14. Descubiertas

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Después del aburrido recorrido, los alumnos regresaron a sus cabañas solo para refrescarse, la merienda comenzaba dentro de poco. Lea sentía una sensación tan desagradable, que iba desde su estómago hasta su boca y culminaba con ardor en el pecho.

Quería cerrarle el pico a Lucía, no paraba de hablar de Lee, el chico que desde hacía unos días había sido el único tema de conversación. Quería tener un espacio para sus pensamientos, se levantó de su litera y salió a pasear, dejando a su amiga molesta por su desinterés en el tema.

Había recorrido todo el lugar, buscando a Bree. Había mirado en cada una de las cabañas, pensando en que la encontraría ahí, y no. Nada. Lo único que le quedaba era el bosque, un lugar que le desagradaba en cierto modo. Le molestaba pisar pequeñas piedras que lastimaban sus pies, las ramas que de vez en cuando golpeaban con su rostro y el olor a hoja seca.

Definitivamente no iría ahí, molesta consigo regresó dónde Lucía quién movía incesante sus manos al ver su regreso, avisando de que ya les habían llamado para la comida. Caminaron junto con su grupo hacia el comedor, y tuvo la esperanza de que quizás ahí estaba la pelinegra y en efecto, se encontraba en una mesa al fondo, conversando con la de Mates, le veía más sonriente y suelta de lo que alguna vez había estado con ella, como si fuera otra persona con Lea.

Otra vez la sensación desagradable regreso, ¿qué rayos le pasaba? Desvío la mirada, lo último que quería era que Bree se diera cuenta de su mirada asesina.

—¿Qué tanto miras?— cuestionó su amiga.

Sus ojos se movieron en dirección de Lea, pero no distinguía a "quién" miraba entre el tumulto de personas que había.

—El pudín de ese chico— dijo nerviosamente la castaña.

—Eres una pésima mentirosa— rió Lucía —, ahora dime, ¿a quién miras?— elevó un ceja.

—Ya te dije, el pudín de ese chico. Me tocó una gelatina muy blanda.

—Por sí no lo sabías Lea, las gelatinas son así— y volvió a mirarla con diversión —, y no sirvieron pudín, solo gelatina.

—Ya está, déjalo, ¿siempre tienes que ser tan molesta?— gruñó Lea.

—¡Esta bien!— Lucía tomó un bocado de papa —, por cierto, ¿me regalas tu gelatina?— Lea rodó los ojos, la verdad es que si le gustaba su postre, pero de igual manera se lo dio a su amiga.

La comida transcurrió con lentitud, Lea evitó seguir mirando hacia Bree, Lucía podría descubrirla y comenzaría a hacer preguntas que delataría que mentía.

La joven regresó a las cabañas, mucho antes de que terminara la comida. Sentía los ojos arder, ¿por qué Bree estaba mirando así a esa mujer?. No pudo evitar llorar. Cuando llegó a su alojamiento se hizo un ovillo en sus cobijas, minutos después sintió una mano en su espalda.

—Lucía, ya lárgate. No me siento bien— murmuró.

—Entonces..., ¿quieres que me vaya?— cuestionó una voz de mujer, pero no era la de su amiga.

Descubrió su rostro y miró a Bree, de inmediato se volvió a cubrir con las cobijas, avergonzada de su aspecto. Los ojos hinchados y el cabello alborotado. Escuchó una leve risilla por parte de su profesora.

Secretos Indecorosos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora