EPÍLOGO

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Las mañanas soleadas eran un regalo para Bree. Los días nublados cada vez eran más frecuentes y no sabía cómo lidiar con ellos. El viento soplaba —a veces— tan intensamente que terminaba por alborotar su cabello y eso le molestaba en sobre manera. Siempre se había centrado en qué su apariencia se viese impecable y llegar con pelos de bruja a su trabajo era algo que no toleraba.

Cuando llegó a su oficina, Helene —su asistente—, le proporcionó agua mineral y el periódico; la más reciente edición. Si bien Bree no era fan de las noticias del mundo su nuevo trabajo ameritaba que estuviera enterada de todos los acontecimientos recientes y más porque ella tenía una columna muy introspectiva si de política se trataba. Siempre se centraba en parecer lo más imparcial que podía y esclarecer los detalles acerca de hechos que a la gente consciente de gustaba saber acerca de su país.

Tomó asiento en su puesto y por un momento reposó en su silla.

No le había costado mucho trabajo tener una oficina para ella sola. En la entrevista —hace 4 años atrás—, el editor en jefe se había mostrado muy amable con ella y cuando hablaron acerca de sus ambiciones a corto plazo —en el diario—, Bree se mostró muy sagaz al confesarle que solo quería una oficina para ella sola y una secretaria. El editor, perplejo ante su sinceridad, llegó a un acuerdo con ella. Un acuerdo que iba más allá de lo profesional.

Van de Kamp a veces extrañaba la enseñanza, pero no podía volver, por lo menos no tan pronto, solo habían pasado 5 años. Había huido en el momento adecuado. Semanas después se enteró que Marissa había abierto la boca, pero no pasó más allá de reuniones interminables, interrogatorio culposos y situaciones incómodas. Por supuesto que algunos profesores se pusieron en su contra, como lo fue Beth y Luisa. Bree se rió de ellas, no habían personas más estúpidas que aquellas mujeres buscando sus 5 minutos de fama. Al final, la relación entre Wiegler y Van de Kamp se esfumó, tal y como lo hizo se Bree años atrás.

Para cuando la investigación —no oficial— acerca de ella terminó, Lea ya se había mudado a una universidad lejana y no había más evidencia que la palabra de mujeres chismosas, por lo que, se olvidó el asunto. Pero Bree ya no se sentía segura ahí, no después de haber sido sometida al escrutinio del ojo público. Se sabía claramente lo que se decía en la escuela de ella y no había nada ahí para ella. Decidió irse al único lugar donde ella tenía cabida.

—Tiene una llamada de la señorita Van de Kamp, ¿desea atenderla?— dijo su secretaria pasando el umbral de la puerta.

A veces a Bree le molestaba que Claudia fuese poco inteligente. Bien podía haberle pasado la llamada por el teléfono y evitar caminar hasta su oficina.

—Sí, pásamela y cierra la puerta— hasta esa simple orden le tenía que dar.

Claudia, consciente del perpetuante humor irritable de Bree decidió no objetar y cerró la puerta de tras de sí. A veces Bree pensaba que el acuerdo entre ella y el editor había sido una treta para ocupar a la más inútil secretaria.

Bree abrió su botella de agua mineral y bebió un largo trago, refrescando su garganta.

—¡Hola, hola!— le saludó la voz que tanto conocía.

—Buenos días. Es muy temprano para llamar, ¿no te parece?— respondió Bree tratando de ocultar su irritación, quería trabajar en paz.

—Lo sé, lo sé. Solo quería saber si ya te cambiaron los boletos de avión— preguntó entusiasmada.

Bree se talló el puente de la nariz. Lo había olvidado por completo.

—Sí, lo han hecho.

—¡Genial!— chilló la mujer al otro lado de la línea —, ¿para cuándo los han cambiado?

Secretos Indecorosos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora