Capítulo 2: VIII

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Ricardo Chrysler caminó por el callejón del piso -3 con la pistola desenfundada. Tenía el uniforme de combate puesto bajo una capa gris oscuro que lo ayudaba aún más a pasar desapercibido. Incluso al ser su uniforme una pieza de ropa táctica, podía cambiar de color y de intensidad dependiendo de la ocasión. En este momento se mantenía de un sobrio color gris plomo. Quien lo mirara desde lejos podría ver sólo a un extraño de ropas oscuras con un corte de cabello rojizo casi al rape y la musculatura marcada. Tenía más de media hora persiguiendo al sospechoso del ataque a la residencia del gobernador ocurrida unos días atrás. Este extraño era tan importante porque había logrado golpear con una piedra la cara del gobernador. Cuando los disparos se detuvieron, la mayoría de los atacantes habían muerto o escapado, pero Ricardo había perseguido corriendo durante más de media hora al terrorista por los jardines del piso cinco, y se le había escapado sólo porque el hombre podía saltar y correr de una manera que le hizo pensar que no le temía a la muerte.

La callejuela por donde caminaba ahora era realmente un pasillo con paredes altas y exagonales, oscura y repleta de anuncios de neón cada dos puertas. De vez en cuando pequeñas columnas de humo salían de las alcantarillas o de las ventanas, demostrando que algunas cañerías necesitaban mantenimiento o que alguna fábrica improvisada estaba realizando alguna actividad, legal o ilegal. Ya le tocaría investigar más tarde. Con la pistola apuntando primero, Ricardo se asomó por la esquina del pasillo, pero sólo vio a unos niños Jugando con algunos hologramas que sus asistentes personales les proyectaban. Ricardo enfundó el arma y siguió por la calle que ahora se ensanchaba hasta el mercado del Piso -3 de la ciudad, uno de los cuatro enormes mercados de los pisos inferiores. Frente a él se extendían enormes jardineras distribuidas en cuatro islas a la derecha y a la izquierda, cada una medían aproximadamente un metro de alto. Árboles y flores ornamentales iluminados por columnas de luz de color destacaban entre la mala iluminación artificial de la zona, que aunque hermosa. Alrededor de las bases de todas las islas, cajones de plástico blanco repletos de frutas, verduras y otros comestibles y productos de consumo personal eran vendidos por gente de mal aspecto, que contrastaban con la belleza de la comida. Los colores de la fruta era tan brillante que de verdad provocaba pararse y comer. Toda la comida en Alfa era cosechada y procesada en tres enormes invernaderos que estaban a las afueras de la ciudad y por la que se podía acceder por dos túneles al oeste del domo. La manipulación genética era empleada para tener alimentos perfectos, carnes rojas y blancas perfectamente tratadas y frutas y verduras que prácticamente no se descomponían y siempre mantenían su calidad proteica.

Ricardo Tomó una manzana de uno de los quioscos y la pagó usando su inteligencia asistente. Mientras comía observó la columna de apartamentos que se extendía del lado derecho al fondo del mercado, que sostenía varios metros hacia arriba la plataforma que era realmente otro nivel del mismo piso -3, y frente a él, una especie de anfiteatro escalonado con vegetación intensamente verde que sobresalía de las jardineras de cada peldaño. En esa construcción aparentemente estaría el hombre que estaba buscando.

Lo sabía porque había estado analizando todos los videos del escape de su hombre, cómo celajes en las cámaras y sombras habían hecho pensar a las inteligencias del comando A que el hombre había corrido a esconderse en este piso.

Debajo del anfiteatro había una enorme puerta doble a la cual se podía llegar sólo por la parte de atrás. El anfiteatro estaba alineado con el borde del domo, por lo que sólo había un pequeño pasillo de metro y medio de ancho para llegar a las puertas. Ricardo recorrió el pasillo estudiando las maneras en las que el terrorista podría escapar por allí, y se le ocurrió que tendría que pasar por encima de él para hacerlo. Como era de esperarse la puerta estaba cerrada. Tocó la manija y le dio la orden a su inteligencia para que generara el código de apertura. Un conjunto de círculos holográficos se proyectaron alrededor de su mano que sostenía la puerta, generando una representación gráfica de lo que estaba pasando. Su privilegio por ser policía le permitía abrir cualquier cerradura, pero su inteligencia debía conseguir la combinación en las millones de opciones posibles. Finalmente la puerta cedió. Ricardo Chrysler sacó su arma y se preparó a disparar. Un grupo de escudos holográficos se levantaron por encima de su cuerpo, haciendo una pequeña armadura que usaban todos los policías. Pero Al abrir la puerta, El agente no tuvo tiempo de articular palabra. Allí estaba el terrorista, a centímetros de la puerta golpeándolo con todo con un tubo de dos metros sobre la cabeza. El impacto fue tan fuerte que la pistola salió disparada varios metros hacia el pasillo, y la espalda del agente golpeó fuertemente la pared del domo. El fugitivo puso un pie en el pecho del perseguidor, y dio un salto hacia la pared del anfiteatro. El hombre prácticamente caminó sobre la vertical de las construcciones dando saltos en zigzag y subiendo por el anfiteatro hasta desaparecer por el borde de la construcción.

–El miserable es hábil. – Maldijo Ricardo. Rápidamente el hombre extendió el brazo, hacia el arma y abrió la mano. Su guante se iluminó en rojo, y la pistola saltó los dos metros de distancia desde el suelo hasta su mano, por el sistema de recuperación que poseía. Ya era inútil disparar, por lo que decidió correr lo más rápido que pudo hacia el frente del edificio desandando el pasillo. Afuera, el terrorista no estaba por ninguna parte, por lo que su primer impulso fue subir los peldaños del anfiteatro circular pisoteando todas las plantas que pudo a su paso. Cuando faltaban como diez escalones para llegar al borde vio al fugitivo levantarse de golpe y correr. El hombre se había escondido permaneciendo acostado sobre el último peldaño con la esperanza de que el policía no lo viera ni subiera. Ricardo lanzó dos disparos al aire con la intensión de asustarlo, pero el hombre sólo pareció acelerar más. Cuando finalmente lo apuntó, el hombre saltó cuatro metros hacia el vacío sosteniéndose de la cornisa del enorme módulo de apartamentos que sostenía el siguiente nivel de la ciudad.

Ricardo se dio cuenta que la única manera de realizar el mismo salto era no dudar en hacerlo. Cuando llegó a la carrera al borde del anfiteatro saltó con todas sus fuerzas hacia el módulo de apartamentos... y lo logró. Sólo cuando iba en el aire se dio cuenta que estaba saltando al vacío y que el anfiteatro tendría unos treinta metros de alto. Al sostenerse de la cornisa sintió pánico, pero también se percató que el fugitivo había entrado por la ventana de uno de los apartamentos de arriba. Escaló como pudo y odió al terrorista por ser tan hábil. Si se mantenía dentro de los edificios las cámaras no podrían grabarlo o identificarlo.

Al entrar en el apartamento se dio cuenta de que este estaba completamente apagado, sus dueños no estaban en casa. Pero la puerta estaba abierta. Salió a la carrera por la misma y sólo cuando tenía avanzado unos quince metros se dio cuenta de su error. El fugitivo sólo había abierto la salida y se había quedado detrás de la puerta. Regresó a toda velocidad pero el apartamento había sido cerrado y los seguros puestos. Debió esperar que su inteligencia decodificara el seguro para poder continuar con la persecución, pero el hombre había sacado una ventaja de unos cincuenta metros por encima de él. Estaba muy lejos para dispararle, por lo que Ricardo le pidió a McClane, su inteligencia, que grabara el aspecto del hombre y pidiera ayuda a las fuerzas de policía cercanas. De lejos el terrorista parecía vestir un traje sintético negro con cintas amarillas a los lados, y encima una sudadera gris o blanca ¡De tela! que tenía una capucha que le tapaba el rostro. Y entonces Ricardo comenzó a perseguirlo de nuevo escalando las ventanas. 

Los Cediks:  Libro RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora