T r e i n t a y c i n co

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Me fui hasta ese hombre con la convicción de que ya no pondría una mano sobre Ariel

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Me fui hasta ese hombre con la convicción de que ya no pondría una mano sobre Ariel. Lo que encontré me hizo apretar los dientes de la rabia. Él estaba en el sofá donde dejé al chico y lo tenía acorralado debajo de su cuerpo. Pude ver como forcejeaba a pesar del dolor y el mayor solo reía y se relamía los labios.

—Sabes que mientras más te retuerces, más me excitas.

La voz llena de lujuria me produjo escalofríos y salí del lugar con el instrumento quirúrgico en alto.

—Detente ahora mismo maldita basura —hablé con rabia.

El hombre levantó la mirada sorprendido por la intromisión, pero poco duró su asombro porque de inmediato una sonrisa se asomó a sus labios. Ariel aún forcejeaba con él.

—Así que el idiota de la tienda decidió hacernos una visita. No te alegra, Ariel —Al decir aquello agarró el rostro de Ariel para que lo mire—, no seas descortés con los invitados y di "hola".

Al parecer su comentario le resultó muy gracioso porque solo él se rió. Me acerqué a él con lentitud y el cuchillo en mano.

—Sacas tus asquerosas manos de Ariel.

—¿Y si no quiero qué? ¿Me acuchillarás? —se burló— Ese bisturí no puede hacerme nada, no está afilada y solo sirve para ligeros cortes superficiales. Admito que me dolerá, pero nada más, ¿sabes para qué lo utilizo?

—Cállate —susurré entendiendo a que se refería.

Él se levantó del lugar dejando a Ariel, o al menos eso pensé hasta que lo levantó a la fuerza y posicionó sus manos alrededor de su cuello. A simple vista parecía un gesto de cariño, pero sabía que aquel sujeto le estaba presionando de tal manera que lo estaba lastimando.

—Te diré para qué lo uso. Este delicioso cuerpo que ves aquí me ruega siempre que lo lleve al límite. No hay mayor placer que aquel que roza el dolor.

—Eso no es verdad —dije respirando aceleradamente. Ariel estaba soportando el agarre del hombre y se notaba hasta aquí que le costaba horrores mantenerse de pie.

—Claro que sí lo es. Deberías ver sus expresiones de puro éxtasis cuando le hago sangrar los dedos o cuando lo golpeo con todas mis fuerzas. Le encanta. Ruega por mí —acercó su rostro al de Ariel—. Vamos, dile que es verdad, ¡Ah, claro! No puedes.

Con esto el hombre se destornilló de la risa como si hubiera dicho un chiste.

—Usted está loco. Suéltalo.

—¿En verdad quieres ayudar a esta rata? —dijo cambiando su risa por un semblante más serio— Míralo bien, solo es un maldito mudo a quien ni su madre quiere. Anda, Ariel, cuéntale que no miento, ¡oh no, olvidé de nuevo que no puedes! —Volvió a reir.

Ariel me miró a los ojos mientras las lágrimas se acumulaban en las esquinas de esos pozos grises que estaban empapados de tristeza. Ahora entiendo por qué nunca me había dirigido palabra. Por qué cada vez que me quería decir algo volvía a cerrar la boca. Por qué me había dado aquel comic en vez de decir un simple lo siento. Por qué me gritaba auxilio de manera silenciosa con todas sus fuerzas. Ariel no podía hablar y nunca me había dado cuenta.

—No me importa si es mudo, sordo, ciego, o le falte una pierna. Él sigue siendo para mí un inocente a quien debo defender de una basura como tú.

Me acerqué hasta él con el arma en mano, pero este tiró a Ariel al piso para poder evadirme. Cuando intenté recobrar el equilibrio, él ya me tenía agarrado por atrás. Forcejeé con todas mis fuerzas, pero su agarre se mantuvo firme.

—Eres una mierda escurridiza —dijo en mi oído—. No sé por qué te importa tanto lo que haga con mis cosas. Te arrepentirás por haberme desafiado.

Empezó a hacerme presión en el cuello y de a poco iba viendo cada vez más borroso.

Tú, un grito silenciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora