Capítulo 21: La hija más hermosa de la ciudad.

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Zayn me miraba como si fuera yo la que pusiera las estrellas en el cielo.

Nunca pensé que nadie pudiera mirarme de una manera más bonita de la que él lo hacía, que nadie sería capaz de transmitir con sus ojos una cantidad superior de amor... pero me equivocaba, porque la adoración con la que me miraba por las mañanas, cuando nos despertábamos y yo le daba los buenos días, no era nada, absolutamente nada, comparado con la que chispeaba en sus ojos como el rocío en un campo en pleno verano mientras sostenía a nuestro hijo en brazos.

No me esperaba que romper aguas fuera una sensación tan extraña y, a la vez, familiar. En algunos libros que había devorado durante las primeras semanas, se decía que, en ocasiones, algunas mujeres lo confundían con una "fuga orinal".

No sé cómo nadie puede confundir mearse con que tu hijo te diga que ya es hora de venir al mundo.

Apenas había cerrado la cremallera de la bolsa en la que había metido todo lo que me parecía que necesitaría en el hospital (llevaba haciendo una lista mental varios días, no tenía pensado enseñársela a Z, no fuera a empezar a añadir cosas sin sentido), cuando el bebé me dio el aviso. "Bueno, mamá, ya es hora de absorber tu energía vital, de machacarte por dentro y no dejarte dormir; creo que voy a ir saliendo, me apetece conocer gente. No es por ti, es por mí."

Cogí el teléfono, temblando de los nervios, y llamé a Zayn, que me contestó con agotamiento. No le quise decir lo que me pasaba, sólo meterle prisa, porque sabía que, si le decía que me acababa de poner de parto, sería capaz de marcarse un Spiderman y subir por la fachada hasta su... nuestra casa.

La verdad es que me hizo gracia verlo correr de un lado para otro, buscando las cosas, todo nervioso. Me alegraba de tener a alguien como él a mi lado, de tenerlo a él, porque podía confiar en él ciegamente y esperar que me tratase con respeto y cariño.

Que fue lo que necesité durante los dos días en los que mi hijo se abrió camino por mi cuerpo, haciéndome atravesar un dolor indescriptible que ni yo misma hubiera pensado que no sería mortal. El padre me apretaba la mano, me decía palabras de ánimo (si me hubiera dicho la gilipollez de "empuja y respira, nena", lo habría estrangulado, me daba igual que mi hijo fuera medio huérfano), mientras el hijo se negaba a salir: había decidido que estaba muy a gusto en mi interior, con alguien que se lo diera todo hecho y sólo le dedicase mimos.

Pero por fin, después de sentir cómo una apisonadora me pasaba por encima, una motosierra me abría las entrañas, un avión tiraba de los huesos de mi cadera para separármelos y un ejército de melones se abrían paso por un hueco en el que a duras penas cabía un limón, el sufrimiento se vio recompensado.

Es verdad lo que dicen de que cuando ves a tu hijo por primera vez, se te olvida todo por lo que acabas de pasar. O, por lo menos, coges perspectiva. Lo cogí en brazos y se me llenaron los ojos de lágrimas; era precioso, simplemente precioso. No abrió los ojos, no me miró, su primera mirada no fue dedicada a mí, pero no me importaba.

Era un milagro, era magia, era todo lo bueno que había en el universo, en potencia y en esencia, contenido en un punto minúsculo. Le cubrí la cara de besos, le acaricié las mejillas, la frente, los ojitos; le limpié la sangre que me había costado darle vida del rostro... le sonreí a Zayn, que también me miraba, me quedé sin aliento por cómo me besó; en parte, porque todavía estaba agotada; en parte, por cómo lo hizo...

Dejé que lo cogiera, él lo hizo con muchísimo cuidado, con infinito cariño, y empezó a hablar con él. Y yo me alegré un montón de haber hablado con él, decidir que nos quedaríamos los tres juntos un tiempo. "Dame, no sé, 20 años", me había dicho él.

Moonlight [Chasing the Stars #2]Where stories live. Discover now