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4.

Los tacones resonaban en el suelo de su habitación, ya había anochecido y Kim no podía parar quieta mientras hablaba por teléfono.

—Estoy bien, papá —se apartó el pelo de la cara con un movimiento brusco y suspiró suavemente. Era la quinta vez que lo decía y ni siquiera ella acababa de creérselo—. Todos están siendo muy simpáticos, de verdad.

Se acercó a la ventana y la abrió, necesitaba tomar aire para volver a repetir lo mismo a su padre, que ahora parecía demasiado arrepentido de haberse separado de ella.

—No te preocupes —insistió—.Sí, hace calor pero todavía es soportable.

Resopló, era mentira. Ese calor era como haberse tropezado con una piedra por la calle y haber caído directamente al infierno.

—No, pap...

Algo ruidoso la interrumpió. ¿Qué era eso? ¿Un coche?
Bajo su ventana vio aparecer un jeep rojo y destartalado y no le costó mucho diferenciar los rostros de los cuatro matones a los que se estaba acostumbrando demasiado en muy poco tiempo. ¿Qué pintaban en su casa a esa hora?

No tardó en averiguarlo cuando oyó cerrarse la puerta de la casa y unos instantes después, Simon apareció entre la oscuridad y llegó lentamente hasta el jeep. Las dos muchachas que también había visto esa mañana, lo saludaron con demasiada efusividad y su hermanastro se apresuró a subir al vehículo.

—Esto... mira, Lisa me está llamando. Hablamos mañana, papá. —Esperó unos segundos mientras su padre, preocupado, intentaba convencerla para que no colgara—. Te quiero.

Sin esperar respuesta colgó el teléfono y pudo contemplar el jeep alejándose a gran velocidad por el final de la carretera. Rápidamente tomó una decisión y salió corriendo por el pasillo.

Unos minutos después llegó al garaje situado a unos metros de la casa —que hacía las veces de taller—, donde Daniel trabajaba arreglando el motor de un viejo Cadillac.
Kim se acercó y saludó tímidamente. Debía de ser una actividad verdaderamente importante si la estaba realizando a tan altas horas de la noche.

—Hola, Kim —Daniel no apartó la vista de su trabajo, pero sonrió amistosamente—. ¿Cómo estás?

—Bien, bien. Estaba pensando en dar un paseo por aquí, ¿sabes cuál sería un buen sitio?

Daniel se quedó pensando durante unos momentos y finalmente dejó las herramientas para mirar a su hijastra con aire amigable.

—Podrías ir a la cafetería de Sox's, siempre hay jóvenes allí, o al menos la gente no tiene muchos más de sesenta años.

Kim rió, no había hablado demasiado con Daniel pero al parecer era un buen tío. O se esforzaba mucho por caerle bien; de todas formas ella no tuvo mucho tiempo para pensarlo y decidió ir al grano.

—Realmente, esta tarde he oído a unas chicas hablar sobre un lugar... ¿El puerto? Sí, creo que dijeron que esta noche habría mucha gente allí.

Una parte de ella se sintió mal al mentir a Daniel, pero por otra parte: ¿Iba a dejar a Simon solo y tirado? Ya se imaginaba por qué esa mañana había tenido cara de enfermo, seguramente llevaba muchas noches sin dormir haciendo lo que quiera que esos cuatro brutos y esas dos... chicas estuvieran tramando en el dichoso puerto.

Sí, se estaba metiendo dónde no la llamaban. Kim era totalmente consciente de eso, pero por otra parte sentía que era su obligación. Cada vez que veía a Simon, una extraña aura de tristeza se ceñía sobre ella y estaba claro qué era lo que él sentía. Aunque si parecía tan desdichado... ¿Por qué seguía a ese grupo como un perrito faldero? Eso era lo que Kim quería averiguar, y con un poco de suerte lo conseguiría esa misma noche.

Noche de Fuego. (DISPONIBLE EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora