2. La felicidad es para otros

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Feliciano aplaudió un par de veces, viendo a su hermano pasar al podio, y tomar un diploma de graduación. Lovino se resistió a sonreír, pero cuando sus ojos se cruzaron con la expresión jovial de su hermano menor, sus labios se curvaron con orgullo.

Después de despedirse de algunos compañeros, Feliciano lo esperaba en la puerta del campus, con un enorme ramo de rosas. El Omega sentía que aquello era más bien un gesto romántico, pero sabía que su hermano adoraba esas flores; además, de que Antonio ya le tenía reservada una cena como regalo; no quería dejar a su hermano sin su felicitación.

— Feli, no tenías que esperar tanto— reclamó, con un tono más suave de lo habitual—. Sé que es primavera, pero todavía hace frío a esta hora.

El menor negó varias veces con la cabeza, estirando el ramo de rosas con su mejor sonrisa—. ¡Para nada Fratello! Tenía que darte un regalo apropiadamente.

Lovino era poco cariñoso si tenía que ser honesto, pero, con su hermano se permitía excepciones; así que abrazarlo en público, supuso que era un pequeño sacrificio por su hermano.

— Ve... ¡Yo también te quiero! — correspondió el abrazo como pudo, siendo aplastado con las flores que tenía el mayor.

Feliciano, poco después, y algo nervioso por la opinión de su hermano, le comunicó a este que quería estudiar arte. Lovino bufo, para decirle después, que esperaba tuviera un nuevo dibujo cada semana entonces; el menor lo abrazó del cuello, tan fuerte que Lovino tuvo que soltarse para no caer de la silla del comedor.

— ¡Eres el mejor, Fratello! — festejó casi eufórico, y con el miedo de que su hermano rechace uno de sus pocos caprichos, ya olvidado; pero, Lovino jamás podría rechazara nada de lo que pidiera Feliciano, era una promesa que se había hecho.

Su hermano era su familia.

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Las hojas verdes, en su mayoría amarillentas, caían con los fuertes vientos, combinados con los pétalos de algunos árboles florales, como los que se desprendían de las hortensias. El día era soleado, contrastando con los vientos fríos de otoño, no convertían en la mejor opción estar afuera.

No obstante, las docenas de personas que estaban frente a lienzos, y con pinceles en mano, no parecían molestarse por aquello, no cuando su maestro, un Omega llamado Feliciano, estaba con esa mañana lleno de ánimos.

El Omega ajustó su suéter, y la bufanda que traía, cosas que le parecían exageración de su hermano, pero reconocía que tenía razón, debía tener cuidado con su cuerpo; que pensaba, quizás, que a veces Lovino siempre le dedicaba muchos  cuidados; aun así, agradecía que su hermano se preocupara así por el.

Sus ojos ambar, se desviaron del lienzo que estaba revisando; captó sin mucho esfuerzo una figura imponente, que ya tenía bien identificada, esos cabellos rubios siempre le llamaban la atención. Desde que comenzó a dar esos talleres los fines de semana en el hospital, aquel hombre parecía observar; Feliciano creía que era muy tímido, algo que le parecía curioso para el porte, y complexión del hombre, que sin duda sería un Alfa.

Feliciano se había hecho así mismo varias promesas, una de ellas: era siempre animar a las personas, otra era hacer tantos amigos como pudiera. Así que, con un pequeño refractario de galletas horneadas por él, decidió acercarse por la espalda para sorprenderlo, algo fácil, dado que el Alfa siempre estaba tras una de las columnas blancas de la entrada al hospital.

Aquel hombre le daba algo de miedo; en ocasiones lo notó a lo lejos, hablando con una voz potente, que le hacía lucir enojado. Feliciano agitó su cabeza, alejando sus temores, y saludó con toda la seguridad que tenía.

— ¡Buenas tardes!— saludó sin reserva, y sorprendiendo, o asustando, a aquel hombre rubio, que por la bata, Feliciano confirmó que era un médico del lugar—. ¿Galletas?

—Ah, yo...no estaba vigilándote, solo...solo veía— respondió nervioso, descolocado por la súbita aparición del Omega; las personas tan efusivas como Feliciano, siempre le eran difíciles de manejar; además, que la esencia hogareña del otro lo inquietaba—. Y yo...Ja, me gustaría una galleta— decidió callarse, no encontrando nada coherente que decir, o que no lo hiciera ver como alguien raro.

—Puedes tener las que quieras— le dio el refractario al médico, que tenía una expresión un tanto graciosa para el Omega, entre perplejo y nervioso—. Soy Feliciano, mucho gusto. Solo me gustaría una cosa: ¡Seamos amigos! Y ven a pintar con nosotros.

—Yo soy Ludwig, un placer. — Acomodó su bata notablemente nervioso—. No soy muy bueno con las artes— respondió con expresión firme, casi tosca; aunque el sonrojo de su rostro, delataba que estaba nervioso. Los ojos claros del Alfa vieron a varios de las pacientes del hospital pintar, luciendo notablemente contentos.

— ¡Eso está bien!— aseguró el Omega—. Todos han venido para divertirse, ¡prometo que tú también te la pasaras bien!

— Gracias por las galletas— El Alfa sonrió, y Feliciano pensó lo mucho que le gustaba su expresión, comó aquella esencia de tierras nevadas.

Ludwig le dijo que lo pensaría, y se despidió muy formalmente del enérgico Omega.

Al terminar su sesión de ese día, empacó sus cosas, y caminó tarareando alguna tonada que escuchaba al pasar por la calle.

El Omega vivía considerablemente cerca del hospital, así que rara vez tomaba un autobús; y, el estar cerca, le daba tranquilidad a su hermano; Feliciano no culpaba a su hermano de preocuparse tanto.

Cuando llegó, vio a Antonio, el esposo de su hermano, preparar la mesa; su hermano— por los gritos— estaba en la cocina, probablemente encargándose del almuerzo de aquel fin de semana. Feliciano adoraba esas ocasiones, porque todos podían estar juntos, comiendo algo y compartiendo cosas de sus rutinas.

Lovino no tenía mucho tiempo viviendo con el Alfa, por eso, a veces se sentía algo en deuda con Antonio, que aceptó inmediatamente que se fuera a vivir con ellos, a petición de su hermano mayor. El Alfa era alguien por demás amable, bastante bonachón si le preguntaban.

Y bueno, no podía negar que ver la interacción de esos dos, era bastante divertida.

El Omega era alguien importante en aquella casa, y en general para todo el que lo conociera; su personalidad dulce, como naturalmente bondadosa, con todo aquel que interactuara con él, solía ser un consuelo para otro, o alguien capaz de hacer sonreír hasta la persona más triste.

También su trabajo le permitía trasmitir esa alegría natural a otros; Feliciano se dedicaba a ilustrar libros infantiles, Lovino tuvo que admitir, que ese era el mejor trabajo para su hermano, además de siempre haber admirado el talento natural del menor en las artes.

Feliciano tenía varias promesas consigo mismo; una de ellas era poder contagiar su sonrisa; dibujar mejor cada día para hacer ilustraciones mucho más coloridas; y otra, una de las más importantes:era no enamorarse, él no debía tener familia.

No podía permitir eso, no con su secreto.

Él era capaz traer más felicidad sólo.

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Feli busca hacer felices a otros...pero hay algo que le impide buscar todo para la suya.

Gracias por leer :)

As the seasons go by [Hetalia] [Gerita]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora