Capítulo X

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—... ¿C-cómo lo sabes?

Se incorpora y me da la espalda, con los brazos en jarra comienza murmurar para sí.

Mis latidos se aceleran cada vez más y mi respiración comienza a fallar. Un dolor agudo arremata contra mis sienes y gimo del dolor. No es nuevo, cada vez que intento recordar algo sobre mi niñez o mi memoria perdida no puedo evitar el dolor y un posible desmayo.

Miro hacia abajo cubriendo mi cabeza con las manos, y un rostro consternado me habla. Pero no soy capaz de oír nada.

Un golpe repentino me hace viajar a un lugar en el que no recuerdo haber ido. Miro mis manos ser tomadas con cariño y una flor blanca ser depositada entre ellas. El pasto verde manzana ondea en el viento con suavidad, y el sol calienta mi piel llenándome de vida—. Así no me olvidarás —oigo decir una voz entumecida, como si hubieran puesto un paño mojado en mis oídos, una voz demasiado distorsionada como para saber si es hombre o mujer.

Un mareo me trae a la realidad tan delicadamente como el desprendimiento de una colina, lenta, sí, pero solo a lo lejos, y cuando quieres darte cuenta estas bajo las rocas.

— Iftia... ¡Iftia! ¡Iftia!

La escena se había ido, y solo había dejado tres pruebas irrefutables de su visita; el entumecimiento de mi capacidad para razonar, un vago recuerdo de una flor y un dolor que se intensifica cual relámpago con el movimiento.

—Orión... ¿cómo es que sabes que perdí la memoria? ¡¿Tú me conoces?!

Sus ojos se agrandan de la sorpresa y la incógnita salta en su rostro de una manera muy evidente, silencio. Veo como mira a los costados rápidamente buscando palabras, suspira rendido pero demora un poco en abrir la boca.

—Sí Iftia, yo te conozco.

Su respuesta era esperada, no podría saber de mi pérdida de memoria a menos que me hubiese conocido antes de eso. Aquí se hallaba ante mí la respuesta a las preguntas que había tenido todos estos años. Obviamente los primeros fueron los más duros, buscando en cada rincón, cada anhelo extraño y cada sueño, alguna pista de mis días pasados. La única persona que había tenido siempre no estaba conmigo más allá de unos días por año, no importaba cuánto insistiese, se negaba a decirme ni una sola cosa. Y en las bibliotecas de Impatiens jamás hubo registro de mí, o siquiera de algún posible familiar. Con el pasar del tiempo solo asimilé que nadie me conocía, y que aun así no fuese el caso, ya estarían muertos.

Abro la boca pero Orión niega, se inclina hacia mí y apoya sus manos a los costados de mis muslos —. No sabes... —baja el rostro por unos segundos, luego se adelanta y coloca su frente en mi hombro— no sabes...tengo tanto que contarte —su voz se quiebra y siento la humedad venir de sus ojos. Su largo pelo oscuro resbala de sus hombros y cae sobre mí haciendo cosquillas.

—No sé cómo debería tratarte Orión, ¿si quiera es tu verdadero nombre?

Incómodo se aparta para ponerse de rodillas otra vez, no levanta la mirada, solo apoya su rostro contra mis muslos y los acaricia—. No lo es, pero lamentablemente aún no puedo decírtelo. Solo espera un poco más, Iftia —pronuncia mi nombre con duda, con miedo evidente.

Sus manos no van mucho más allá de mis rodillas, pero con él soy extrañamente consiente de mi cuerpo y el suyo. Me remuevo en el asiento al sentir como mi piel se eriza por debajo del vestido. Pero no se aparta, no se mueve ni un solo milímetro, incluso su agarre en mis piernas se vuelve más fuerte. « ¿Acaso cree que pienso en escapar?»

—Iftia... —mi nombre suena en un susurro ahogado, como un anhelo que es demasiado grande para expresarlo en voz alta, y se toma su tiempo antes de proseguir— tenía tanto miedo de decir tu nombre...Iftia, pensaba...pensaba que iba a quebrarme como ahora.

El Rey elfo y la Hija del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora