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Si algo bueno tenía Washington era que en las mañanas de verano no hacía un calor insoportable. Es más, no solía hacer calor exagerado ni por la mañana ni por la tarde y muchísimo menos por la noche.

Esa fue la razón por la que Kim se despertó por primera vez en esa cama extraña: estaba asándose viva. Con la cabeza literalmente pegada a la almohada, calculó que habría unos noventa grados de temperatura, luego decidió que probablemente serían más de cuarenta. Maldito verano de Arizona.

Se sentó en la cama y suspiró. Había sobrevivido a la primera noche con su madre. Álex y ella habían apostado a que se escaparía por la ventana y volvería en autocar a casa, a su verdadera casa. Pero la apuesta no tenía sentido, ambos habían apostado a que sí lo haría.

Sonrió para sí misma. ¿Qué estaría haciendo Álex? Pensó en llamarlo, pero no, era mejor esperar al menos hasta la tarde para no parecer exageradamente ansiosa. Decidió que debería darse una ducha y sin más dilación cogió una toalla y se dirigió hacia el cuarto de baño. No había terminado de salir de «su habitación» cuando se chocó con alguien.

—Buenos días.

—Hola —respondió Simon con vagueza a su saludo.

Tenía mala cara. Como si no hubiera dormido en toda la noche y estaba pálido, parecía enfermo. Kim lo miró y Simon, al ver que ella iba a preguntarle sobre su estado, se dio la vuelta rápidamente, evitando mirarla a los ojos.

¿Qué le pasaba a ese chico? Que ella recordara, aún no había podido hacer algo que le molestara, ¿verdad? A menos que su enfrentamiento con los payasos el día anterior contara como «algo». De todas formas no le costó mucho imaginarse quiénes habían sido los culpables de que su hermanastro pasara la noche en vela.

No es que el sueño de su vida fuera tener un hermanito, pero sí estaba claro que ahora que lo tenía, éste estaba en problemas. Vale, sólo habían cruzado un par de frases en la cena y esa mañana él la había ignorado deliberadamente, pero Kim no era tonta. Había visto a esos chicos y sabía que Simon no era como ellos. Lo importante no era que parecieras malo, sino que lo fueras de verdad. Como en el caso de Álex, que por mucho que engañara con ese pelo largo y los tatuajes por todo el cuerpo, era una de las mejores personas que Kim había conocido.

Las apariencias coincidían por ejemplo en ese chico con el que había hablado el día anterior, el de los ojos azules. En esos ojos brillaba algo que desde luego no se hallaba ni por casualidad en Simon. Aunque a decir verdad, tampoco lo había visto en los otros tres matones...

Con el pelo aún mojado, Kim bajó las escaleras y entró a la cocina. Esperaba no encontrarse a nadie pero, para su sorpresa, su madre estaba hablando con otra mujer y ambas parecían preocupadas.

—Hola, Kim. —Algo se iluminó en la cara de su madre y durante un segundo, Kim se sintió culpable por ser tan desagradable con ella, pero recordó todos esos años sin verla y de pronto volvió a endurecerse algo en su mente—. ¿Has dormido bien?

—Sí.

Lisa se revolvió incómoda en su silla. Sabía que no conseguiría ganarse a su hija así, que quizá era imposible que lo lograra siquiera, pero tampoco sabía por dónde empezar a tratarla. Kim era casi una desconocida para ella.

—Esta es Andrea. Es una buena amiga de la familia.

Se giró hacia la mujer para saludarla con un poquito más de emoción, pero ésta compuso una cara de sorpresa al verla.

Noche de Fuego. (DISPONIBLE EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora