09.

302 41 36
                                        

And you can't feel nothing small

31 de Julio, 2017.
19:39 hrs.
Ophelia.

–Cumpleaños feliz, te deseamos a ti– cantaron, pero no me sentía feliz, ni cerca.

Este era el peor cumpleaños que había tenido, tan solo quería ir a mi apartamento y llorar. Marco no estaba aquí, de seguro se le había olvidado, y ya no podía más con su indiferencia.

Soplé las velas y me excusé con que tenía que ir al baño. Allí me lavé la cara y me miré en el espejo.

Estaba tan delgada... había bajado más de cinco kilos. No podía comer, me sentía tan aterrada y nerviosa todo el tiempo que apenas podía tragar los pocos alimentos que consumía.

Todo era culpa suya.

Mi teléfono comenzó a sonar, y como si obra divina fuera, era él. Le contesté, ya que no valía la pena no hacerlo.

–¿Qué quieres?

Tan solo desearte un feliz cumpleaños. ¿Recibiste mi regalo?

–Déjame en paz, maldita sea– murmuré, ya que no quería que escucharan afuera.

Sabes que no lo haré, Ophelia. A donde sea que vayas, te seguiré– suspiré, al borde del llanto.

Esto no podía seguir, tenía que irme de este maldito lugar antes de que me matara o le hiciera daño a alguien más, a alguien por quien me preocupara.

–No si no sabes donde estoy, Mario– corté la llamada.

04 de Agosto, 2017.
09:51 hrs.
Marco.

Alex y yo habíamos acordado ir a la casa de Judith a las diez de la mañana. Llamamos a Mario, pero nos dijo que estaba ocupado y nos deseó buena suerte, además de decirnos que lo llamáramos después de reunirnos con a hermana de Ophelia.

Judith era un año menor que Ophelia y yo, pero indudablemente más madura. Tenía un hijo, Sam, del cual yo era padrino. Sam tenía cuatro años ya.

Por lo que sabía, Judith y Alex se llevaban muy bien también. De hecho, había sido por su hermana que Ophelia conoció a su mejor amiga, ya que eran compañeras de clase.

–¿Listo para saber la verdad?– dijo Alex apenas se subió a mi coche.

–¿Qué te hace pensar que sabremos la verdad hoy?

–Llámalo como quieras: una corazonada, una premonición, fe... pero lo siento.

–Ojalá estés en lo cierto– murmuré y eché a andar.

Dentro del grupo de las personas a las que habíamos ido a visitar para resolver el misterio, Judith era la que vivía más lejos: su casa se ubicaba a las afueras de Dortmund, en un lugar más bien campestre. Se había mudado cuando quedó embarazada, pensó que sería un mejor ambiente para la crianza de un niño.

Llegamos en aproximadamente media hora.

Hacía muchísimo calor, probablemente más de treinta grados. Me gustaban las altas temperaturas y la playa, por eso siempre iba a Ibiza, pero hoy además del calor estaba nervioso, así que no podía parar de sudar.

Nos paramos frente a la puerta del hogar e intercambiamos miradas nerviosas. De pronto estaba sintiendo la misma corazonada, premonición o fe que Alex, y era aterrador. Finalmente, golpeé la puerta.

Fue Sam quien abrió, casi de inmediato. Era pequeño, pero rápido.

–¡Tío Marco!– sonreí y lo cargué, dándole un ruidoso beso en la mejilla, que lo hizo reír.

Ophelia // Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora