10. La obra

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Lea, a sus 17 años, tenía que fingir estar enferma para no tener que ir al colegio. Era algo patético desde cualquier punto de vista pero la menor consideraba aquello cómo algo necesario.

Su madre decidió pasar por alto el malestar de su hija, sabía cuándo mentía y está no era la excepción, se dio cuenta cuando vio verduras perfectamente picadas derramadas en el inodoro, se prometió que luego hablaría con su hija.

La castaña se quedó todo el día en casa, buscando algo que hacer. Mirar la televisión no era una opción, solo le gustaban las caricaturas y las pasaban por las tardes. Había decidido que había sido una mala idea quedarse en casa, perdió un día de clases y encima de todo extrañaba de cierto modo a la profesora Van de Kamp.

El timbre de su casa sonó, avisando a Lea de la llegada de su amiga; Lucía. La castaña se encontraba en pijama, no se había tomado la molestia de cambiarse y su cabello —aunque no lo hubiese cepillado—, estaba sedoso y lacio.

—Hey, tú no estás enferma- le recriminó su amiga, dando paso a la sala donde ambas se sentaron —. Hoy ha sido un gran día, hubieras ido a la escuela.

—Ah, ¿sí?, ¿qué ocurrió?— preguntó con sumo interés Lea.

—Bien, el de educación física nos ha dejado jugar voleibol en vez de dar vueltas al gimnasio, en el almuerzo sirvieron flan de postre, que es mucho mejor que esa basura de pastel de zanahoria que luego dan y por extraño que te parezca la dama dragón dejó la clase libre, ¿no es tan extraño?— se preguntó Lucía, cómo sí aquel fuese un evento que ocurría cada mil años.

Era obvio que a Lea le disgustaba el apodo que su amiga le había puesto a la profesora Van de Kamp, pero no pudo ignorar el hecho de que también le llamó la atención lo que le había comentado.

Recordó cómo terminaron las cosas el día anterior, se había molestado con Bree por haberla "defendido", pero lo cierto era que lo había encontrado humillante, cómo sí ella misma no pudiera pelear sus propias batallas.

—Son cosas que pasan— se limitó a contestar la castaña.

Lucía pareció olvidar lo antes hablado para prender el televisor y mirar caricaturas, mientras que la mente de Lea no dejaba de darle vueltas al asunto.

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Bree se vio envuelta en las charlas tan absurdas de los profesores. Ahora que sabían de su altercado con una estudiante, creían que habían visto una pequeña debilidad en la imagen de la mujer tan imponente que ella había creado por lo cual no le sorprendió que a la hora del almuerzo una ola de preguntas se le viniese encima.

—Supongo que te sentiste abrumada, ¿no es así?— preguntó Luisa; la de Mates, deseosa de saber la respuesta.

—Realmente, sí— mintió —, pero no es nada que no haya podido controlar— dijo aguantando la risa.

Ninguno de sus compañeros de trabajo imaginaria que disfrutó humillando a su alumna, para ellos ella había sido la víctima y sacaría provecho de aquello; en otro momento.

—Los chiquillos de hoy se han vuelto unos monstruos— comentó la Señora Beth, quién varias veces había sido amedrentada a causa de los jóvenes.

—Sí, el otro día unos de mis alumnos casi se pelean en el aula, suerte que no has visto lo peor, Bree— añadió el Señor Thomas, con aires de grandeza.

Si algo molestaba en exceso a la profesora Van de Kamp era que la tutearán personas que estaban por debajo de ella.

—A mí nunca me ha pasado algo similar— alardeó Daniel, quién ni había despegado la mirada de Bree.

Secretos Indecorosos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora