Bree Van de Kamp conducía con rapidez, detestaba hacer las cosas con una prisa no planificada. Había pasado la noche en vela, ideando formas de disculparse con Lea, pero ninguna era lo suficientemente buena, nada era tan bueno si se trataba de Lea. Sus retorcidos pensamientos duraron un largo rato rondando por su cabeza, hasta que logró conciliar el sueño escasas horas antes de volver a levantarse. Cuando miró el despertador le sobraban pocos minutos para abandonar su casa y emprender su camino hacia la escuela —si es que no quería llegar tarde—.
Había salido tan de prisa que se saltó un alto y un hombre le pitó, profiriendo maldiciones hacia ella, la profesora lo ignoró, no tenía el tiempo de discutir.
Su día cada vez se ponía peor. Cuando llegó a la escuela aparcó en un sitio cerca de los contenedores de basura. Su cajón favorito había sido ocupado, ahora ella era la que maldecía en silencio a la persona responsable. La profesora descendió del coche y camino con lentitud, no podía correr porque usaba tacones. Entonces, otra vez maldijo.
Había llegado tarde, 10 minutos antes de que las clases comenzarán. Ahora tendría que encontrarse con sus colegas. Respiró hondo antes de entrar a la sala de maestros. Cruzó la puerta y se encontró con profesores tomando café, otros conversando y algunos terminando de corregir exámenes. Deseó poder pasar desaparecida, pero nunca iba a pasar aquello, llamaba la atención el solo repiqueteo de sus tacones.
Cuando la profesora se dispuso a checar su tarjeta una mujer la abordó.
—¡Hola, Bree!— soltó la señora Beth.
La profesora Van de Kamp detestaba profundamente a aquella mujer. Regordeta, torpe y desalineada, le recordaba a su madre, además de que se tomaba el atrevimiento de llamarla por su nombre, siempre tan irrespetuosa, siempre insistiendo en entablar diálogo con ella.
—Buenos días, profesora— devolvió con amabilidad, mientras trataba de meter la tarjeta, torpemente la tiró.
Beth se inclinó y recogió aquel papel, sintiéndose útil por haberla ayudado.
—¿Cómo te va?
Bree deseó poder zanjar aquella conversación, entonces, de sus labios brotó vómito verbal.
—Por lo visto, mejor que a ti.
Bree metió con éxito la tarjeta y esperó a que el sello marcará su hora de entrada. A su lado, una mujer desconcertada le miraba.
—¿Cómo...— pero antes de que pudiera formular pregunta Bree ya había comenzado a responder.
—Pues me he bañado, arreglado, peinado, perfumado, ¿puedes decir lo mismo de ti?
«Cállate, cállate, estás arruinándolo todo» se dijo, pero no había vuelta atrás, era un día de mierda.
La razón no obedecía a su boca.
Entonces vio a Beth a los ojos y no le dedicó esa mirada neutral que siempre solía reservarle, sino que el odio era palpable.
—Es una buena broma— rió sin humor, lo cierto era que había causado un daño irreparable en su autoestima.
—Lo es— Bree tomó el tarjetón y se marchó.
Beth vio a la profesora con una perspectiva que ella ignoraba; como una mujer frívola.
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Cuando la profesora Van de Kamp estaba nerviosa normalmente jugaban con un lápiz o una pluma entre sus dedos. Esta vez estrujó una hoja, arrugando el trabajo de uno de sus alumnos, la alisó discretamente con su mano, pero se seguía viendo horrible.
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Secretos Indecorosos ©
Teen FictionUna charla amena. Risas retumbando por todo el salón. Todo aquello fue suficiente para que una alumna creyera que las intenciones de la profesora Van de Kamp iban más allá de lo profesional. |~•••~| Prohibida su adaptac...