinarlo.

Oh, olvidé eso. Pensé en una excusa.

—Mi gato. —me encogí de hombros.

—Tú no tienes gatos, Nathan. —soltó una risita y yo solo miré a otra parte esperando a que el tema se fuera—. ¿Adivina quién me tocó de compañera de cuarto? —repuso cambiando de tema.

—Ni idea. —saqué mis libros de mi casillero despreocupado.

—¡Taylor! ¿No es increíble? —saltó de un lado a otro—. La suerte está de mi lado.

—Bien por ti. —fingí estar emocionado y luego cerré el casillero con un gesto serio.

—Andas más amargado de lo usual. —se cruzó de brazos y me dio un empujón suave—. Mejor dime: ¿quién es tu nuevo compañero de cuarto?

Ya veía venir esta pregunta.

—¿Prometes no decirle a nadie? —la miré mientras tomaba una de las orejas de mi mochila.

—¿Tan mal está la situación? —me miró curiosa y yo solo asentí presionando mis labios—. ¡Pinky promise! —puso el meñique.

Juro que esta chica a veces se comporta como una niña chiquita.

—Graham. —solté sin más, ignorando su meñique.

—¿Graham? ¿Quién es ese? —bajó el meñique y frunció el ceño sin saber de quién hablaba.

—El chico nerd y raro que acosa a Caulfield todo el tiempo. —dije sin darle mucha importancia.

—¿¡Warren!? —la rubia gritó y todos en el pasillo voltearon a vernos.

Silencio. El pasillo por primera vez se había quedado en silencio.

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