Capítulo 7: Donuts del monstruo de las galletas.

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Diana suspiró cuando llamé a la puerta. Era oficial: íbamos a casa de Scott para que no estuviera tanto tiempo él solo, lamentándose de su vida. No podía quejarse, en realidad: me había pasado el día anterior con ella, incluso la había acompañado al centro y había esperado pacientemente a que terminara de entrenar a base de inspeccionar en librerías y grandes almacenes un regalo de navidad para mi hermana y mi mejor amigo.

También me había preguntado si debería hacerle uno a ella, pero dado que se iba a marchar nada más empezar las vacaciones, no tuvo mucho sentido.

Las cosas eran un poco raras con Diana: me la tiraba y me gustaba mucho, y ella se acostaba conmigo y se notaba que yo también le atraía, pero no nos dedicábamos ni una sola muestra de cariño estando en público, y tampoco pensábamos en un futuro no demasiado lejano, como por ejemplo, los regalos de navidad.

-¿Qué quieres que te regale?-le había dicho la tarde anterior, después de un polvo como pocos había echado en mi vida, aquellos que sólo ella podía darme.

-No voy a estar aquí el 25-respondió. Se incorporó y me miró con aquellas selvas amazónicas, el pulmón del planeta, en los ojos-. ¿Por qué?

Me encogí de hombros.

-No sé qué regalarle a alguien que lo tiene todo-le acaricié el costado, ella sonrió y se inclinó a besarme.

-Otro orgasmo.

-¿Adelantado?-sugerí.

-¿Por qué no?-contestó, y se me puso encima.

Shasha abrió la puerta, su melena negra recogida en una trenza de raíz como las que se hacía su hermana.

-Señoras-saludó, inclinando la cabeza en dirección a Eleanor y Diana-. Tommy-reconoció, inclinándola también en mi dirección.

-Venimos a ver a Scott.

-Apuesto a que sí-susurró, y sus ojos se deslizaron por los tres. Una sonrisa divertida le cruzó la boca, pensando en la prohibición muy expresa de su madre de que Scott me abriera la puerta de su casa. Técnicamente, no lo estaba haciendo. Veríamos si Sherezade me dejaba quedarme.

Había tenido que cabrearla mucho, para que nos dejara sin nuestra mutua compañía. Mamá lo había hecho un par de veces conmigo; una de ellas, durante una semana.

Fue la semana más larga de toda mi puta existencia. Por lo menos podíamos abrazarnos y lamentarnos de nuestra suerte en los recreos.

Había sido hacía un par de años. Los dos ya teníamos unas cuantas responsabilidades en las que escudarnos y pasar el rato. Megan había pasado un par de tardes conmigo, jugando a videojuegos y metiéndonos mano, en aquella época en la que todavía no nos habíamos acostado.

Cuando Scott todavía la tragaba, y a mí no me dolía pensar en ella como me seguía doliendo.

Y, aun así, incluso con la distracción de su cuerpo sobre el mío, su boca en la mía y sus susurros en mi oído sobre lo que le gustaría que le hiciera (ya me daba instrucciones incluso antes de dejar que me metiera en sus bragas), cuando me dejaba solo, me volvía a morir del asco. Pensaba en ella y en el calentón con el que me había dejado.

Pensaba en ella y en lo que diría Scott cuando se lo contara, y luego, en qué estaría haciendo Scott, y luego, si estaría bien y no habría empezado a comerse la cabeza otra vez (por aquella época fue cuando lo dejó con Ashley, mi madre es jodidamente oportuna con sus castigos).

Moonlight [Chasing the Stars #2]Where stories live. Discover now