11. El hombre sin expresión

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[¿Que estaba haciendo yo en este mundo, otra vez? (...)No dejemos nuestras cabezas bajas, para así poder seguir adelante sin remordimientos.

El día vendrá, cuando mi corazón se sienta destrozado por la eventual separación; soy consciente de todo eso.

Cuando todo acabe un día, dime, ¿que estará esperando por mí?]

"Subete no owari no hajimari ni /The beginning of the end of everything" by Suzuyu

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Su existencia era más antigua que la humanidad, quizás tan vieja como el tiempo mismo.

Su rostro no poseía rasgos que pudieran, y no había necesidad de que alguien lo reconociera, su trabajo lo realizaba en la soledad de la eternidad; además, aquellas existencias que vivían en la indulgencia de la vida, le temían; existiendo sus excepciones.

A veces, cuando veía el destino de una persona, sentía la necesidad de decirles a estas sobre la forma y momento en que morirán. No lo hacía por darles dolor para los años que restan; lo hacía, porque estas personas traerán mucha felicidad a quienes se cruzaran en el camino; quería que aprovecharán hasta el último segundo que pudiera otorgarles, antes de tener que ir por ellos.

Algunas, incluso, podían cambiar el destino de cientos- que el destino, no era más que un porcentaje, una posibilidad de que un evento ocurriera. Lo que los humanos llamaban destino, no era más que un evento con una enorme posibilidad a ocurrir.

Y lo único inevitable, era la misma muerte; cambiando en que esta podía ocurrir.

Cuando se cruzó con un pequeño de ocho años, vio las posibilidades; lo dichosa que sería su presencia para otros, y sintió pena, una que sentía cada que veía a un alma noble, con un breve tiempo sobre la tierra.

—Será feliz, tu bebé —Le dijo a Feliciano, antes de que este siquiera supiera de su embarazo, bajo un cielo de fuegos artificiales—; te lo aseguró.

—¿En verdad? —intentó sonreír, pero sus ojos se cristalizaron; nunca le importó el saber que moriría joven, no hasta que supo que tendría un hijo—. ¿Y sabes si será niña, o niña?

—¿Quieres saberlo? —Miró de reojo al joven junto a él.

—No, quizás después. —Otras preguntas rondaban la mente del italiano; unas que le oprimía el pecho—. ¿Podré...? ¿Podré verlo crecer? Sé que mi tiempo era corto, pero... ¿Al menos podré verlo o verla nacer?

El hombre desvió la mirada, y fijó sus ojos de docenas de colores en el cielo nocturno.

—Será alguien que amara la música —fue lo que pudo responder.

—Quiero pedirte algo —Se acercó al otro, con sus ojos ámbar suplicantes-, por favor, haré lo que sea, concédeme un único deseo.

Ese hombre tan viejo como el tiempo, escucho la suplico de Feliciano; y le concedió su deseo, sin condiciones.

No era mucho lo que se le podía, aunque no cambiaría que su tiempo sería breve.

Feliciano le agradeció, para no verlo hasta muchos años después.

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Hacia unos segundos, estaba conduciendo a su hogar, llevando una caja de dulces a su hija, una adorable chiquilla Omega llamada Fiorella.

Un segundo bastó para cambiarlo todo.

Ludwig no estaba seguro de que pasaba, todo le parecía vertiginoso y confuso; su cuerpo dolía, apenas podía respirar. En algún momento lo movieron, ahora estando sobre una superficie que se movía, con personas gritando a su alrededor.

As the seasons go by [Hetalia] [Gerita]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora