Capítulo 11: La chica holandesa.

28 3 0
                                    


Me asombraba la facilidad que tenía Diana para cambiar de humor con tanta rapidez. Ya no quedaba nada de la chica que había abrazado a mi hermana, y le había dado un beso en la mejilla y le había deseado que se lo pasara bien en Canterbury... o con Scott.

Tampoco quedaba nada de la que me había mirado con intención cuando mis padres me dijeron que tenían que ir de compras, que se llevarían a mis hermanos y que harían lo posible por no tardar en volver.

Diana sonrió cuando cerraron la puerta exactamente como mamá había esperado, después de decirle a mi padre que estábamos juntos.

Papá se había cabreado un poco, sólo lo justo, porque tenía ojos en la cara y sabía lo poco que me podía resistir yo a unas piernas bonitas... ya no digamos a unas como de las que presumía Diana.

-Le dijimos que no lo hiciera-protestó, negando con la cabeza, no siendo capaz de cabrearse de mi debilidad, pero sintiéndose insultado porque todos en aquella casa éramos desobedientes.

-Ya, bueno, pero en realidad-discutió mamá, encogiéndose de hombros-, según se lo estábamos diciendo, yo ya estaba echando cuentas para ver cuánto tiempo tardaba. ¿En serio creías que no iban a terminar liados, Louis?-inquirió mi madre, girándose y preguntándose por enésima vez por qué mi padre era "el gracioso" del grupo, cuando tenía más pinta de "el tonto".

-¿Desde cuándo están?-preguntó papá, ignorando la pregunta, porque en una pelea, mamá siempre ganaba.

-No lo sé, dímelo tú. También son tus hijos-mamá puso los ojos en blanco.

-Joder, ¡es que yo no me fijo en esas cosas, Eri!

-Pues yo soy la miope.

-Yo también. Por lo menos, para las relaciones interpersonales.

Mamá se había echado a reír y le había besado en los labios, recordando de nuevo por qué papá era "el gracioso".

Didi se acercó a mí y empezó a besarme por el cuello, pero yo estaba demasiado sobrepasado por mi incipiente soledad como para dejarme hacer. Me acarició los hombros y yo la miré a los ojos, triste.

No podía creerme lo mucho que la echaba de menos, y eso que estaba tocándome. Creí que me volvería loco en cuanto fuéramos al aeropuerto; con suerte, sólo cuando se subiera al avión, y me dejase a mí esperando por el vuelo que había cogido en dirección a Irlanda para estar un poco más con ella... los dos solos.

Su pelo rubio era un rayo de sol, cargado de esperanza, en un mar revuelto del color del cobre, el color del fuego y la sangre, en el que yo terminaría naufragando. Algún día, Scott no estaría lo suficientemente cerca. Terminaría metiendo la pata y volviendo al pozo...

... y cayendo demasiado profundo incluso para que mi mejor amigo me consiguiera rescatar.

-Aprovecha conmigo las horas que nos quedan juntos, T.

Suspiré, abrí la boca antes de pensar, y fue mi corazón, y no mi cabeza, la que habló.

-Quédate aquí conmigo.

Sonrió, sentándose a horcajadas encima de mí y tirando de mi camiseta.

-Tengo cosas pendientes en Nueva York.

Moonlight [Chasing the Stars #2]Where stories live. Discover now