Capítulo 14: La chica de los labios con sabor a frutas.

36 3 0
                                    


Tengo 17 años y ya he encontrado a la mujer de mi vida. Prácticamente la vi nacer.

Y eso que todavía no es una mujer.

Pero su forma de moverse encima de mí, su forma de hacerme el amor y de follarme, su forma de mirarme y apartarse el pelo a un lado cuando se inclina para besarme no es la forma de hacer las cosas de una chica. Es la de una mujer.

La de una mujer que está con el hombre de su vida.

Yo no he nacido con estrella; Alá me ha dedicado una galaxia entera.

Lo estábamos haciendo sin nada. Ella me miraba a los ojos, y yo la miraba a ella, y aquellas dos esferas chocolate, sus ojos de gacela, brillaban con todo el universo contenido en ellas. El amanecer era horrendo comparado con lo que ella tenía en la mirada. Me acarició la espalda. Se incorporó un poco y me besó. Suspiró mi nombre.

-Oh, Scott...

Había encontrado un ángulo mejor en el que entrar en ella, y lo había aprovechado. Me encantaba la sensación de piel contra piel, calor con calor, humedad y humedad. La sentía palpitar, pero, a la vez, estaba tranquila. Extremadamente tranquila.

Era la tranquilidad de la chica que espera toda la vida a que por fin el chico que le gusta se fije en ella, le diga que la quiere, que está enamorado de ella. El chico es gilipollas, y tarda mucho en hacerlo, pero lo importante es que lo hace.

Me acerqué peligrosamente al orgasmo. Me detuve un poco. Quería durar para ella. Quería que llegáramos juntos. La acaricié. Le besé los pechos. Ella sonrió.

-Scott-fue todo lo que dijo. Ojalá mis padres hubieran hecho como los de Beyoncé y hubieran patentado el nombre de su hijo. La simple idea de pensar que había tíos que se llamaban como yo, tíos que podrían estremecerse porque compartían conmigo la magia que era escuchar nuestro nombre de sus labios, me volvía loco. Me enfurecía y entristecía a partes iguales.

Toda mi vida me había creído un pájaro que podía volar libremente, ir donde fuera, escalar la más alta de las cumbres sin llegar a entrar en contacto con el suelo, descender al más profundo de los abismos sin temer la caída, porque mis alas me protegían.

Estando con Eleanor, había descubierto mi verdadera naturaleza. No era un pájaro, ya no digamos un ave fénix, como me creía en mis mayores delirios de grandeza, cuando estaba borracho y conseguía meterla.

Era un avión, un avión de papel. Y ella era la brisa marina de la villa pesquera de casas blancas y pequeñitas. La brisa cargada de sal, la que enreda melenas, forma olas, acaricia acantilados.

Era ella la que me hacía volar, la que me mantenía lejos de las olas.

Volví a empujarla despacio, y ella suspiró. Cerró los ojos y se mordió el labio.

-Eleanor-susurré, se estremeció un poco más-, Eleanor, mírame. Escucha.

Abrió los ojos y los clavó en mí.

-Estoy enamorado de ti-repetí.

Estaba a punto de echarse a llorar.

Todo su cuerpo respondía al mío. Todas sus curvas me pertenecían como le pertenecían mis ángulos. Follármela no era nada comparado con hacer el amor los dos.

Moonlight [Chasing the Stars #2]Where stories live. Discover now