Capítulo I

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Él no tiene tiempo que perder, menos en un día tan importante como es éste. El rey molesto mira irritado al jefe de la corte, que sin darse cuenta había comenzado a irse por las ramas, como siempre.

Levanta su mano derecha en silencio, la sala se vacía en el momento.

No quería admitirlo, pero el día lo estaba poniendo de muy mal humor. Demasiadas personas emocionadas y hablando de aquí para allá del evento. Todos los de la corte intentaban darle su opinión al respecto de cada insignificante suceso. Como si no fuera suficiente trabajo ya para un Rey. «Se supone que deben hacerme el trabajo más sencillo» pensó el Rey viendo su mano vacía.

Mira su mano y se frota la frente cansado—. Necesito un poco de vino...

No tarda mucho en aparecerle una copa alargada de oro y cristal. El vino no dura en sus manos, eso no era nuevo, pero cuando se lo bebía de un solo trago entonces eso era un problema.

Todos notaban la poca paciencia de su Rey. Hacían sus tareas lo más lejos de la cámara del trono, rápida y eficientemente. Y cuando no era necesario se la pasaban en sus recámaras o dentro del bosque.

Sin embargo, hoy era el gran día. Nadie podía contenerse mucho, de nervios, emoción o duda. La guerra entre humanos y elfos había durado lo suficiente como para que todos pensaran que ya era hora de ponerle fin, incluso el Rey.

—Preparen el baño, necesito relajarme antes de la llegada de nuestros invitados.

Caminando por los pasillos del castillo todos mostraban sus respetos haciendo una reverencia y corriendo fuera de su vista.

Al entrar a la recámara real todo ya estaba dispuesto para su baño. Sin demora se desnuda, y con corona y anillos se acuesta en la bañera. Sus brazos descansan en el borde, y su cabeza descansa hacia atrás. El gran cuerpo del Rey parecía ser apenas contenido por la bañera. De hecho, si es de su tamaño, pero cualquier cosa a su lado parece pequeña.

Una criada entra a pasos ligeros, quitándole los anillos y la corona para luego irse. Sin mirar al Rey, sin hacer ruido, sin casi respirar. Como si no existiera, era la clase de servicio que a él le gusta.

Y mientras el Rey se baña, una mujer curiosea en una caravana en el bosque...

—Ése si es un buen caballo —señalo al animal que tira de la carreta.

— ¿Sabes de caballos? —el guardia baja la velocidad y camina a mi lado.

—No, pero es hermoso —estiro la mano para acariciarle la pata trasera, pero el guardia enseguida me sostiene del brazo.

—Yo no te recomiendo hacerlo, podría golpearte y rompértelo.

Dirigiéndole una mirada seria estiro la mano hacia el caballo. Al tocarlo el garañón relincha y sigue trotando como si nada hubiera pasado. Saco la mano y me río con falso orgullo sin quitarle la vista al soldado.

El guardia se mantiene callado y me mira extraño sin saber cómo tomarse lo que acaba de pasar. Deformo mi rostro lanzándole una cara graciosa y le sonrío con todas las fuerzas.

Siento un eterno creciente dentro de mi pecho, y me río sin pensarlo. Lo que está por acontecer es la cúspide de lo que intento lograr hace años. Aspiro una gran cantidad de aire y expiro de manera sonora. Como si pudiera liberar la emoción que me entusiasma desde que recibí la noticia y calmarme un poco.

El guardia me mira de arriba abajo intrigado.

— ¿Qué papel tienes en el tratado de paz? Tus ropas no dicen nada y no estás en el carruaje con los demás estirados.

El Rey elfo y la Hija del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora