6. Secretos a salvo

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Marissa Wiegler conoció a Bree Van de Kamp cuando tenía 5 años. Ambas asistían al mismo jardín de niños, recordó cómo era objeto de burlas su mejor amiga por el simple hecho de ser la más lista de la clase, recordó aquella vez que un grupo de niñas la acorraló en el recreo, quitándole sus gafas, recordó cómo la defendió y recordó que esa misma tarde habían hecho una promesa.

Marissa prometió que siempre la protegería y Bree prometió que siempre estaría a su lado. Nunca más se habló del tema, y siempre tenía presente aquello, aunque quizás Bree lo hubiese olvídalo, la memoria de Marissa seguía intacta. Por eso, cuando vio a su amiga perturbada el día de ayer no dudó ni un segundo en ser su soporte. Claro que Marissa siempre había guardado un secreto, aquellos secretos que se quedan ocultos en lo más profundo del corazón, pero ayer, ayer salió a relucir algo que Marissa estaba tratando de ignorar y es que; amaba a Bree.

No del tipo de amor fraternal que se suele tener por los mejores amigos, sino del tipo de amor que se tiene hacia un amante, por eso cuando Bree se sentía más vulnerables es cuando Marissa aprovechó. Se engañaba diciéndose que lo que había hecho no estaba mal, no era incorrecto, pero era algo horrible, aprovechó el sufrimiento de su mejor amiga para acostarse con ella y en su defensa se alegaba a si misma que le había hecho el amor.

Marissa sabía que Bree nunca la vería con los mismo ojos con los que ella la veía, y estaba bien, porque por lo menos podía y tenerla a su lado.

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Lea observó atentamente como las hojas caían de los árboles a causa del viento. Era un Domingo por la mañana, sus padres habían salido a trabajar desde temprano y su hermano se encontraba en su habitación jugando con su consola de videojuegos. Nadie sabía que estaba en el parque municipal. A lo lejos vio a una mujer esbelta, sus cabellos negros se movían al compás del viento. La mujer vestía un traje azul marino y tenía los primeros botones de su camisa desabotonados, usaba un labial rojizo y de vez en cuando sus manos recorrían su cara buscando orden a su cabellera.

Por primera vez en todos sus meses como estudiante, la joven encontró un atractivo en la mujer detrás del escritorio, que había estado ignorando.

Bree Van de Kamp había citado a la joven en una zona alejada de la escuela, no quería que ningún estudiante o profesor las viese fuera del horario de clases y mucho menos estar expuesta ante la sarta de estúpidos con los que ejercía su profesión.

—Buenos días— saludo Bree y tomó asiento junto a Lea en la banca dónde se encontraba.

—Buenos días profesora— devolvió.

Bree suspiró audiblemente, era un día cualquiera fuera de clases y Lea había decidido usar ese apelativo. Si la relación seguía avanzando (lo cual pasaría probablemente), Bree hablaría de eso con ella en otro momento. No estaba dentro de sus planes que a cada lugar al que fuera Lea descubriera siempre la relación académica que tenían ambas en común.

—Quisiera hablar un par de cosas contigo— Lea tragó fuerte —. Yo... créeme que traté, traté de no mirarte como lo hacía, traté de pensar en las consecuencias, pero simplemente lo hice, te besé y lo lamento, te he hecho daño— las palabras de Bree sonaban con verdadero remordimiento pero, lo cierto es que eran una mentira.

Siempre supo lo que quería de Lea, sabía lo que hacía cuando lo hizo y aceptarlo sería una equivocación, quería provocar un sentimiento de empatía en la joven, algo con lo cual garantizar su silencio. Sí, quería a la Lea, pero no de una buena manera.

—Yo... lamento haberla golpeado— dijo con dificultad Lea y la verdad era que tenía razón de ser.

—Fue mi culpa, acepto mi responsabilidad ante mis actos. También entenderé si quisieras consignar esto a las autoridades correspondientes— Bree lo dijo, con un nudo en la garganta, imaginarse a si misma tras las rejas de una prisión con mujeres realmente detestables no estaba dentro de sus planes.

Lea imaginó a la profesora Van de Kamp en una celda sucia, con mujeres que de verdad habían cometido crímenes  aberrantes y sintió culpabilidad, porque la profesora no era de esa calaña,  ella era la mujer que admiraba y respetaba por las clases que impartía, hasta cierto punto la tenía en estima.

—No— dijo rápidamente —. Yo nunca haría eso, yo... estoy muy confundida. No entiendo, ¿por qué lo hizo?, ¿por qué me hizo esto?, de entre todas las personas..., ¿por qué yo?— las lágrimas brotaban de sus ojos de manera tan natural, era cierto que la joven sufría, no entendía porque la eligió a ella. Lea siempre se había visto a si misma como poca cosa, algo que no merecía la pena.

Bree estaba más que satisfecha con su respuesta, tenía la garantía de que la joven no la delataría, ahora, solo faltaba una pieza clave, porque la profesora Van de Kamp, no se conformaría con su silencio, aún tenía un deseo ferviente por la castaña y debía obtener lo que deseaba de ella.

Tomó del mentón a la joven y secó sus pómulos con las palmas de su mano, quería que Lea grabase este momento en su memoria, porque era cierto lo que estaba a punto de decirle.

—Escúchame bien, Lea. Tú eres especial, eres una joven única. Amo como ves el mundo, como lo plasmas en tus obras, eres diferente del resto, por eso te elegí. Porque no buscas la ambición en tus bocetos, porque demuestras tu talento de una forma única, porque me cautivaste en el primer momento en que te vi. Te elegí porque eres simplemente tú.

La joven quedó maravillada con las palabras de la mayor. Le hizo ver que ella era importante y sobre todo... especial, por eso su pensamiento no obedeció a la razón y sin darse cuanta juntó sus labios con los de la profesora y encontró su deleite en ellos.

Sin darse cuenta, Lea había sido manipulada por Bree Van de Kamp.

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N/A:

Gracias por la paciencia, soy a peor actualizando a tiempo, un beso 💋

Secretos Indecorosos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora