6.

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—Oye, lo siento. No quería que todo esto saliera así, ha sido... ha sido un accidente.

Simon arrugó la nariz y terminó de ponerse su camiseta.

—Seguro.

La camioneta cruzaba la negra noche y aún quedaban unos kilómetros para entrar en Minewolf. Cuando llegaran a casa tendrían que ser discretos para que ni Lisa ni Daniel vieran cómo Simon se había mojado y llenado de barro. También habría que hacer algo para limpiar el asiento delantero de la camioneta.

—No quería...

—Ahora me odian, nos odian —interrumpió el chico—. No sabes lo que significa que ellos nos odien en este pueblo. Nos harán la vida imposible.

—No me importa en absoluto que esos idiotas no crean que soy "guay" o lo que sea que se consideren.

—Pero a mí sí.

Kim miró a su hermanastro mientras seguía conduciendo y observó cómo sus ojos se tornaban más tristes a cada momento mientras evitaban mirarla. Se percató de un detalle que no había visto antes: Curiosamente, los ojos de Simon eran verdes como los de su madre... y como los suyos, a pesar de no ser hijo de Lisa.

De pronto frenó la camioneta en seco y se giró hacia él.

—Sinceramente. ¿Por qué era tan importante para ti ser uno de los suyos? Son... son horribles.

Él no la miró, sino que se quedó contemplando la ventanilla del coche con el más mínimo interés por lo que Kim estaba diciendo.

—No te importa.

Ella chasqueó la lengua, estaba realmente molesto.

—Sólo intento comprenderte, Simon.

Esta vez, él también la miró, pero su rostro se tornó hosco.

—Déjame en paz.

Quizás era mejor no presionarle. Kim suspiró y volvió a arrancar el coche, pero de pronto se dio cuenta de que la toma de contacto no funcionaba.
La camioneta rugió un poco hasta que volvió a pararse.

—Mierda...

De nuevo giró la llave y el sonido del motor se repitió, pero aun así no pudo arrancar.
Simon vaciló, pero finalmente abrió su puerta y salió a la calle.
Kim salió tras él y pese a que estaba nerviosa por temor a haberse quedado ahí parados, no pudo evitar sentirse aún peor al comprobar que en la calle hacía un calor horrible. ¿Cómo era posible?

Simon abrió el capó del coche y se colocó bien las gafas. Con decisión comenzó a comprobar cosas en el motor y después de mover, poner y quitar cosas, lo volvió a cerrar.

—Creo que ya está, prueba ahora.

Kim entró de nuevo en el coche y lo arrancó. El motor rugió como un león y condujo un par de metros lentamente. Simon volvió a entrar y pronto siguieron su camino.

—Se te dan muy bien estas cosas.

—A veces ayudo en el taller. Me gusta —seguía enfadado, pero extrañamente sonrió—. Y no habría sido divertido que Marc y los otros nos encontraran aquí. Deben de estar furiosos.

Kim asintió en silencio.

—Don chulito necesitaba una lección, no puedes negármelo.

Simon bajó la cabeza.

—Quizá... aunque no tanto como Frank.

—¿El grandote?

Simon asintió en silencio.

Noche de Fuego. (DISPONIBLE EN PAPEL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora